Las Flores Que Me Diste

DOS

Cuando abro los ojos, el techo de la habitación me hace levantarme rápidamente. ¿En dónde había pasado la noche? La habitación era de un tono blanco, el edredón era de color negro y la luz del sol me ayudo a recordar un poco. Caminé hacia el sanitario, había un espejo muy grande y la ducha me impresionó bastante. En el prostíbulo la ducha solo duraba diez minutos. Agua fría. Jabón en barra de aroma a coco. Cucarachas y un poco de oscuridad ¡Que diferente a este lugar!  

Tiré los rastros de la noche por el inodoro y me di un baño. Tuve que me ponerme la misma ropa de la noche. Encontré una loción de naranjas y menta en uno de los cajones, me puse un poco. 

Al salir de la habitación camine por un pasillo que conducía a otras habitaciones y al final, bajabas las escaleras. Su casa era muy bonita, tenía un estilo peculiar porque no tenía muchas cosas y las decoraciones eran muy simples. Este muchacho parecía ser adinerado ¿Realmente quería ayudarme? ¿Debería seguir aquí? ¿Y si mejor lo dejo?  

No podía negar que su ayuda me ha venido muy bien hasta este momento, sin él no habría podido escapar del prostíbulo. Pero no me siento cómoda. De pronto me sentía abochornada por haberlo conocido. Quizá mi presencia le causaría problemas y eso es algo que nunca me ha gustado: causar problemas. Seguro tenía familia, ¿qué pensarían de mí? ¡No podía meter en problemas a este buen muchacho!   

Me encontré con una señora que estaba completamente apurada en los quehaceres, parecía ser una señora agradable. Ella limpiaba el comedor. 

—¡Buenos días! —Saludé. 

Ella se giró a mirarme. Su mano derecha sostenía un trapo húmedo. 

—¡Buenos días señorita! ¿Puedo servirle en algo? 

Era muy educada. ¿Por qué me trataba con tanto respeto si mi apariencia era tan desagradable?  

—¡No! Descuidé, yo solo, acabo de despertar y ¿sabe dónde está Ángel? 

—El joven Ángel salió a hacer unas compras. ¿Necesita algo señorita? 

Me sorprendió el hecho de saber que ya estaba muy activo con sus actividades de este día. ¿Habrá dormido bien? ¿Tendrá sueño? ¿Cansancio tal vez? ¿Su vida estaría llena de muchas ocupaciones? 

—Solo quería agradecerle por lo que hizo esta noche por mí. Yo, tengo que irme. 

Se exaltó un poco, dejó caer el trapo al suelo.  

—¿A dónde va? No puede irse señorita, el joven... 

—No se preocupe, estaré bien. 

—Pero... 

No la escuché. Comencé a caminar hacía la puerta principal, sacudí un poco mi cabello y entonces abrí. ¡Me sorprendió! Él estaba justo enfrente de mí y traía entre sus brazos, algunas bolsas de papel con las compras de la despensa. Encogí mis hombros y sonreí tímidamente. 

—¡Gracias! —Dijo cortésmente. 

Entro a la casa. La señora del aseo miraba la escena con mucha curiosidad. 

—¡De nada! Yo solo... 

—¿Ya desayunaste? 

Lancé un suspiro. Aún con tacones de plataforma, él era alto. No fui capaz de responder de forma adecuada. 

—Mmmmm no, yo...este... 

—¡Muy bien! Desayunemos juntos. 

Dejo las compras sobre la barra de la cocina. Yo como tonta, solo le estaba mirando muy sorprendida. ¿Cómo es que este muchacho me trataba con mucha confianza? Le pidió a Luisa —así se llamaba la señora del aseo— que nos preparará el desayuno. Me ofrecí a ayudarle, aunque, para ser sincera, tenía años que no me acercaba a una cocina. En el prostíbulo nuestros cuidadores se encargaban de llevarnos la comida una vez al día. ¡Eso explica por qué estoy delgada!  

Al final, doña Luisa rechazo mi ayuda y termine sentándome en el comedor junto a Ángel. La mesa era de madera fina, él en la cabecera y yo a su lado derecho. Sus dedos escribían sobre la pantalla de su celular. 

—Estaba a punto de irme cuando llegaste —dije una vez que él término de escribir. 

Sus ojos se posaron sobre los míos. Desde este ángulo y gracias a la luz que se escurría por los ventanales del comedor, pude notar que sus ojos eran de color miel y había vello oscuro de días en su barbilla. 

—¿Por qué te ibas? —Preguntó con curiosidad—. ¿Necesitas algo? ¿Quieres que vayamos de compras o.…? 

—No nada de eso, yo estoy bien. Estoy muy agradecida por toda tu ayuda y porque no me dejaste ayer en la gasolinera como yo te había pedido —me escuchaba con mucha atención—. Es solo que, no quiero causarte problemas con tu familia o tus amigos. Parece que eres un buen hombre, nunca pensé que vivieras en un lugar cómo esté. La verdad no me siento muy cómoda pensando que me estoy entrometiendo en tu vida. 

No se apresuró a responderme. Escuchó con mucha atención y sus cejas se arquearon de repente. 

—Puedes estar tranquila. ¿Por qué tendría problemas? Después de todo, fui yo quien decidió ayudarte. Aún si alguien quisiera armar algún problema conmigo o con mi familia, prometo solucionarlo.  

—Lo haces sonar muy fácil. 

Percibí una sonrisa suave en sus labios. 

—En realidad lo es, solo no dejes que los demás traten de influir en tu vida y en las decisiones que tomas. 

Eso tenía mucho sentido, me pareció sensato. 

—Intentaré tomar en cuenta tu consejo. 

—Claro que sí y por eso es que quiero decirte algo. 

—¿Que me quieres decir? 

Sus ojos se enfocaron en mis ojos.  

—¡Seamos amigos! 

El tono de su voz, la forma en la que me miraba, realmente me transmitía tranquilidad. Asentí. ¿Seríamos amigos? 

—Pues gracias. Sé que no merezco tu ayuda, pero por alguna razón es que tú no quieres dejar de ayudarme y eso es muy gentil. ¿Qué puedo hacer yo por ti en muestra de agradecimiento? La verdad, como amiga no soy muy buena. Nunca he tenido algún amigo hombre. 

¡Mentí con lo de un amigo hombre! ¿Por qué? Bueno, no es que mi custodio fuese mi amigo, pero la relación que yo llevaba con él no podría definirla como una simple amistad. Ángel pensó unos segundos. Bajo la mirada y sonrió. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.