Las Gemas de Zira: El Rubí Protector.

Capítulo 8: Un alma destruida.

Perder a un ser querido es lo más doloroso que puede experimentar un ser vivo, pero perder a tus padres, es algo que desgarra y asesina el alma, ni siquiera puedo encontrar, o creo existan las palabras, explicación que logre expresar lo que se siente en tu interior. Se siente como estar en otro lugar, mientras la mente y el corazón no se pueden separar de los recuerdos que uno vive con ellos. En este momento no sentía, no podía sentir algo más que dolor, ya no tenia más lagrimas que botar, de cierta forma me sentía cansada de esto, sin embargo, era inevitable, debía sacar todo el sufrimiento que se acumulaba en mi interior. Solo podía pensar en que la vida se reducía a un momento, hace solo unos días estábamos riendo, desayunando en familia, bromeando en la película que veríamos y ahora estoy aquí sola, con el frio invernal como compañía y la tristeza abrazándome de forma abrumadora.

El sonido del fuego consumiendo los troncos secos del otro lado del campo, fue lo que enfocó mi mente de nuevo a mi presente, lo que acomodó por un segundo mi mente. Estaba sola en medio del bosque, donde horas anteriores de alguna forma había desatado mi ira y eso accionó algo reprimido dentro de mí, aunque estaba sin fuerzas como para pensar en ello. Solo era capaz de mantener los ojos en el lugar exacto en el que sus cuerpos habían sido arrojados por las bestias, seguí el camino hasta el cielo grisáceo donde también se perdía el humo, donde los restos de mis padres habían partido a quien sabe dónde.

¿Y si el sueño que tuve en realidad fue algo más? Cada vez que cerraba mis ojos y todo el tiempo que estuve inconsciente esos ojos rojos, ese llanto, la sangre, el sonido de los golpes impactar en su piel, estaban presentes, algo dentro de mi tenia la certeza de que así fueron sus últimos momentos y que esa figura oscura y malvada con ojos atroces, eran no solo el miserable demonio que había arrebatados sus vidas, sino también Nemidas, que venía también a torturarme. Me abrece a mi misma mientras temblaba, necesitaba a Steven, él era lo único que me quedaba, el calor familiar de su cuerpo, eran lo único que podían consolarme, me dolía saber que no lo volvería a ver jamás.

Una lluvia helada empezó a caer sobre mí, acompañada de unos suaves rugidos en el cielo, ya no quería esto, quería detener estos estúpidos poderes, que se accionaban ante cualquier cosa, especialmente la ira y sed de venganza que tenia en este momento, lo único que me impedía de ir y aplastarle la cabeza era que sabia que era una muerte segura, tenia que entrenar, para tener alguna oportunidad, aunque sea mínima ante él. Mordí mis labios viendo la negrura de mis venas, me ardían, me ardían como el fuego, parecía haber un infierno en ellas, necesitaba controlarlo y parar el ardor, todo esto debía de ser culpa del collar, fue quien hizo que estos poderes se revelaran, decida a quitármelo, tomé el dije resplandeciente con mi mano dispuesta a tirar de él y arrojarlo lejos.

- ¡AH! - lo solté tan rápido como pude, me había quemado.

Roja, palpitante y con la figura del rubí marcada en ella, estaba asustada, la lluvia empezó a mermar de repente ante mi emoción.

¿Qué había sido eso?

Nunca me había lastimado, lo había tocado cientos de veces, debía de ser una señal, un mensaje, no podía, ni era correcto quitarlo de mi cuello.

-Hacia tantos años que no llovía- dijo una suave voz a mi lado- ya había olvidado como se sentía- alzó su rostro recibiendo gustosa las pequeñas gotas que ahora caían- Susan siempre trata de mantener el buen clima.

Su cabello de un rosa muy pálido se pegó a su rostro cálido, extendió sus manos y las pequeñas rosas que tenia como un tatuaje empezaron a florecer, abrir su capullo como si fueran reales.

-Al menos a ti te agrada esto.

 Poseía un cuerpo tan diminuto, que era cubierto por una especie de túnica de un verde oscuro, del que parecía sobresalir un vestido del mismo color de su pelo, parecía ser parte de su cuerpo, nacía desde unos dos dedos arriba de su pecho, en escote de hombros caídos, contaba con unos débiles destellos blancos y amarillos, solo que esta vez la tonalidad rosa se iba degradando y en la falda era un tono más oscuro. Había algunas pequeñas rosas en el vestido, que llegaba a sus rodillas.

- Se lo que se siente- dijo viéndome con unos profundos puntos negros que tenía como ojos- perderlo todo, tu hogar, familia y todo aquello que te importa-agregó mientras veía lo mismo que yo, el paisaje seco, consumido por el humo y lo que quedaba de fuego- que el odio, la maldad y el rencor desaparezca lo que amas y que tu propio ser muera con ellos, nunca se vuelve a ser el mismo, es como si estuvieras en el limbo.

-Hablas…hablas de lo que sucedió…

-Desde hace casi 20 años- me interrumpió, se escuchaba esta vez molesta, la veía temblar, no del frio, sino la ira y el recordar- el tiempo va tan deprisa, solo quedan cenizas de lo que fue…solo imagina, el paraíso más hermoso que se te pueda venir a la mente, eso era Gemireth y mil veces más.

 Lo recuerdo como si hubiese pasado ayer, era un día importante para el reino, quizá el más importante de nuestra vida, era el aniversario número 400, como cada año celebrábamos a la madre Terra por otorgar los dones a los gemirianos, en recompensa por haber cuidado de ella y sus recursos, por no destruirla con el desarrollo de la sociedad. Se hacia una gran fiesta- sonrió grandemente- todo el reino asistía, la plaza real se decoraba con colores vivos que representaban la felicidad, podía olerse el aroma de las flores y las trillizas cocinando desde el palacio, se danzaba alrededor de las 5 poderosas gemas que mantenían el equilibrio como tributo, pero ese día era más importante que las otras celebraciones.

Ella cerró sus ojos atrapando el recuerdo que llevaba años repitiéndose en su memoria, parecía que hablar de ellos le hacia bien, de pronto se notaba más tranquila, como si se estuviera liberando de alguna manera, talvez era eso lo que yo necesitaba, liberar este dolor, sin importar cuantos años me tomara.




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