Las Flores Que Me Diste

QUINCE

Estaba hojeando mi cuaderno. Las hojas estaban desgastadas y un poco manchadas, supongo que a causa del incendio.  

Habían pasado dos semanas desde que Román me dio el cuaderno y hasta ahora era que yo hojeaba mis recuerdos del pasado. Tenía algunos dibujos hechos a lapicero, algunos retratos de mi bravucón y muchos escritos crudos. ¿Crudos? Intensos, fuertes desahogos largos que mi alma solía necesitar en el prostíbulo. Cómo te he dicho anteriormente, tuve que aprender a ocultar mi parte frágil, así que siempre que me sentía terrible acudía a mi cuaderno para poder escribir. 

 

Cuando empecé a estar para el público en general, Marlon me dijo que lo hacía muy bien. 

—Tranquila. Tú eres de las mejores chicas que he sentido y tenido. ¡Te irá bien aquí! 

Nunca más volví a sentir el cuerpo de Marlon, ni sus brazos, ni su sexo. ¡No más de él! Recuerdo que esa noche use una minifalda roja y un brassier de color negro. Román me explico cuál sería mi cabina, me llevo hasta la barra y me ofreció un trago. Los hombres no tardaron en cogerme con la mirada, algunos eran mayores, otros más jóvenes y muchos de ellos eran hombres cerdos.  

Tomé un poco de vodka, vi a un hombre maduro acercarse a mí. 

—Hola —su aliento era alcohólico. 

Me gustaba el aroma del alcohol, aunque a veces me hacía mucho daño. 

—¿Quieres que sea tuya? —pregunté directa. 

—Eso quiero. ¡Que seas mi mujer está noche! 

En ese momento yo no conocía muy bien el lugar, no ubicaba la entrada principal y cómo funcionaban algunas cosas de por aquí. 

—Dame está noche —le susurré al oído. 

Resbalé mi mano por su pantalón y toqué su erección. ¡Estaba duro! Parecía que mi voz cerca de su oído, lo había excitado demasiado. Le tomé de la mano, lo senté en mi cabina y me subí en él. Comenzó a besarme y acariciarme la espalda, verlo lleno de lujuria me hizo pensar en lo vacío que él debía sentirse como para buscar placer en alguien como yo.  

Acerque mis labios a los suyos y le permití que hiciese conmigo lo que él quisiera. ¿Por qué? El ser prostituta no era algo que a mí me gustará. La idea me causaba dolor y asco, pero aun así me forcé a ser algo que no debía. No tenía a dónde ir, mi familia estaba lejos y yo no quería regresar a casa con papá. Además, Marlon siempre me dijo que él se encargaría de cuidar de mí si yo me encargaba de trabajar para él en el prostíbulo. ¡Claro! Su cuidado no era el mejor, pero al menos tenía eso, la sensación de estar aparentemente a salvo. 

¿Entiendes? Seguramente no entiendes y aunque yo te expliqué muchas veces porqué accedí a ser una prostituta, no entenderías del todo. ¡Nunca seremos capaces de entender por completo las emociones ajenas! Lo intentamos y lo más cercano a entender se demuestra con la empatía.  

Ese hombre me dio su erección, su cuerpo y su respiración agitada. Sus manos tan suaves causaron muchos escalofríos en mí. Mi seno fue el deseo de su boca y apretarlo con fuerza fue la caricia que coronó el inicio de mi prostitución. ¡Ahhhgg! Le pedí que no se saliera enseguida. Apreté su cuerpo, le acaricié el cabello y su nariz se hundió en mi cuello. Sus ojos me miraban con atención y placer, le di un beso en la boca y correspondió a mí una vez más.  

 

*** 

 

Eran las once de la mañana cuando pause mi escritura. Necesitaba aclarar mis ideas y acomodar los sucesos de la historia de Ángel. Decidí salir a caminar. Llegué hasta esa plaza comercial a la que Román y yo habíamos ido. Le escribí a Ángel para avisarle por dónde estaría. 

Terminé sentándome en una banca justo al lado de unas masetas. Había gente que iba y venía, de repente observé a una familia que compartía un buen momento. ¡Qué bonita escena! Si tan solo papá hubiese sido diferente, ¿estaríamos juntos? Yo creo que sí.  

Es muy probable que mis hermanos mayores estuvieran en casa, yo no hubiese sabido lo que era la vida galante y Víctor no hubiese sufrido tanto. ¿Qué será de Víctor ahora? Cuando papá me vendió, no pude despedirme de mi hermanito. Lo último que recuerdo de él son sus lágrimas, su angustia y su impotencia de no poder ayudarme. Salió corriendo a toda velocidad detrás de la camioneta en la que yo iba. Me giré para poder mirar hacia atrás, lo pude ver una última vez, pero entonces ellos me durmieron con alguna sustancia. 

—¡Vaya! ¿A quién tenemos por aquí? 

La voz de ella me hizo darle mi atención. Daniela vestía unos jeans ajustados, una blusa color coral y llevaba el pelo recogido en una coleta. 

—Hola —me límite a decirle. 

Su mirada altanera intentaba menospreciarme. 

—¿Estás sola? 

—No, estoy junto a las plantas, ¿ves? —reí un poco. 

Hizo gesto de fastidio. ¡Chocosa! Esta solo venía a fastidiar, seguro tenía algo en mente. 

—¿Sigues con Ángel? 

Su pregunta hizo reír a mis emociones. Sonreí por fuera y por dentro. 

—¿Tu qué crees? 

Me barrio con la mirada, obviamente que se sentía muy superior a mí, cómo si Dios la hubiese tocado. 

—Escuche que eres una prostituta —ahí estaba ella tratando de discriminarme—. ¡No sé! A lo mejor y Ángel te echo a la calle y por eso es que estás sola en este preciso momento. ¿Estás buscando cliente?  

No le quite la mirada. No me daba miedo y mucho menos me causaba inseguridad que alguien como ella tocara mi pasado. Una sonrisa burlona apareció en su rostro, se veía muy fea, como niña malcriada. ¡Pobrecita!  

—¿Mi presencia hace que te sientas amenazada? 

—¿Amenazada? ¿Por qué me sentiría amenazada? 

—¿Por qué estás hablando conmigo? El hecho de que tú estés aquí me indica que sientes miedo, que eres insegura y que temes algo. ¿Qué caso tiene que me digas algo que es verdad? ¿Piensas que me haces sentir menos, o crees que me voy a sentir avergonzada por lo que acabas de decir? 

—¡Eres una prostituta! 




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