Rebecca abrió los ojos, alzó su horrorizada mirada y gracias a la tenue luz de la luna distinguió su habitación. Miró a todos lados, sin comprender que había pasado, y fue cuando notó que yacía en el suelo. Desesperada, alzó su mano izquierda y buscó encender su lámpara, hecho ello observó mejor y se vio envuelta en sus sabanas, llevó su mirada hacia atrás y sintió un terrible dolor del lado derecho de su cuerpo. Por inercia colocó su mano izquierda sobre su brazo, apretando levemente y notando como este dolor iba en aumento. Duramente se levantó, logró quitarse las sabanas y una mueca sufrible cubrió su rostro.
—¿Qué demonios...? —susurró, mientras unas cuantas lágrimas escapaban de sus ojos.
Intentó caminar y ahora su pierna acompañó el dolor que su brazo y espalda llevaban. Apretó con fuerza sus ojos y a su memoria llegó aquel momento, ese que parecía una película de horror puro. Una sorpresiva mirada surgió y aterrada miró hacía la puerta de su habitación.
A pesar del dolor que estaba con ella, Rebecca se acercó a su puerta, tomó la perilla y la abrió despacio para asomar su cabeza al oscuro pasillo. Agudizó su oído, en busca de ese llamado, pero parecía estar sola. Se armó de valor y salió de su habitación, encendió la luz del pasillo y con espanto notó como la barandilla estaba en su lugar. Sin creer lo que veía se acercó a ella, la tomó y la movió desesperadamente, notando como el barandal estaba firme.
Llevó su vista a la planta baja, todo estaba intacto, como si no se hubiese caído, sin embargo, el lado derecho de su cuerpo seguía doliendo y ello no podía ser debido a una simple caída de la cama. Bajó los escalones y contempló hacía donde fue la habitación de su abuela.
La puerta estaba cerrada como lo había estado desde que ella había fallecido, Becky tragó duramente y con miedo se acercó ahí. Juntando un gran valor abrió la puerta, encendió la luz y descubrió que la habitación estaba tal cual, convertida en una pequeña bodega. Becky se adentró al lugar y observó con recelo cada objeto hasta que, en una mirada fugaz, descubrió el bastón de su abuela. Fue a tomarlo, lo apretó con severa fuerza casi logrando remarcar las venas de sus manos y pensó todo lo que había ocurrido.
—¿Fue una pesadilla? —se cuestionó.
A sabiendas que no obtendría una respuesta, suspiró intranquila y el dolor de su cuerpo se volvía insoportable. Dejó de lado el bastón y salió de la habitación en busca del botiquín médico para que unos desinflamatorios aliviaran su dolor, sin embargo, el miedo que llevaba consigo sería difícil de hacer desaparecer.
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Rebecca pasó la noche en vela, el mínimo intento de cerrar los ojos le generaba un terror y el hecho de recordar lo que su abuela le decía le partía su corazón. Pasó sus manos sobre su rostro, se dio unos leves golpeteos a las mejillas y sacudió su cuerpo, podría soportar este día. Antes de empezar su jornada laboral, desvió hacía la calle Bleecker para tener noticias de quienes vivían ahí. Al esperar paciente y notar que el tiempo en ser atendida excedió, la joven resopló agotada y fue a trabajar.
En Kamar-Taj, el Doctor Strange observaba a los aprendices practicar sus técnicas de invocación, sorprendiéndose de la buena respuesta que mostraban, satisfecho por ello y dispuesto a retirarse notó como uno de los maestros se acercaba a él.
—Maestro Strange —saludó, realizando una leve reverencia.
—Maestro Hamir —respondió—. Por favor, llámeme Doctor Strange.
—Claro, lo había olvidado —él sonrió con suavidad—. Vengo a traerle esto —y le mostró un libro—. Creo que esto le servirá.
Strange lo tomó y agradeció por ello, ambos se despidieron y el maestro Hamir continuó su camino. Acompañado de nueva cuenta en soledad, Strange observó al antiguo libro y presintió que en sus páginas encontraría su tan ambicionada respuesta. Se dirigió a la biblioteca, en donde encontró a Wong, interrumpiendo su lectura.
—¿Alguna novedad?
Stephen alzó el libro y él no demostró expresión alguna. Tomó asiento frente a su amigo y comenzó a leer el contenido, descubriendo encantamientos de origen oscuros y peligros relacionados con los sueños.
—La dimensión de los sueños —mencionó, provocando que Wong volviera a verle.
—¿Tiene algo que ver? —preguntó confuso.
—Por lo que estoy leyendo, no. No hay una conexión.
—Solo intuimos una presencia y en la dimensión de los sueños no hay rastro de presencias malignas; esta es creada por los mismos mortales.
—Estas en lo correcto, Wong, sin embargo, a lo que nos enfrentaremos es una entidad muy peligrosa —continuó, a la par que alzaba su mirada—. Comienzo por creer que esta presencia ha vagado en la tierra por mucho tiempo...
—Y tal vez quiera vengarse.
—Siempre es así —irónico mencionó Strange—. Pero, llevaré este libro.
El Doctor se alzó de la silla mientras que Wong le veía.
—Si dices que la dimensión de los sueños no tiene conexión, ¿por qué llevarte el libro?
—Quiero estudiarlo, ya que me servirá a futuro.
—Me alegra que amplíes tus conocimientos, Strange.
—Gracias por tu halago —bromeó y dejó la biblioteca.
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—¡¡Despierta!! —gritó Yamir, provocando que Becky se estremeciera y su cuerpo volviera a doler—. Creí que ya habíamos pasado la etapa de dormir en la trastienda.
—Perdón... anoche no dormí.
—Lo noté —dijo mientras se cruzaba de brazos. La joven talló sus ojos y miró borroso a su jefe—. ¿Podrías rellenar los refrigeradores? Las botellas de agua se comprar como nunca.
—Ya voy... ¿Podrías ayudarme a llevar los empaques? —pidió mientras movía ligeramente su brazo derecho.
—¿Te duele mucho?
—Si... la pastilla no me lo quitó.
—¿Y segura que te caíste de la cama?
—Desperté en el suelo.