—Llegamos al carro y no sabía a donde llevarlo. Javier me habló de un lugar que conocía. Me dijo donde era y yo puse rápido las indicaciones en el celular, trayéndonos aquí. No sabía qué más hacer, él se despertó y me dijo qué hacer en el citófono, y ahí me contestó una mujer, le dije sobre Javier y nos abrieron e indicaron que fuéramos al ascensor. Y eso es todo.
Luis levantó la mirada para observar a Jimena, quien guardaba silencio. La mujer apretaba los labios con fuerza, intentando no soltar improperios a diestra y siniestra. Por los dioses que la juventud era tonta, agradecía no estar más en esa época de su vida.
—¿Eso es… suficiente? —Le preguntó Luis.
Jimena respiró hondo, muy, muy hondo.
—Sí, joven Luis, es suficiente.
El teléfono de la recepción sonó, sobresaltando a todos los que estaban en la sala. Cerix se acercó corriendo y contestó.
—Quinto piso, emergencias físicas, habla Cerix. Sí, claro, por supuesta, Madre Directora.
Jimena puso los ojos en blanco, lo que faltaba. Cerix volteó a verla, aterrada. Jimena asintió, sabía lo que tocaba. Se levantó, alisó su uniforme y se acercó al escritorio. Cerix le entregó el teléfono y Jimena habló:
—Aquí la Hermana Jimena.
Una voz fuerte llegó desde el otro lado, la voz de la Madre Directora, encargada de dirigir toda la Sede, y por eso, tenía el humor de una vara de hierro.
—¿Por qué tengo dos carros con un grupo de hombres intentando entrar a la Sede, Hermana Jimena?
—Al parecer el último paciente se involucró con ellos, y vienen a buscarlo. —Contestó Jimena con toda la calma de la que era capaz en ese momento. Evadir la situación diciendo otra cosa no llevaría a nada.
—¿Entonces los dos jóvenes son parte de ese grupo?
—No puedo confirmarlo del todo, Madre Directora.
—No es la clase de respuesta que busco, Hermana Jimena. —Comento la voz fuerte, Jimena podía sentir el enojo en la voz de la anciana—. Hasta ahora, no me das una razón para negarles la entrada.
—Pero tampoco una razón para que entren.
La Madre guardó silencio. Era una apuesta arriesgada, pero Jimena debía usar esa carta a su favor mientras podía.
—Quieren contactar con nosotros. Abriré el canal para que hablen contigo, yo estaré escuchando, ¿de acuerdo?
—De acuerdo.
Jimena esperó. La situación en la que se había metido la Sede era comprometedora en ese momento, pero, de todas formas, nadie podía entrar por la fuerza. Tenía que convencerse de eso si quería librarse sin que nadie resultara herido.
La línea sonó con un poco de estática cuando se conectó con el altavoz de afuera. Una voz carrasposa habló:
—¿Aló?
—Aquí la Hermana Jimena, ¿con quién hablo?
Jimena pudo notar en el rostro de los presentes cómo el miedo los atenazaba. Bueno, en el de casi todos, debía llevar la conversación a lugar seguro y evitar que aquella bomba estallara. La mirada de Valeria era tan penetrante que Jimena tuvo que dejar de mirarla para no sentirse atacada.
Una risa gutural fue la única respuesta que obtuvo, había algo familiar en ella.
—Jimena, sí, ya nos habíamos visto. Parece que no me recuerdas, pero eso no importa. Vengo por algo que es nuestro y lo tienen resguardado.
—Lo siento, según entiendo, el joven Javier hizo un trato con ustedes por dinero, nada más, no hace parte de su banda y no podemos darle ingreso.
—¿Es así? Que yo recuerde, el jovencito es de nosotros hasta que cumpla su parte. Nosotros dimos el dinero, y él debía completar el robo. No ha terminado el contrato, manteniéndolo de nuestro lado. Ya sabe, mierdas burocráticas, Hermana.
Jimena maldijo para su interior, mirando con dureza a Luis. Este se sobresaltó y dejó escapar un gemido. Lo más probable es que no supiera todo lo que el trato tenía, incluido que fue realizado con licántropos. No podía culparlo, a él no. Aquello era una letra pequeña en un contrato más amplio. No podía culpar a ninguno de los dos.
Un trato podía indicar varias partes, y entre licántropos, quienes conocían los entretejidos del Éter, un trato especial como ese involucraba a Javier con ellos de forma definitiva. A pesar de que quisiera mantenerlos a raya, no podía hacer nada.
—Entonces, hermana. Creo que está más que claro que podemos entrar y esta vez, no hay nada que lo impida, ¿correcto?
«¿Esta vez?» De nuevo la risa gutural le despertó algo al fondo de los recuerdos, pero nada que pudiera asociar por completo.
El sonido de unas puertas abriéndose se escuchó al otro lado del teléfono, les habían dado paso.
—Ah, qué bella es la burocracia, ¿no cree?
Se escucharon risas al fondo, y la línea volvió a conectar con la Madre Directora.
—Jimena, lo siento, pero si el contrato fue hecho de esa manera, debemos dejarlos entrar, tienen todo el permiso de venir por uno de los suyos.
—Lo entiendo, Madre Directora. —Por fuera, Jimena mantenía su rostro impasible, por dentro, quería destrozar a ese par de tontos que habían llegado a su Sede y echarlos a patadas del lugar.
Editado: 21.11.2024