Todo estaba oscuro como lo había sido los últimos meses. Rebecca ya no se molestaba en moverse, las risas y las voces la atormentaban sin importar donde estuviese. Sus manos cubrían sus oídos mientras que sus dedos se aferraban a sus cabellos; escuchaba a su abuela recriminarle su muerte junto al sonido del coche que la atropelló a sus ocho años. También esas risitas infantiles se combinaban con más tortura de voces familiares, juraría oír a su madre, a su jefe, a sus amigos. Quería que todo terminara. Ya no lo soportaba. ¿Por qué no despertaba? No debería estar durmiendo.
—Cállense —suplicó. Todos rieron y la joven apretó sus oídos—. Dije que se callen.
—No puedes callarnos —respondieron—. No puedes deshacerte de nosotros. Conocemos tus miedos y ahora son nuestros.
Becky sentía como su corazón latía a una velocidad increíble, concebía a la desesperación abrazarle con inmensa fuerza. Quería huir, quería despertar, sin embargo, no podía, estaba atada a esa pesadilla. Intentó moverse, alejarse de esos seres intangibles que le rodeaban, pero nada funcionaba.
—Becky —habló su abuela—, Becky, mi niña. Tú me habías prometido que sobreviviría.
—Sé lo que te dije…
—¿Por qué no me ayudaste? Dijiste que lo harías.
—¡Sé lo que te dije!
—Ahora estoy muerta.
—¡¡Ya cállate!! ¡¡Tú no eres mi abuela!!
La joven se alzó de aquel suelo frío y oscuro y se anduvo a correr para alejarse de ahí. La oscuridad siempre fue infinita, no sabía hacia donde se dirigía o si alguna vez se había movido de ese sitio, pero entre más lo intentaba aquella desesperada agitación en su pecho se fue calmando y aquella angustia que le atormentaba desaparecía.
Llevó sus manos a su pecho, su corazón parecía volver a la normalidad. Se sintió tranquila, sintió paz y se aventó al vacío que le rodeaba, esperando caer en una superficie que jamás llegó. Se sentía navegando, las voces ya no la molestaban y una cálida presencia parecía sostener su mano en aquellos momentos. A pesar de sentirse un poco segura en ese sitio tenebroso y solitario ella quería despertar. Aunque no podía saber si el despertar ayudaría, ya que ello ya no funcionaba como al principio. Solo ya no quería soñar, ya no quería vivir esta pesadilla.
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Una luz brillante recibió a Rebecca y ella parpadeó confusa mientras trataba de que su visión mejorara. Supo que estaba recostada, apreció las sábanas y las almohadas e intentó levantarse. Sintió algo raro en su pecho y llevó sus manos para notar unos cables salir de su camisón y a la vez unas cosas extrañas pegadas a su pecho. La curiosidad invadió a la joven y siguió el sendero de cables hacía un monitor que yacía junto a ella y a su vez concibió la aguja en su brazo, ante todo lo que presenciaba notó como alguien recorría las cortinas que la tenían rodeada.
—¡¿Becky?!
—¿Doctora Palmer? —preguntó desconcertada.
Rápidamente Christine se acercó a ella, sacó una pequeña linterna y comenzó a examinarla mirando a sus pupilas. La chica seguía sin comprender lo que pasaba.
—¿Cómo te sientes, Becky?
—¿Bien? ¿Estoy en el hospital? —cuestionó una vez dejó de examinar sus ojos.
—Si, Becky. Tuviste un colapso.
—¿Colapso? —soltó perpleja.
La Doctora asintió y empezó a revisar el pulso. Dispuesta a seguir lanzando preguntas apareció a su madre. Los ojos de Greta estaban hinchados y lucían cansados, ambas la observaron, una analizándola más que otra.
—¿Cómo está? —preguntó a la Doctora, mientras se acercaba.
—Ha respondido bien. Tal vez se encuentre un poco desorientada, pero es normal.
Greta se acercó a la camilla y ambas se miraron, repentinamente abrazó a su hija y ella mantenía una cara perpleja, como si todo lo que estuviera pasando fuera irreal.
—¿Cómo estás, cariño? —susurró su madre en su oído.
—Bien… Tratando de procesar todo —dijo mientras con su brazo libre respondía al abrazo de su madre—. ¿Qué me paso?
Ambas mujeres se observaron con preocupación, luego regresaron sus miradas con ella quien su expresión pedía a gritos una explicación.
—Becky —comenzó la Doctora Palmer—, sufriste una fibrilación auricular.
—¿Y eso es…?
—Una aceleración anormal de tu ritmo cardiaco, ello te provocó el colapso y tuvimos que internarte.
Pasmada la joven soltó a su madre.
—¿Estoy internada? —preguntó mirando a su madre—. ¿Tu seguro lo cubre?
—Sí, el seguro va a cubrir el gasto —mintió con una débil sonrisa.
—Becky, no solo te pasó eso, creemos que también has tenido episodios de disomnia y parasomnia.
Ahora sacudió su cabeza y la confusión volvió a ser enorme.
—¿Y eso qué es?
—Episodios de insomnio y terrores nocturnos.
Al escuchar esas palabras las interrogantes en el rostro de la joven se hicieron visible, aunque solo Christine parecía haberlas notado Greta acomodaba los cabellos de su hija, agradecida por el hecho de verla algo estable.
—Y… ¿Cómo llegué al hospital?
—Edvard te trajo.
—¡¿Edvard?! —cuestionó molesta. A Christine le llamó la atención el tono con el que se expresó.
—Él fue el que me aviso que te internaron. Por Dios, Becky, te dije miles de veces que viniéramos al hospital.
La chica cerró los ojos y dejó escapar un largo suspiro, se sentía débil y no quería escuchar regaños.
—Señora Keller —interrumpió la Doctora y las dos la miraron—, ¿podría permitirme unos minutos a solas con su hija? Necesito terminar de revisar su condición, y tan pronto finalice, podrá estar aquí con ella.
Greta parpadeó dudosa por unos segundos, después asintió y salió del lugar. Completamente a solas Christine se acercó a Rebecca y tomó asiento a su lado, la joven jamás despegó su mirada de la Doctora, presentía algo y sospechaba que no era algo bueno.