Dos semanas antes de la trágica noche, Luis y Javier habían salido de parranda por Chapinero. Al principio, Javier no tenía los ánimos para salir de fiesta, pero Luis logró convencerlo de salir con otro par de amigos, de todas formas, eso de estudiar para un examen podía hacerlo luego de una buena noche de descanso, según los grandes consejos de Luis.
Llegaron a un bar ubicado por la 45, en la zona de los bares. Luis había escuchado sobre el lugar, aunque, por más de que lo intentara, no podía recordar el nombre. Eso no importaba, sabía cómo llegar, y era lo que contaba. Todo mientras pudiera disfrutar de un buen trago, y si encontraba alguna chica con la que pasar la noche, mejor todavía, por lo que el lugar lucía prometedor. Lo único que distinguió cuando llegaron fue la caricatura de una chica disfrazada de loba.
Cuando entraron, el estruendo era lo suficientemente fuerte para olvidar el fastidio de trabajar, pero no parecía ser así para Javier. Luis intentaba hacerle cambiar la expresión, pero no lograba mejorar el ánimo. En un momento, la mesa que compartían con otros dos se desocupó y Luis confrontó a su amigo.
—Marica, ¿qué pasa? Entiendo que usted no es de rumba, pero otras veces tiene mejor cara, ¿qué ocurre?
Javier suspiró e intentó dar un par de excusas típicas.
—Nada, todo bien. Solo el cansancio de la Uni.
—A otro perro con ese cuento.
—Es en serio. —Afirmó Javier, intentando componer una sonrisa en el rostro.
—No, siga intentando que esa no se la creo. A ver, desembuche.
Al final, Javier dio un largo sorbo a su cerveza y habló:
—Mi padre está muy grave de salud. Tienen que hacerle una operación de corazón y no tenemos dinero para eso. La situación ha estado grave desde hace un tiempo. Mi padre incluso dejó de recibir casos para ocuparse de su salud y ahora, eso le está jugando en contra.
Luis contrajo la cara. Uno nunca se espera que un abogado como el padre de Javier tubiera problemas. Dio un sorbo a su cerveza y los dos guardaron silencio por unos segundos.
—Pues, hombre, qué le digo, lo lamento de verdad. ¿Su padre no tiene alguien que lo ayude? Bueno, es abogado, un médico con el que haya trabajado, tal vez.
Javier desvió la mirada.
—Mi padre atiende casos especiales que le dan buen dinero, pero ninguno con un contacto así. Además, usted lo conoce, él es terco y no acepta ayuda fácilmente.
Luis asintió, había conocido a Don Gerardo desde que estaba en séptimo, cuando Javier se había pasado a su escuela y se hicieron buenos amigos. El hombre era muy dado a dar su ayuda para lo que fuera, pero cuando uno intentaba ayudarlo, lo rechazaba con gentileza, pero firme, era imposible contradecir a Don Gerardo cuando se ponía terco.
—¿Y eso desde hace cuánto? —Preguntó Luis.
—Unos cuatro meses, gracias a Dios no le ha pasado nada, pero, si no hacemos la operación pronto, un ataque cardiaco puede ser fulminante.
—Mierda…
El ánimo de la noche decayó, Luis ya no podía sentir la calma de antes, y se lamentaba de su amigo, pero tampoco tenía cómo ayudarlo. Su propio padre apenas tenía dinero para sostener la casa y la ayuda que le proporcionaba Luis era lo justo.
Los dos amigos con los que estaban volvieron, sonrientes y con la fiesta en la cabeza. Al ver sus rostros, la sonrisa desapareció y preguntaron qué había ocurrido. Luis intentó negar que algo malo pasara, aunque sabía que debía estar poniendo una pésima cara.
Javier se levantó un momento para ir al baño y los otros dos volvieron a preguntar, esta vez con más insistencia. Luis no pudo evitarlo y les contó un poco de lo que ocurría. Aunque Javier nbo lo admitiera, era igual de terco que su padre para pedir ayuda.
—Vea hombre, lo que pasa es que la familia de Javier anda corta de dinero en este momento y necesitan una ayuda, pero no saben de dónde sacarla. ¿Alguno de ustedes conoce a alguien?
Los dos manes se miraron por un momento, y luego, revisando que no hubiera nadie cerca para escucharlos, uno de ellos, llamado Fabián, se acercó a Luis para hablarle más en privado.
—Conozco alguien en este bar que puede ayudarlo. Pero el maricón de Javier tiene que ser firme con su palabra, si no, no se puede hacer nada.
—Él es firme... —Comenzó a decir Luis.
—Claro que no, solo se la pasa ahí con su carita de juicioso, ese man lo que le hace falta es vida para tomar una decisión clara y no andar tanto metido en los libros. Si usted cree que puede aceptarlo, yo lo llevo con el man.
Luis se quedó pensativo, mientras Fabian se alejaba para dejarlo con la idea rondando en la cabeza. ¿Podía dejar que su amigo tomara una decisión comprometedora? Pero, la situación era lo bastante grave como para tomar medidas desesperadas.
Javier volvió del baño y Luis le comentó lo que había dicho Fabian. Al principio, Javier se mostró contrariado, pero luego, asintió con firmeza.
—¿Está seguro? —Le preguntó Luis, sintiendo que algo no estaba bien del todo. Le había comentado porque era una opción, pero entre más lo pensaba, más inseguro se sentía. De todas formas, Javier asintió.
Editado: 21.11.2024