Luis estaba asustado, no había visto tanta sangre en su vida. Claro que había visto golpes que podían reventar una nariz, era normal, pero no cortes tan profundos en alguien. Un humano no debería ser capaz de perder toda esa sangre y mantenerse en pie.
Javier se encontraba recostado contra la pared del ascensor, que llevaba un buen rato bajando. «¿A dónde estarían yendo?», pensó Luis. Su amigo le había dicho que conocía un lugar donde podían atenderlo sin levantar sospechas, pero él estaba seguro de que cualquier persona cuerda les preguntaría cómo Javier había terminado con cuatro cortes en su pecho.
Cuando pensaba en lo ocurrido, Luis sentía ganas de vomitar por la ansiedad. Habían estado de acuerdo en el robo, aun así, no habían contemplado qué hacer si algo salía mal.
Sacudió la cabeza, pensando en la bestia que los atacó. Debía ser un animal enorme, posiblemente ilegal, era una tontería tener algo así para cuidar un taller de autos.
Luis escuchó un ruido y se giró, era Javier. Estaba tratando de hablar mientras un montón de sangre se acumulaba en su boca, el brazo con el que se sostenía cedió y estuvo a punto de caer, si no fuera por la reacción de Luis, quien lo agarró justo a tiempo.
—Marica, no se me caiga, que luego tengo que reponerlo como nuevo si se aporrea la cabeza y queda más tonto.
No se le había ocurrido nada más que aquella tontería. Javier se sacudió y a Luis le pareció que su amigo se reía. Claro, era esa clase de idiota, por algo eran amigos.
Por fin, el ascensor se detuvo, indicando el piso número cinco. Las puertas se abrieron y Luis vio a una mujer adulta de cabello rubio en la entrada. Llevaba un uniforme blanco con bordes verdes y un logo de manos con las palmas hacia arriba, sosteniendo un círculo dividido en ocho partes. El frente del uniforme era cruzado, con botones del mismo color verde y bolsillos a cada lado de la chaqueta. La parte de abajo era un pantalón con el mismo patrón de colores, parecía un uniforme normal de enfermería.
—Por los dioses… —exclamó la mujer—. Sara, limpieza rápida. Valeria, la camilla.
Una chica más joven, con una cicatriz en la mejilla izquierda, de piel morena y el mismo uniforme se acercó con un balde de agua en la mano. Luis lo observó y luego vio la pared y el suelo detrás de él, manchados de sangre como si la masacre hubiera ocurrido en ese lugar.
—No creo que ese cubo sea suficiente.
La chica sonrió, era guapa a pesar de la cicatriz, tenía un lindo color de ojos… ¿dorado?
—No te preocupes, sé usarla. —Dijo, con un leve acento de la costa.
Metió la mano en el cubo de agua y cuando lo sacó, el líquido rodeaba su mano. El agua estaba cristalina y de un momento a otro comenzó a mostrar burbujas en ella que comenzaron a flotar por el ascensor, adhiriéndose a la pared.
«Claro, usando el agua en pequeñas cantidades puede rendir más». Fue lo único que atinó a pensar Luis al observar aquella escena. Sara era la experta, no él.
Otra chica, probablemente Valeria, se acercó a él y tomó a Javier en sus manos, Luis quiso ofrecerle ayuda para subirlo, pero la chica lo alzó como si no pesara y lo puso en la camilla. Su amigo dejó escapar un gemido, pero no reaccionó.
Luis observó a la chica que había alzado a su amigo. Tenía el cabello negro recogido en una coleta y su cuerpo era más ancho y musculoso que el de Sara. Se dio cuenta que, en la parte de atrás del uniforme, había un par de costuras rotas.
—Eh… chica, disculpa. Se te rompió el uniforme.
Valeria se giró, dando vueltas en su sitio mientras intentaba alcanzar la costura que había en su espalda. Cuando pudo sentirlas, compuso una mueca de fastidio.
—Maldita sea, cómo odio estos uniformes.
La mujer que lo había recibido suspiró y colocó las puntas de los dedos en la sien de la cabeza.
—Valeria, solo llévate al joven, por favor. Necesita atención urgente.
Valeria asintió, aunque siguió rumiando su odio por el uniforme. Luis vio cómo se llevaban a su amigo y por un momento recobró la consciencia, no podía dejarlo solo.
Dio un par de pasos al frente, queriendo seguir la camilla, pero la mujer lo detuvo con un toque en su pecho.
—Estará bien. Necesitamos que confíe en nosotros y mientras tanto, nos cuente qué ocurrió y su relación con el paciente. Yo soy Jimena y estaré al tanto de la recuperación de su amigo. Por favor, sígame.
Luis dudó por un momento, pero si Javier le había indicado que fueran a ese lugar, era porque podían confiar en esas mujeres. Debía confiar en él.
Jimena lo acercó al escritorio que estaba más al fondo del recinto, cerca de los pasillos. El mueble era una media luna con una pequeña entrada en su extremo derecho. Encima tenía varios papeles, acomodados en un orden perfecto. Al lado, había un teléfono de oficina y un esfero atado al teléfono. Todo como un hospital.
Y la chica que lo atendía era una chica de piel rosada, con alas transparentes que tenían pequeños remolinos en su interior, los ojos de la chica eran de un azul cielo que irradiaban un brillo atrayente.
Como todos los hospitales, había alguien en la recepción para recibir la información. Esa fue la parte que Luis decidió aceptar en su cabeza y así poder sonreír.
Editado: 21.11.2024