La alarma sonó cuando habían pasado las dos de la mañana en el recinto de habitaciones de las Hermanas Curadoras, avisando un nuevo paciente que estaba llegando.
La primera en despertar fue la hermana Jimena. En el momento que la alarma resonó por los pasillos del quinto piso, sus ojos se abrieron de inmediato. Con calma se levantó de la cama, agarró su traje de enfermera del armario que tenía al frente, abierto y con todo listo para arreglarse con prontitud. Se cambió en cuestión de segundos. Había aprendido a través de los años que una emergencia podía presentarse a cualquier hora y con eso en mente condicionó su cuerpo y energía para estar atenta.
Se observó en el espejo, arregló unos dobleces del uniforme, y contempló su rostro, radiante y cálido. Notó un par de arrugas en la comisura de los ojos, pero no le importaba. En realidad, ya iba era tiempo. Sonrió, satisfecha, y salió de la habitación.
Caminó por los pasillos, golpeando en las habitaciones de las demás chicas para asegurarse que estuvieran despiertas. Cerix y Sara estaban listas. Solo faltaba una. Se acercó a la habitación de Valeria y antes de poder golpear, la puerta se abrió y la muchacha apareció en la entrada. Tenía el uniforme hecho un desastre, los cabellos enredados y tiesos. Y el rostro ni siquiera mostraba señales de que estuviera despierta.
—Valeria, tienes tu uniforme al revés.
La chica bostezó y se estiró, desperezándose. Un ruido de algo rompiéndose se escuchó y sus ojos se abrieron como platos.
—¿Por qué estos uniformes tienen que ser tan ajustados, Hermana Jimena? —Reclamó con cansancio.
La hermana suspiró, era el tercer uniforme que Valeria rompía en el mes. Al menos la Madre Directora había escuchado sus consejos para hacer más resistentes los uniformes.
Jimena le indicó a Valeria que se diera vuelta, dándose cuenta de que los quiebres del uniforme habían sido en la espalda. La Hermana respiró hondo, concentrándose. La energía del Éter fluyó por su mano derecha y la colocó sobre las costuras rotas. Los hilos comenzaron a alargarse, pasando por los agujeros de las costuras, reparando las rasgaduras, ahora deberían ser lo suficientemente largos para resistir los movimientos de la chica.
Cuando hubo terminado, el Éter en su brazo se disipó y con él hubo un sonido de aire escapándose. Jimena frunció el ceño y luego le dio un golpe en la cabeza a Valeria. La chica soltó un grito y se giró, alarmada.
—¿Por qué me pegas?
—No te quedes dormida. Tienes dos minutos para volver ahí adentro, echarte algo de agua en la cara y arreglar tu uniforme. Vamos, no quiero queja alguna.
Valeria tampoco se quejaba mucho, pero era mejor dejarle claro eso. La chica volvió a su cuarto con los ojos entrecerrados y cerrando la puerta sin decir más. Jimena esperaba que en verdad se alistara pronto, el herido debería estar llegando a la recepción en cualquier minuto.
Editado: 21.11.2024