Las Hermanas Curadoras

IV

Jimena se acercó y revisó el procedimiento que estaba llevando Valeria a cabo. Debía asegurarse de limpiar la herida, que no estuviera infectada y conectar al paciente a los equipos para revisar su estado.

La sede del centro se especializaba en emergencias, y el quinto piso, en ataques de criaturas. Las habitaciones eran individuales, ya que cada caso necesitaba una solución específica. La habitación constaba de una cama, dos equipos de control, televisor, y un baño personal. A pesar de que todo eso parecía de lo más común, una de las máquinas registraba el nivel de Éter en el cuerpo del paciente necesario para conocer si su energía estaba corrompida. O, si, al contrario, sus niveles eran bajos, lo que indicaba qué tan grave podía estar la persona. El otro se encargaba de los signos vitales físicos, indicando las áreas afectadas en la pantalla con total precisión.

Mientras Jimena observaba a la chica, un sentimiento de orgullo la llenaba. Valeria llevaba casi seis meses desde que había decidido convertirse en una Hermana y su trabajo, aunque a veces llevado por la ansiedad, estaba lleno de motivación. Se entregaba a los cuidados de los demás como ninguna otra. Esto, en vez de generar algún conflicto, solo hacía que se ganara el afecto de las demás chicas quienes se dejaban llevar por sus ganas de aprender y les encantaba enseñarle todo lo que pudieran.

Pensaba en el recorrido que habían tenido para llegar a ese punto, y no pudo evitar sonreír.

Valeria abrió la camisa del joven, dejando al descubierto marcas de garras profundas, pero no peligrosas. Jimena sacó de sus bolsillos una libreta en cuero verde y revisó los datos registrados. La libreta estaba conectada con los formularios gracias a símbolos de alquimia hechos con Éter, por lo que le permitía leer lo que se hubiera escrito en ellos. El joven se llamaba Javier, de veintisiete años, y su acompañante era Luis, de veintiséis. Se acercó en silencio a revisar las marcas, lo más probable es que hubiera perdido una cantidad de sangre peligrosa. La Hermana revisó la maquina y comprobó que los niveles de energía eran estables, sorprendentemente para un humano con esa clase de herida.

—¿Has identificado alguna anomalía? —Le preguntó a Valeria.

—Nada por el momento, no presenta signos diferentes a los de un humano normal, incluso su Éter…

—Lo sé, —continuó Jimena—, no muestra señales de refinamiento, o de haberse usado.

Valeria guardó silencio mientras limpiaba la herida con agua, era el proceso que debía seguirse. El agua debía estar infusa de Éter para que así detecte señales de contaminación en la carne.

—No se ha infectado, lograron traerlo pronto.

—A las dos de la mañana las calles de Bogotá son la mejor carretera. —Afirmó Jimena—. No olvides que tienes que dejarla bien limpia antes de comenzar a cerrar la herida, para evitar que se infecte por dentro.

—Sí, Hermana.

A pesar de que la respuesta era formal, había algo en la forma como Valeria lo dijo que hizo sospechar a Jimena. Se quedó unos segundos en silencio, observando cómo la chica limpiaba la herida con cuidado.

—¿Qué te preocupa? —preguntó Jimena.

Valeria se sobresaltó, miró de reojo a la Hermana y luego pasó saliva.

—Estás muy silenciosa, no es normal. Habla, tienes permiso, si es que lo necesitabas.

Valeria bajó sus brazos y se giró para ver a la Hermana Jimena. En aquella mirada no estaba aquella joven jovial amada por todo el mundo, sino la otra, la de una vida anterior.

—Los dos tienen un nivel básico de Éter, puedo sentirlo sin necesidad de acercarme mucho o revisarlo en los equipos. Ningún humano con esos niveles de energía conocería un lugar como este y menos sobrevivir a esta clase de heridas...

—¿Crees que son infiltrados, o algo por el estilo?

Valeria la observó fijamente, con sus manos puestas sobre sus muslos, una sobre otra, expectante. Aquella mirada siempre lograba darle un escalofrío a Jimena. Respiró hondo y mantuvo la compostura.

—Entiendo tu punto, pero este es terreno neutral, nadie ha decidido atacarnos en ya casi mil años. Además, los dos han pasado por mucho, al parecer, por lo que lo más probable es que tengan sus fuerzas menguadas.

Parte de lo que ella decía se lo estaba diciendo a sí misma. La situación no era para nada extraña, ataques como esos podían ocurrir en cualquier momento, pero también había percibido la energía de los dos chicos y eran totalmente normales. Pocos humanos ordinarios habían conocido ese lugar, y solo uno de ellos había mantenido sus recuerdos.

Jimena observó a Javier, acostado en la cama del hospital. Algo en sus rasgos le pareció familiar…

El chico se movió y gimió con fuerza, abrió los ojos con dificultad, y observó a las dos mujeres que estaban con él.

—Sigue limpiando la herida, Valeria. Yo me encargaré de aliviar el dolor.

La chica volvió a su trabajo, la mirada que había puesto antes desapareció y volvía a ser la Valeria de siempre. Jimena se acercó a la cabecera de la cama y puso su mano sobre la frente de Javier, este comenzó a mover la boca, intentando hablar.

—Shh, no hables. En un par de minutos el dolor menguará y podrás preguntar lo que quieras, pero primero, necesito que te calmes.



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En el texto hay: hombres lobo, asesinos, magia

Editado: 21.11.2024

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