—¿Quién es ella? —preguntó asustada Rebecca. Strange no respondió—. ¿Es su hija? —soltó sin pensar.
—No —respondió seriamente.
La pequeña niña observaba juiciosa y severa.
—¿Entonces?
Strange tragó duramente, sentía una ola de emociones golpearle y hacia todo lo posible por desviar su mirada de aquellos ojos, pero era imposible. Había pasado mucho tiempo y no podía ocultarlo más.
—Es mi hermana —confesó, formándose un doloroso nudo en su garganta.
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Rebecca no pudo disimular su impactada expresión ante lo que acababa de serle revelado. Sacudió su cabeza y miró a aquella jovencita de lindos cabellos rubios y luego al Doctor.
—¡¿Su hermana?! —cuestionó sorprendida—. ¡¿Tiene una hermana?!
—Stephen —llamó—. Stephen, ¿por qué dejaste que me pasara esto?
El Doctor se encontraba paralizado y el temor en su rostro logró que Rebecca se asustase. En todo el tiempo que llevaba de conocerlo jamás lo había visto así. Sus ojos se habían cristalizado, quería llorar mientras que su cuerpo temblaba, ya no por dolor, sino por el hecho de volver a ver a su hermana.
—Donna... —susurró.
La pequeña no dejaba de confrontarlos, la tristeza y el juzgar que delataban sus cuencas azules era hiriente para Strange y confuso para la joven.
—¿Pasar de qué? —se animó Rebecca a preguntar. Él seguía ignorando su interrogatorio—. ¡Doctor, ¿de qué está hablando?!
—¿Por qué me dejaste morir, Stephen? —en un lamento manifestó su cuestión.
El silencio cayó sobre ellos. Rebecca dirigió su mirada con él quien rápidamente agachó su cabeza para ocultar la vergüenza y exasperación que sentía. Donna Strange seguía inmóvil, siendo una jueza rigurosa para Strange.
—¿Qué fue lo que paso? —Becky quiso averiguar, acercándose al hechicero—. Doctor, sea lo que pasara, estoy segura de que no fue su culpa.
—No... —respondió a voz baja.
—Doctor Strange, usted mismo me acaba de decir que no debería culparme por la muerte de mi abuela y...
—¡Tu situación es diferente! —exclamó furioso. La joven se estremeció ante su tono y dio un paso para alejarse de él. Stephen alzó su cristalizada mirada e intento no ver a ninguna de las dos—. ¡El caso de tu abuela es muy distinto al de Donna!
El Doctor Strange llevó una de sus manos sobre su rostro y la pasó con dureza, dio la media vuelta y quiso alejarse de todo lo que estaba pasando. Rebecca veía como se retiraba, su respuesta le habían tomado por sorpresa, pero decidió guardar distancia. Luego miró a Donna, parecía un maniquí sin generar ninguna acción y de repente alzó su mano para luego girarse y apuntar al lago. Confusa por la acción, Becky medito unos momentos.
—Su hermana se ahogó... —dijo y regresó su vista con Strange— Su hermana, Donna, murió ahogada, ¿cierto? —una sutil carcajada fue su respuesta—. ¿Cuándo paso? Doctor, dígame, ¿cuándo paso ese suceso? ¿Era un niño? Su hermana no parece tener más de trece.
Stephen apretó sus labios y aquellas lágrimas, que desde que despertó había querido evitar, brotaron cuáles flores en primavera. Escuchaba los miles de preguntas que Keller parloteaba y la desesperación le había acogido.
—No sabes nada, Keller —al fin habló—. No sabes absolutamente nada.
—¡Pues quiero saber! —exclamó angustiada—. ¡Necesito ayudarlo, Doctor! —reveló y corrió para colocarse delante de él. Al descubrir su melancólico rostro algo dentro de ella se partió—. ¡Usted mismo me lo dijo, no dejar que Haberdash nos manipule! —mortificada, Becky tomó sus brazos—. ¡No deje que use la imagen de su hermana! —gritó a la par que intentaba sacudirlo—. Tengo el presentimiento de que su hermana no querría que se culpase por lo que le sucedió.
—Stephen, ¿por qué me dejaste ir al lago? —soltó la pequeña Donna y el miedo se hizo presente en él.
—Yo...
—¡No responda! —voceó Becky.
—Yo no quería que fueras —ignorando a la joven le respondió. Strange alejó suavemente las manos de Rebecca y se giró para contemplar a su hermana—. Tenía un presentimiento, te dije que no, pero las insistencias, tus amigas del campamento...
—¡¡Doctor!! —insistió.
—Tus gestos por decirte que no fueras... —continuó— Siempre supiste manipularme —dijo con una tonta sonrisa.
Rebecca rodó sus ojos y un amargo suspiro llegó.
—¡Qué no es su hermana!
—Stephen, ¿nunca te reprochaste por lo que me pasó?
—Todos los días, Donna. Todos y cada uno de ellos...
—¿Y por qué me olvidaste?
Strange miró perplejo a su hermana, ¿la había olvidado?
—Donna... yo, yo no lo hice... me convertí en doctor, por ti. Tú me impulsaste a convertirme en un gran médico —confesó con una vehemente sonrisa mientras esfumaba sus lágrimas—. Fui el mejor neurocirujano y todo fue por ti.
—Pero me olvidaste y fingiste que mi muerte jamás paso. ¿También olvidaste las noches que mamá lloraba? ¿Las veces que discutías con papá?
Ante esas nuevas interrogantes y el ritmo en que iba la manipulación Becky se mostró alerta, comenzó su caminar para acercarse a él, pero hubo algo que la tomó por sorpresa. Sus pies habían quedado atorados en la tierra, la cual lentamente comenzaba a transformarse en aquel lago. Sintiendo un gran pánico, alzó su mirada y vio a los dos.
—¡Doctor Strange, por favor! —gritó—. ¡Usted estaba joven y no sabía lo que iba a pasar! —ante eso, Becky notó como el agua subía—. ¡Nadie lo sabía! ¡Deje de culparse, arranque ese miedo! ¡Se lo suplico! ¡Sé que aceptará lo sucedido y detendrá la manipulación de Haberdash! —El agua aumentaba su velocidad y arrastraba a Rebecca hacia el fondo. Sin poder escapar la joven admitió lo que estaba por suceder, respiró profundo, cerró sus ojos y dejó escapar sus últimas palabras—: Confío en usted, Doctor Strange.