Las Flores Que Me Diste

OCHO

—¡A que te gano en llegar a la playa! —Me dijo. 

Estaba retándome. Su mirada me gustó, tenía un toque de picardía y juego. 

—No lo creo. 

Y entonces corrí hacia la puerta, la abrí rápidamente y salí de nuestra habitación. Él venía atrás de mí. Bajé las escaleras a toda velocidad, mi respiración se aceleró rápidamente y el sudor no tardó en aparecer sobre mi cuerpo. Eran las cinco de la tarde cuando atravesamos la recepción de la casa. Me estaba riendo mucho y la emoción era inmensa. Cuando la arena apareció, mis pasos se atascaban a causa de los tenis que traía puestos.  

El viento soplaba fuerte y la brisa del mar se sentía muy bien. 

Llegué primero. Me detuve ahí donde la última ola dejo su rastro. Solté un suspiro y sonreí. 

—¡Te gane! —Exclamé. 

Me gire a mirarle y lo que él estaba haciendo me sorprendió. 

—¡No creo! —Respondió. 

Se quitó la playera y dejo a la vista su cuerpo. Su pecho bien definido, sus abdominales como lavadero que estaban cuadriculados, quizá y yo pudiera lavar mi ropa sobre su estómago. ¡Qué bello! Se bajó los pantalones, el vello de sus piernas apareció y su short de color negro desapareció en el momento en que se sumergió adentro del mar. 

¡Ahí estaba yo! Mirando como tonta, riendo, sonriendo y pensando en seguirlo. Qué bueno que le hice caso. Debajo de mi ropa traía el bañador puesto, tal y como él me había sugerido. Las prendas eran de color amarillo y yo me sentía muy bien conmigo misma. Me quité la camiseta, desabroché mis pantalones y dejé todo ahí, regado en la orilla de la playa. ¡Que importaba la ropa! Justo en este momento me sentía como esa canción en ingles de la playlist de Ángel, una canción de Coldplay llamada One I Love. 

—¿Qué estas esperando? Esto se siente bien —Ángel se dejaba llevar por las olas. 

Comencé a dar pasos pequeños. La humedad del suelo se hizo presente en mi tacto. Sentí cosquillas ligeras. 

—¡No sé nadar! —Grité y solté unas carcajadas enormes. 

Entonces, con mucha euforia, decidí entrar al agua hasta un nivel considerable. Era una sensación muy fresca y agradable. 

—Bueno, no te alejes mucho de la orilla. 

¡Pero que más daba! Al fin estaba en el mar conociendo un lugar que nunca imaginé conocer. Apreté mis puños, llené mis pulmones de aire y cerré los ojos. Me zambullí por completo y el sonido del agua me hizo sentir en paz. Abrí los ojos. ¡No inventes! Me ardieron re feo, pero al final esa sensación pasó y adentro todo se veía muy tranquilo, como si estuviera en otro mundo. Y lo estaba. Estábamos en un mundo diferente, lejano a nuestra rutina y a nuestras vidas. Vi las piernas de Ángel sacudirse y de pronto, ahí estaba él, nadando hacía mí. Parecía un pez. 

Salimos a tomar aire. El agua nos sacudía un poco. Un poco de agua salada me entró a la boca. ¡Era muy salada! 

—¿Y qué tal? 

—Está muy padre esto. ¡Me gusta! Me siento en paz. 

Me dedico una sonrisa húmeda. 

—Me alegro por ti. De eso se trata. 

Asentí. Su mirada se detuvo en mí unos segundos. 

—¿Confías en mí? —Su pregunta me hizo mirarle directamente a los ojos. 

—Si. Confío en ti. 

—Bien. Dame tus manos. 

Su petición me causo curiosidad, sentí un piquete en mis emociones. Me acerque a él con las manos extendidas y rápidamente las entrelazó entre su tacto. Sentí una chispa en la piel, su mirada estaba puesta en mí. 

—No tengas miedo. Solo confía y levemente patalea. 

Comenzó a llevarme un poco lejos de la orilla. Mis pies dejaron de tocar el suelo marino y sentí un poco de nervios. Al final era Ángel quien me sujetaba y eso me hizo sentir normal. Ahora él me enseñaba a nadar. 

—Toma la respiración. Nos hundiremos, quiero mostrarte algo. Ve soltando un poco de aire para que puedas hundirte. 

—Está bien. Lo intentaré. 

Uno. Dos. Tres. Mi impresión fue enorme cuándo vi lo que él quería mostrarme. Debajo de nosotros había estrellas de mar. Eran estrellas grandes y no tenían ojos, ni pantalones verdes como Patricio Estrella. ¡Estás estrellas eran de verdad! La arena y el agua hacían que ellas se movieran suavemente por el suelo. Sonreí ligeramente. Él me estaba mirando, me sonrió debajo del agua. Su cabello se movía de forma curiosa y su piel tenía un tono bonito. Aún seguíamos tomados de la mano. Quise hablarle, abrí la boca y entonces tragué agua. Mis nervios aparecieron y no podía controlar mi tos marina. ¡Sentía que me ahogaba! Comencé a patalear y en un movimiento rápido él me llevo a la superficie. Seguía tosiendo un poco, mis pulmones se habían llenado de agua y la garganta me ardía. 

—¡Tranquila! ¡Tranquila! Estás bien. Estás bien. No te pasa nada. 

Ahora él me estaba abrazando. Su cuerpo y el mío estaban muy inundados. 

—¡Perdón! Fue la emoción, se me olvidó que adentro del agua no se puede hablar. 

Me empecé a reír. ¿Qué más podía hacer? La vista había valido la pena y la experiencia también. 

—¿Te gustó lo que viste? 

—Cien por ciento. ¡No inventes, que bonito! 

Inconscientemente pase mis brazos por su cuello, su piel era suave. Tenía gotas de agua en el rostro y su mirada brillaba aún más cuando yo le miraba de cerca. Nos quedamos mirando unos segundos, mis labios se curvaron en una sonrisa y empecé a reír como loca. 

—¡Casi me ahogo! Que tonta. Cómo se me ocurre abrir la bocota adentro del agua. 

Él también sonrió. 

—Lo bueno que estoy aquí. 

Y en ese instante me sentía muy agradecida y en deuda con él. Le abracé, le abrace dentro del mar y no importo si nos ahogábamos por mi culpa. Necesitaba expresarle mi gratitud. 

—Gracias por salvarme la vida de nuevo. 

Recosté mi cabeza sobre su hombro desnudo. 

 

***  

 

Los muchachos habían preparado hamburguesas para la cena. Ángel y yo nos habíamos perdido la comida, todo porqué él quería que yo aprendiera a nadar. Sonaba una canción en inglés con un tono agradable/coqueto, desde una bocina JBL. Los muchachos estaban asando las carnes, las chicas estábamos poniéndoles el complemento para que pareciesen hamburguesas. 




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