Las Flores Que Me Diste

NUEVE

Después de cenar y beber un poco, volvimos a la habitación. Ya eran las once treinta de la noche y mis ganas de dormir eran fuertes. Ángel me acompañaba, la noche estaba tranquila. Caminábamos hacia la recepción, empezamos a subir las escaleras y justo cuando íbamos para nuestra habitación, una de las otras puertas del pasillo se abrió.  

Un hombre salió de ahí y se nos quedó mirando unos segundos. La intensidad de su mirada me hizo empezar a recordar. 

—Hola Ángel, hace tiempo que no nos veíamos —le dijo él. 

Nos detuvimos frente al hombre. Parecía ser un tipo serio. 

—Germán, ¿cómo te trata la vida? 

—Muy bien. Ya sabes, ahorita el negocio de los jitomates está en su pleno apogeo. 

Germán dirigió su mirada hacía mí. Parecía ser un tipo arrogante. Alzó su mano izquierda para rascarse y en ese instante, justo ahí lo vi de nuevo. Un anillo de oro que significa la señal de estar casado, de pertenecer a alguien.  

¡Era él! 

—¡¿Conseguiste novia?! Me alegro por ti. 

Ángel se quedó callado unos segundos. Parecía incómodo. ¿Qué respondería? La tenue luz del pasillo me hizo recordar el prostíbulo. 

—Somos amigos —le dije. 

Parecía interesado en mi respuesta. Su mirada no se apartaba de mí. ¿Me reconoció? ¿Sabría que era yo? 

—Ángel no suele tener amigos. Mucho menos amigas —dijo él. 

Su sonrisa era desesperante. 

—No cualquiera puede ser su amigo. Quizá por eso es que él nunca me había hablado de ti. 

La sonrisa desapareció de su rostro. Mi respuesta fue directa. Era verdad que Ángel y él no eran amigos. Lo supe por la forma y el tono en que habían hablado. Ángel no pudo esconder la sonrisa al escuchar mi respuesta. Las cosas del pasado tampoco podían hacerme esconder lo que yo sabía.  

Entonces la puerta detrás de Germán se abrió rápidamente y una mujer salió de la habitación. ¡Era su esposa! No había duda de ello. 

—¡Hola! Buenas noches Ángel —saludó ella. 

Germán no me despegaba la mirada, seguro que me reconocía. ¿Y qué? ¿Qué podía hacer yo? ¿Ocultarme? ¡No había opción!  

—Hola, Samanta. Un gusto verte —le saludo Ángel. 

Ella sonrió intercambiaron saludo de mejilla. Parecía una buena persona. ¡Su esposo no!  

—Igualmente. Tenía tiempo sin verte —el carácter de ella era muy agradable—. Por cierto, ¿ya cenaron? 

Ella nos miró a ambos. Sonreí. 

—Acabamos de cenar. ¡Muy buenas las hamburguesas! —Dije. 

Germán pasó su brazo por la espalda de su esposa. Dejo su mano en la cintura de ella. Me sentí culpable de pronto. 

—Yo me muero de hambre, hace quince minutos que llegamos y la verdad es que no hicimos ninguna parada. ¡Fue un viaje largo! —Ella se recargo levemente en su esposo, parecía exhausta 

—Oh, pues no los detenemos más. Vayan a cenar. Nos saludamos mañana —dijo Ángel. 

Acto seguido, desaparecieron y nosotros entramos a la habitación. Ángel cerró la puerta y se recargo en ella. Parecía que él tenía un mar de emociones dentro de su alma. Apretó levemente los puños. Caminó hacia el balcón. 

—¿Te encuentras bien? —Le pregunté acercándome hacía él. 

No respondió al instante. Tenía la mirada puesta hacía el mar. 

—Sí. Es solo qué... ¡no sé! No tolero a Germán... 

Alzó la vista hacia mí. Sus ojos eran bonitos, miel, café, brillantes, muy tiernos a la luz de las farolas y la luna. Me recargué contra el barandal, a su lado. Nuestros brazos se rozaban y no me sentía incómoda. 

—...resulta ser que Germán es el hermano mayor de Daniela. Fuimos amigos en el pasado, nos llevábamos muy bien. ¡Nos conocemos desde que éramos niños! Él era alguien muy importante para mí, así como también su hermana. ¿Cómo te sentirías si tu mejor amigo te clavara un cuchillo en la espalda? Sí. Germán me acuchilló con el filo de la traición. Él sabía perfectamente que su hermana me era infiel y que por más de un año me había estado viendo la cara. Cuando Daniela me dejó, la verdad es que me sentía muy mal, no tenía ganas de nada. Fui a ver a Germán para desahogarme y platicar sobre la situación, necesitaba el apoyo de mi amigo, pero él ya no era aquella persona en la que yo confiaba. Me dijo que esas cosas me habían pasado porque no era suficiente hombre para su hermana y que al final, si quería que ella me aceptará, yo debía actuar como si ella nunca me hubiese engañado. ¡Qué tiempos! 

Puse mi mano sobre su hombro. 

—¡Lo lamento! 

—Descuida. Ya pasaron dos años. 

Me sentí agradecida con Ángel por el simple hecho de contarme sus pesares. ¡Confiaba en mí! Hubo un poco de silencio entre nosotros. Él necesitaba escuchar que no era la única persona rota. Era mi turno.  

Después de todo, yo también tenía algo que contarle. 

—¡Yo tampoco tolero a Germán! 

Su mirada cambio a un gesto de curiosidad y asombro. 

—¿Por qué? ¿Ya lo habías visto antes? 

Me mordí los labios. Lancé un suspiro. Por alguna razón me sentía culpable de lo que había pasado. ¡Necesitaba ser sincera con él! Me anime a hablar. 

—Hace cómo tres meses unos hombres organizaron una despedida de solteros en el prostíbulo. Nosotras estábamos informadas, no era la primera vez que pasaba algo así y no fue la última. Cada una de nosotras tomo su posición. A mí me tocó estar en la barra sirviendo el alcohol. Resultaba ser que, a la chica encargada de la barra, esa noche no tenía que acostarse con algún hombre porque se supone que ella no estaba en la exhibición de prostitutas. Bueno pues él se acercó a mí por un trago. Se sentó en un banco, estaba fumando, me pidió un poco de tequila y le llene su vaso. Quiso empezar a platicar conmigo, yo debía ser cordial con él porque, después de todo ese era mi trabajo y para eso es que yo estaba allí. Después de unos minutos, él me pidió más bebida. Tomé su vaso y rápidamente con su mano derecha me tomó de la mano. «¡Necesito que me des placer!» Dijo él. Mi custodio me hizo una seña de consentimiento, él se haría cargo de la barra y yo tendría que cumplir con esa porquería... 




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