Las Extrañas Historias de una Joven Hechicera.

A Strange Tale 1 - Capítulo XII

Rebecca miró las puertas del quirófano cerrarse ante ella. El miedo le abrigaba y la necesidad por saber si el Doctor Strange sobreviviría fue desesperada y abrumadora. No quería perder a alguien más.

Alzó sus manos, dispuestas a llevarlas sobre su pecho, cuando notó lo adornadas que estaban por la sangre de Strange. Un suspiró se atoró en su garganta y prestó atención a cada parte de sus manos y de sus ropas; la sangre era un adorno espeluznante. La joven se dio la media vuelta, un ligero temblor era visible en su cuerpo y caminó por el limpio y blanco pasillo, sin que su mente fijara un rumbo concreto.

Increíblemente llegó al tocador, entró y lucía solitario. Caminó a los lavamanos y, frente a ellos, se miró al espejo. Aun con las manos alzadas, por primera vez, apreció el temblor que estas generaban y contempló mejor la sangre que llevaba sobre ella. Su respiración se volvió más acelerada, quería gritar, pero su garganta se lo impidió, solo los ligeros sollozos eran lo que podían salir.

La imagen de Strange llegó a su cabeza, verlo débil y a casi nada de la muerte la hicieron experimentar una angustiosa impotencia. Sabía que esa mujer era una mentirosa y un peligro, pero jamás imaginó que fuese una asesina; se lo había advertido a Strange y él le ignoró, sin embargo, ella logró nada para impedir este cruel destino.

Escuchó el sonido de un inodoro y le sacó por unos momentos de su shock, buscó desesperadamente el dispensador del jabón y al tenerlo ubicado, extendió su mano más cubierta en sangre y lo golpeteó repetidas veces para sacar una cantidad exagerada de jabón.

Acercó las manos y el agua emergió, comenzó a limpiarse con una velocidad frenética y, la mujer que salió del cubículo y se acercó a donde yacía ella. Al tomar el jabón notó un ligero rastro de sangre, guio su mirada por ese sendero hasta que posó su mirada en Rebecca. La chica no paraba de tallar sus manos y crear una espuma inmensa y rosada. Aquella mujer le miró sorprendida, finalizó de lavar sus manos y salió de ahí, sin mirar atrás. 

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Morgana tambaleaba sus pasos ante el desastre que yacía en el suelo, aun se encontraba un tanto aturdida por aquella capa que se había enredado en su rostro y su mano le dolía por aquel pisotón recibido por esa niña. La mujer logró sostenerse ante uno de los pedestales aun firmes y miró a todo lo esparcido bajó sus pies. Sus ojos no dejaron de observar hasta que logró encontrar lo que ella desesperadamente quería, se soltó y caminó hasta en medio de la habitación y vio un sinfín de libros dispersos. Se hincó, casi queriendo caer al suelo, y se dispuso a revolver todo aquel material valioso para las artes místicas.

—¿Dónde está? ¿Dónde está? —susurró, mientras tomaba varios libros y los examinaba.

Sin encontrar lo que ella necesitaba, lanzaba todo a sus espaldas y seguía revolviendo los demás libros hasta que, en un momento de claridad, logró encontrar aquel preciado libro. El libro de Cagliostro. Tomó entre sus frágiles manos aquello que tanto anhelo tener; su gruesa tapa verde oscura y sus delineados dorados provocaron un brillo en los ojos grisáceos de la reportera.

Sus delgados dedos se deleitaron ante la rugosa sensación y, ante un ligero gruñido, Morgana abrió el libro y desesperada buscó aquella página que quería conocer. Se detuvo ante una búsqueda rápida y ahí lo descubrió, el símbolo formado en dos arcos horizontales y una curva vertical al cual Morgana había tenido contacto con él.

—Dormammu —mencionó, mientras en su rostro una cínica sonrisa se formaba. 

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Rebecca se recargó en la pared junto a un teléfono público, metió sus manos a sus bolsillos y buscó algunas monedas entre la pelusa escondida por ahí. Sacó ambas manos y una ligera sonrisa surgió al ver unas cuantas monedas. Tomó el teléfono, metió las monedas y marcó el número, el cual esperó paciente a que le contestaran.

Yamir Store —saludaron.

—Hola —dijo la chica mientras se acomodaba.

¡¿Rebecca?! —Exclamó sorprendido su jefe—. ¡Por el amor de Jesús, ¿qué demonios pasos?! Saliste corriendo como loca de la tienda.

—Si Yamir, perdón, es solo que... —se detuvo, dejó escapar un suspiro y pensó lo más rápido que pudo—. Pasó una emergencia, algo fuerte y tuve que salir hecha un correcaminos.

¿Qué fue lo que paso? —Demandó preocupado y molesto a la vez—. ¿Tu madre está bien?

—No —dijo y colocó su frente en la pared—. Tuvo un accidente y estoy en el hospital...

¡¡Dios mío!! —se sobresaltó y la conciencia de Rebecca le remordió.

—Mamá está bien —continuó rápidamente—, tuvo una caída y se lastimó la pierna —en ello apretó su labio inferior, estaba mintiendo como nunca lo había hecho en su vida—. La están revisando, es probable que este unos días en el hospital y...

Entiendo, Becky, entiendo —dijo Yamir con un amargo suspiro—. Te daré un par de días.

—Gracias...

Después de su plática con Yamir, Rebecca colgó y volvió a llenar de monedas el teléfono para hacer su segunda llamada. Espero y al segundo tono respondieron.

¿Diga?

—¡Hola mami! —exclamó con la mejor alegría posible.

¿Rebecca? —cuestionó extrañada—. ¿Está todo bien?

—¡Ay, mamá, tú siempre preocupándote! —soltó con su habitual humor, estaba impactada el cómo podía fingirlo, mientras por dentro se encontraba destrozada—. Sí, todo está bien.

¿Entonces qué pasa?

—Oye, es que necesito decirte que voy a cubrir unas horas extras con Yamir.

¿Por?

—Quiero un celular nuevo, ya sabes... el otro lo aventé a una pared.

Ah sí... mataste una cucaracha con ello.

—Sí... que irónico, ¿no?

Ash... tú y tus loqueras. Pero tienes razón, necesitas un celular. Me desespera que a veces no puedo localizarte.



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Editado: 23.05.2022

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