Valeria entró en un periodo de prueba para demostrar que podía cambiar, aprender las técnicas de curación de las Hermanas, y así, poder hacer los votos finales con la deidad de la Vida. Solo había hecho una promesa, y fue a Jimena.
El ascensor descendía al quinto piso. El sonido de los engranajes en funcionamiento era lo único que se escuchaba. Había ido al cuarto de energía y desactivado el sello que permitía la fuente de luz infinita que usaban en aquel piso, por lo que todo estaba a oscuras.
El ascensor llegó, haciendo eco mientras se detenía. Las puertas se abrieron con estruendo, como las fauces de una criatura. Los hombres-lobos salieron, desperdigándose por toda la sala de espera. Valeria observaba, analizando.
Tenían diez hombres con ellos, armados. Unos rugidos se escucharon cuando los hombres se desplegaron en formación, apuntando con su mira en busca de cualquier irregularidad. Valeria observaba, divertida. Había olvidado que aquella parte era muy entretenida. La expectación, esa sensación de peligro que sentían los demás antes de que ella atacara. Podía notar el sudor corriendo por la piel de sus víctimas, el miedo en ellos.
Cerró los ojos y se obligó a concentrarse, mandando los pensamientos al fondo de su mente. No era momento de pensar así.
Tres licántropos salieron del ascensor, sus bocas goteando saliva por donde caminaban. Sacudían sus hombros, como si estuvieran quitándose algo de encima. Estaban terminando su transformación en ese instante, dejando atrás su aspecto humano. Las garras destellaron con la luz pálida que salía del ascensor, peligrosas y afiladas.
Uno de ellos levantó el hocico, percibiendo el aroma que había en el aire. Era el momento.
Valeria dejó el Éter fluir por su cuerpo, soltando la respiración. En ese momento, el hombre-lobo la detectó, cuando ella caía del techo lista para atacarlo, la bestia dio unos pasos hacia atrás, evitando por poco su ataque. Pudo escuchar su risa, gutural, y se dio cuenta que tenía una cicatriz en la mejilla.
«Te encontré», pensó, con una sonrisa en sus labios. La bestia decidió atacarla, alzando sus garras y haciéndolas caer con una fuerza descomunal, dejando marcas en el suelo. Valeria se había alejado justo a tiempo de evitar el golpe, dirigiéndose a dos hombres que estaban a su derecha. Con golpes rápidos directo a la cabeza, los hombres no tuvieron tiempo de disparar.
Pero los otros sí, quienes apretaron el gatillo más por un instinto primitivo, aterrados de aquella sombra entre sombras que no alcanzaban a ver.
—¡Detengan los disparos, parranda de imbéciles! —Gritó el hombre-lobo, haciéndose escuchar sobre el estruendo de los tiros.
Los casquillos de bala rebotaron contra el suelo, el silencio volvía a ser compañero de la oscuridad, pero no fue por mucho tiempo, ya que dos hombres más gimieron ante los golpes de Valeria, sus cuerpos pesados cayendo al suelo. Las armas sonaron mientras volvían a ponerse en posición para disparar, pero fueron detenidos por un gesto del licántropo.
—Solo gastarán balas si no son capaces de verla, idiotas. Es un milagro que no resultaran muertos.
Un nuevo sonido metálico llamó su atención. Algo cayendo al suelo.
—En realidad, ha sido algo difícil mantener todas las balas a raya, para que no tuvieran un solo rasguño.
La voz de Valeria sonó omnipresente. Incapaz de detectar la fuente del sonido, el hombre-lobo usó su olfato de nuevo, ignorando el escalofrío que sentía ante aquella muestra de poder.
Valeria había podido desviar todas las balas que estuvieron a punto de herir a alguno de ellos. Todo en una cuestión de segundos, en plena oscuridad. Aquello solo podía calificarse como terrorífico. O, dependiendo de a quien se le pregunte, maravilloso. Porque Valeria estaba segura de que, con eso, dejaba claro que no estaba oxidada.
Un cuerpo cayó al suelo, luego otro y un tercero acompañó a los demás. Solo quedaban tres hombres en pie y los tres hombres-lobo. A pesar de que debía haberse concentrado primero en las bestias, Valeria sabía el daño que estaba haciendo, eliminando con rapidez a los hombres con las armas. Pudo ver a los otros dos licántropos que acompañaban el grupo dando pasos hacia atrás, temiendo atacar.
El líder de la manada, el lobo de la cicatriz se giró, gruñéndoles. Los otros dos agacharon su cabeza, sumisos.
—No nos dejaremos atemorizar por una simple mujer. Somos hombres-lobos, no retrocedemos, ¿o quieren en verdad quedar como los más débiles de la banda?
—Mejor débiles que muertos, ¿no crees?
El licántropo río, con aquella risa extraña salida de la caverna que era su garganta.
—Si quisieras matar, ya lo hubieras hecho. ¿O me equivoco? Si no, no hubieras detenido las balas.
De nuevo, la voz de Valeria se escuchó por todo el lugar, como si ella misma se hubiera fusionado con la oscuridad y su ser fuera uno solo con aquella materia:
—No lo hice por cuidar a tus hombres. No tienen nada extraordinario, aparte de su manejo del Éter. Matarlos no vale la pena, pero un hombre-lobo, ese es un trofeo que podría ver colgado en mi habitación.
La bestia rugió con enojo.
—Suficiente, estoy harto de este juego.
Editado: 21.11.2024