Las lagrimas de Joseline

Capítulo 1

Joseline se sentó en el borde de la mesa de madera tallada, retorciendo nerviosamente los extremos de su chal mientras la señorita Carver, su antigua maestra, cerraba su cartera de cuero.

—Siempre has sido una chica brillante, Joseline —dijo suavemente la señorita Carver, apartando un mechón de cabello enredado por el viento de su rostro—. La medicina es un camino exigente, sí, pero no es imposible. Y estoy dispuesta a darte clases particulares, sin costo alguno. Solo necesitas tiempo para estudiar con empeño.

El corazón de Joseline se calentó.
—Trabajaré duro, señorita Carver. Lo juro. No desperdiciaré ni una sola lección.

—Nunca lo has hecho —sonrió su maestra—. Solo recuerda: mereces una vida fuera de estos muros. Mereces un futuro.

Joseline quiso abrazarla, pero unos pasos resonaron con fuerza por el pasillo, y Joseline supo de inmediato quién venía: el señor Ferdinand.

La señorita Carver se puso rígida. Sus ojos se dirigieron fugazmente hacia la puerta antes de susurrar:
—Debería irme. Nos veremos mañana.

Joseline asintió rápidamente.

En el momento en que la señorita Carver salió al pasillo, la sombra de Ferdinand cubrió el marco de la puerta.
Su mirada atravesó la sala como el viento frío del invierno que se acerca. Observó a la maestra alejarse con un desdén evidente.

—¿Qué hacía ella aquí? —preguntó bruscamente el señor Ferdinand.

Joseline tragó saliva.
—Ella… ella vino a hablar conmigo sobre mi educación superior. Ella se ofreció a ayudarme a prepararme para la facultad de medicina. Sin cobrar nada.

Ferdinand soltó una risa amarga.
—¿Sin cobrar nada? Qué generosa. —Sus labios se curvaron—. Quizá deberías pedirle que te lleve lejos de aquí, entonces. Que te alimente. Que te vista. Deja que ella lleve tu peso. De esa manera nos ayudará a aliviar nuestra carga.

Las palabras la golpearon como una bofetada.
—No quise…

—Oh, no actúes inocente —la interrumpió Ferdinand, agitándole la mano con desdén—. Esta casa te ha alimentado durante años. ¿Y para qué? ¿Para que sueñes con irte, persiguiendo alguna fantasía de educación? —Caminaba de un lado a otro, la irritación hirviendo bajo su aliento—. No puedo hablarle de estas tonterías a Rene. Ella te defendería hasta la muerte. Pero ya basta.

El señor Ferdinand abrió la puerta y gritó por el pasillo:
—¡Todos! Vengan aquí.

Los sirvientes y los esclavos se reunieron con la mirada baja.

—Desde ahora —anunció Ferdinand—, Joseline deberá dedicar todo su servicio a Rene. Nadie más la atenderá. Solo Joseline. Ella es la única en quien confío para cuidar a mi esposa.

Los murmullos fueron silenciosos, pero el impacto era visible. El pecho de Joseline se apretó dolorosamente.

Él le dio la espalda.
—Ya es hora de que empieces a devolver algo a la familia que te crió. No me hagas repetirlo.

La garganta le ardía, pero ella asintió.
—Por supuesto, señor Hoffman.

—Bien —dijo Ferdinand, al pasar junto a ella.—. Empieza ahora.

_ _ _

El camino de regreso a la habitación de Rene se sintió más largo de lo habitual. Cada paso cargaba el peso de un futuro que se deslizaba cada vez más lejos de sus dedos.

Cuando empujó la puerta para abrirla, el aroma familiar a lavanda la recibió.

Rene yacía dormida bajo una manta delgada, su cabello plateado cayendo alrededor de su rostro como hebras de luz de luna.

Joseline se acercó en silencio, apartando un mechón suelto de su frente.

La mente de Joseline vagó hacia el día en que su abuela la había dejado con Rene antes de morir. Rene era la mejor amiga y la más rica de su abuela.

La abuela de Joseline siempre le decía, hasta la noche en que ella falleció:
—La educación es tu libertad, niña… prométeme que no la abandonarás.

Joseline parpadeó para apartar el dolor en su pecho. El señor Hoffman quería arrebatarle su libertad.

Una tos suave hizo que Joseline regresara de golpe al presente.

Rene se movió, abriendo los ojos lentamente.
—Oh… ya estás de vuelta —dijo Rene con debilidad, sonriendo—. Ven aquí, querida.

Joseline iluminó rápidamente su expresión.
—Por supuesto. ¿Cómo te sientes?

—Vieja —rio Rene entre suspiros—. Pero más feliz ahora que tú estás aquí.

Joseline le apretó la mano.
—Yo siempre estaré aquí.

—Eso lo sé —dijo Rene, estudiando atentamente su rostro—. Estabas pensando en tu abuela otra vez, ¿verdad?

Joseline hizo una pausa y luego asintió.

La sonrisa de Rene se suavizó.
—Ella te crió bien. La amabilidad como la tuya no es común.

Joseline bajó la mirada con timidez.

Después de un momento, Rene preguntó:
—Dime, Joseline… ¿Irvin te ha escrito recientemente?

El cambio en su expresión fue instantáneo, y un calor carmesí floreció en sus mejillas.

Una sonrisa tímida asomó en los labios de Joseline. Ella desvió la mirada, intentando ocultarla, pero Rene notaba todo.
—Ah, eso es un sí —bromeó Rene.

Rene trata a Joseline como si fuera su nieta.

—¡No! Quiero decir… bueno… quizá —murmuró Joseline, quitando polvo invisible de las sábanas, mientras sus orejas se enrojecían.

Rene se rió suavemente.
—No puedo esperar a que mis nietos regresen. Cuando lo hagan, sentaré a Irvin y le pediré adecuadamente que solicite tu mano en matrimonio —tocó la muñeca de Joseline con cariño—. Entonces siempre estarás a mi lado. ¿Te gustaría eso?

El corazón de Joseline dio un vuelco. No le creía a su voz, así que solo asintió, con las mejillas ardiendo más que las brasas al atardecer.

Justo en ese momento, alguien llamó a la puerta.

Un joven esclavo asomó la cabeza.
—Señorita Joseline… el cartero está aquí. Trajo cartas.

La respiración de Joseline se entrecortó. Miró a Rene de inmediato, casi buscando permiso para su propia emoción.




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