Jean.
Lejos de la ciudad.
Hundido en la espesura del bosque.
Aislado de cualquier sonido.
Sintiendo frío.
Desperté percibiendo punzadas intensas en las sienes, además de un repentino mareo al intentar levantarme y reconocer el lugar. Temblé ante la sensación gélida calándome los huesos y el exabrupto de una voz femenina vociferante en la lejanía.
Reparé en mis prendas, no había ningún ápice de sangre percudiendo la tela de mi camisa, mucho menos nada que reflejase algún indicio de haber cometido crimen alguno. Estaba limpio, me sentía completamente libre de cualquier suciedad y olía al jabón que utilizaba Mack en la ducha. Aunque… No, no recordaba haberme duchado, tampoco tenía memorias de ella a mi lado en las últimas horas.
Entonces, como una presentación de imágenes diapositivas, los recuerdos regresaron a mi mente uno a uno, mostrándome todo lo vivido en horas anteriores. Recordé la mano de Esmeralda tendiéndome una píldora junto a una botella de bebida saborizada, el sabor dulce pasando por mi garganta luego de engullir el medicamento en mi boca. Recordé también, los árboles, edificios y decenas de tiendas, quedando atrás por la velocidad frenética con la que conducía Miqueas. A mis retinas regresó el recuerdo de habernos detenido, de mi necesidad de ponerme al lado de Mack y sostenerle el cabello mientras vomitaba en mitad de la mismísima nada.
Entre mis recuerdos percibí la necesidad de querer bajar del coche, ayudarla mientras su cuerpo sucumbía a las arcadas. Me vi intentando hacer algo, luchando por moverme e ir en su ayuda, pero mis músculos parecían dormidos, entumecidos y aletargados por el efecto de un eficiente sedante. Apenas podía controlar los pensamientos y los movimientos impensados de mis párpados.
A mí, volvió la imagen fresca de Miqueas tomando mi lugar, sosteniendo el cabello claro de Mack en su puño. Posteriormente, cuando ella vació su estómago, él le entregó la misma botella de la cual yo había bebido minutos atrás.
Ahora, de regreso al presente, caminé apretando los dedos contra mi frente, recibiendo el recordatorio de todo. La diapositiva siguió corriendo en mi cerebro, mostrándome recuerdos inestables, alterados de un instante a otro.
Alguien caminado a mi lado, su aroma regresando a mis sentidos aún aturdidos con familiaridad: Mack. Ella me sostuvo en tanto mis pasos entorpecidos se dirigían algún sitio oscuro. Luego se paró frente a mí; yo desnudo en el interior invernal de una bañera poco a poco llenándose de agua tibia. La sangre tiñéndolo todo al entrar en contacto con una pequeña esponja.
Mack habló en esos instantes, mas no recuerdo ninguna oración.
Ella se encargó de mí. Me priorizó pese a no merecer nada. Me cobijo del frío e intentó calmar el remordimiento instalado en mí pese a ella estar conteniendo el llanto.
Caí rendido en la cama, los recuerdos pesaban. Me dolía la cabeza y sentía la garganta seca, pastosa, como si no hubiese recibido agua en días.
Intenté volver a ponerme en pie, aun así mis esfuerzos resultaron vanos. Caí en cada intento, las imágenes de un cuerpo rodeado de sangre atormentando mi cerebro. Un intento de reanimación fallido, los gritos, la culpa escapando de su lugar de acecho, envolviéndome por completo. Las lágrimas nublándome la visión. Mack, Esmeralda y Miqueas observándolo todo en silencio, la estupefacción en sus ojos.
El pasado cercano anudándose con la actualidad de esos instantes. La confusión llenando mi mente, la culpa atascada en mi garganta y un grito luchando por romperse en mi boca que acabó en nada.
La puerta se abrió; sin embargo, no me atreví a descubrir a la persona ingresando a la habitación. Continué con el rostro hundido en mis manos, evitando que viesen la cobardía reflejada en mi expresión.
—Jean —reconocí su voz de inmediato, la sorpresa de verme despierto y un dejé de desconcierto que no supe reconocer.
Me precipité en oír sus pasos, en sentir sus manos tomando las mías e impulsándome a verla aun cuando no podía. No quería que Mack me viese así. Odié reconocer que ya no vería mi rostro como en el pasado, sino el de un asesino tan cobarde que resultaba incapaz de ir a entregarse.
—Jean… —murmuró, insistiendo un enfrentamiento de miradas.
—Necesito espacio —supliqué echándome hacia un costado.
Entonces, al escuchar un carraspeo masculino cerca de nosotros, levanté la cabeza apenas unos centímetros.
Miqueas estaba apoyado contra el mueble a un metro de la cama, con los brazos cruzados y un cigarrillo sin encender moviéndose entre sus dedos. Pero no se encontraba solo, a su derecha; acuclillado, con las manos entrelazadas entre sus rodillas y espetando la escena con una genuina sonrisa colmada de burla, se hallaba Zev Boyko. De pie, con un hombro apoyado sobre el marco de la entrada, estaba Edrick, observando la situación con los ojos entornados y las manos metidas en los bolsillos de sus pantalones.
—¿Qué hacen ellos aquí? —inquirí bajando la cabeza, viendo a Mack de cuclillas frente a mí.
—Yo venía a felicitarte por tu evolución y reciente integración a la familia —Zev replicó, el gesto incrustado en su boca no me agradó—. El trabajo que has hecho fue magnífico. Todo un experto —profirió sentándose a mi lado, palmeando mi espalda con confianza—. Quita esa cara —bufó—. La culpa se te irá con algunos tragos, créeme, luego no sentirás al segundo, ni al tercero —aseguró.
Parecía estar contando algo vivido en carne propia, una estúpida anécdota que tal vez le gustaba compartir con personas de su calaña psicópata.
—Déjalo en paz —espetó Edrick.
Su tono advertido resultó una sorpresa para el castaño a mi lado, quien volteó a ojearlo y posteriormente a menear la cabeza con afirmación, entretanto se levantaba cediéndole sitio a Mack.