Rebecca dejó escapar un ligero silbido mientras tomaba su teléfono móvil del escritorio y descubría que la hora aún estaba en el período de las dos de la mañana. El tiempo no se vio afectado mientras se encontraban en la dimensión de los sueños, donde para ella todo había transcurrido a gran velocidad, siendo horas vividas ahí. Apretó sus labios mientras una ligera mueca aparecía en su rostro, tenía dudas, pero sabía que la lógica no era muy factible en esta situación.
Desbloqueó su móvil y encendió la radio, sonando aquella estación donde la música de antaño se apreciaba. Buscó una libreta y al encontrarla miró los apuntes sobre las canciones que había oído en aquella estación; la gran mayoría las conocía, todas siendo clásicos de los años setenta y ochenta, y unas pocas secciones en esa lista estaban marcadas con signos de interrogación.
La última canción de la radio se había terminado, ni siquiera distinguió cuál había sonado y una nueva comenzó, tomando una pluma y la apuntó.
—Artista, Toto. Canción, África. Año, 1983.
—1982 —escuchó y dejó escapar un largo suspiro.
—1983 —repitió.
—Estás equivocada —mencionó, ella volteó y le miró con el ceño fruncido—. Si no me crees, búscalo.
Nada convencida de lo que se le había corregido, tomó la computadora, abrió el navegador y fue en búsqueda del año en que la canción había estrenado. Becky descubrió que aquel clásico había visto la luz en el otoño de 1982. Apretó sus labios y llevó su inexpresivo rostro hacía él.
—Usted gana, Doctor.
Stephen Strange dejo a relucir una media sonrisa. Él se encontraba acomodado bajo el dintel de la puerta que conducía a la trastienda y aún sonriente retomó la mirada al local mientras la joven le observaba.
—Ya se cobró por lo de ABBA —dejó escapar.
—Aquella ocasión fue un desliz.
—Claro… —respondió Becky junto a una risa y retomó al escritorio.
Ambos guardaron silencio. La música seguía a flote y Rebecca jugaba con las tapas de las plumas, curiosa de que el Doctor Strange siguiera aquí. No creyó que le acompañaría, solo pensó que la dejaría en la tienda y regresaría al santuario, pero decidió quedarse. Tal vez eran por las emociones del momento y de todo lo que acababan de pasar, aunque le agradaba no estar sola.
—¿Y siempre es así? —preguntó Strange.
—¿Cómo así?
—De solitario.
—¿El turno nocturno? —él asentó—. Sí. Nada más los fines de semana es algo activo, aunque entre semana es aburrido.
Stephen volvió a asentir y Becky sonreía suavemente. Era inusual ver al Doctor Strange comenzar una conversación. Él nunca hablaba, nada más se limitaba a escuchar y observar, sin embargo, ahora que se daba esta oportunidad no quería que se esfumara.
—¿Tiene hambre? —preguntó mientras se alzaba de la silla. Él se sorprendió—. Porque si es así, la casa paga —ofreció apuntando a todo el lugar.
—No, gracias.
—De verdad, Doctor. Cualquier cosa que guste…
Rebecca se alejó del escritorio y fue en busca de un yogur. Strange le siguió con la mirada hasta que regresó y tomó un pastelillo Twinkie. Ella volvió a tomar asiento y abrió su bebida.
—¿Y lo pagarás? —cuestionó curioso. La joven movió veloz su cabeza mientras bebía.
Deshizo su posición y empezó a caminar por la tienda, observando a cada producto. La joven le observó hasta que abrió la envoltura de su pan y dio el primer mordisco. Buscando una servilleta escuchó un ruido y alzó su vista para apreciar como él tomaba un Twinkie.
—¡Vaya! —exclamó sonriente—. Usted es de los míos, Doctor —él se mantuvo en silencio—. ¿Solo eso?
—Sí.
—¿Seguro?
—Seguro, Keller.
Ella sonrió y volvió a beber de su yogur.
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Las manecillas del reloj se acercaban a las cinco de la mañana. En el escritorio yacían unas cuantas envolturas de Twinkie y dos botellas de yogur vacías. La liberta de anotaciones sobre la música escuchada había avanzado varias páginas junto a una nueva columna añadida, sobre quien había adivinado la canción. En varias estaba escrita el nombre del Doctor Strange, en otras el de Becky y una gran mayoría de empate.
Rebecca tomó el último pedazo que tenía de su pastelillo, mientras esperaba a que la nueva canción comenzara, y lo partió en dos entregándole una mitad a su acompañante. Strange no renegó del ofrecimiento, aceptó el pan y lo degustó, atento a la próxima canción que sonaría. Ante el comienzo de la melodía, ambos dejaron a relucir unas suaves sonrisas.
—¡And the beats goes on! —contestaron parejo, Becky muy alegre y Strange muy seguro.
Ella se volteó y vio al Doctor.
—¿Año? —preguntó curiosa.
—1979 —respondió aún con esa seguridad en él—. ¿Nombre de la banda?
—The Whispers —dijo la joven, dejando escapar una socarrona risa. Stephen asentó levemente y ella tomó una pluma—. Empate nuevamente —soltó en lo que escribía—. Llevamos muchos, de hecho. No creo que podamos hacer un desempate…
—Debo mencionar, que me sorprende tu conocimiento por este tipo de música —admitió Strange, ignorando el hecho de los iguales.
Becky movió su cabeza y le observó sorprendida.
—Ah… bueno… con respecto a eso, mi cerebro almacena mucha información inútil. O al menos eso me da a entender mi mamá.
—¿De dónde nació el gusto por ese estilo de música? —continuó, asombrándolo por dejar a flote su interés, como a ella por el hecho de hacer preguntas.
—Yo… —continuó, anonadada y pensativa— Nunca me había puesto a pensarlo. No fue por mi abuela, ni mi mamá. Simplemente, un día escuché alguna canción de época, por ahí, y me dejé llevar.
—Entiendo… —dijo Strange mientras agachaba su cabeza.
Rebecca frunció su ceño por el repentino acto, era como si el Doctor traicionara sus ideales al demostrar su curiosidad. Parpadeó veloz y mostró una leve sonrisa.