El aire del valle oculto era tan diferente al del desfiladero que resultaba difícil creer que existieran en el mismo mundo. No solo era tranquilo; estaba imbuido de una quietud activa, una paz que se sentía como un bálsamo después de la tormenta emocional. Cada brizna de hierba, de un verde tan vibrante que casi dolía mirarlo, parecía susurrar consuelo. El sonido del agua en la laguna central no era un chapoteo, sino una melodía suave y constante, como una canción de cuna cantada por la tierra misma.
Lyra y Kael caminaron en silencio hacia la orilla, su agotamiento dando paso a un asombro reverencial. El agua de la laguna era clara como el cristal, pero desde su fondo emanaba una luz dorada y cálida que hacía que toda la superficie brillara. No era el reflejo del sol—la luz aquí parecía nacer del agua—sino una fosforescencia divina. Era aquí. Las Piscinas de la Alegría Eterna.
Se arrodillaron en la orilla de hierba suave, uno al lado del otro. La proximidad ya no era incómoda; era un ancla. El recuerdo de su dolor compartido era una cicatriz fresca que los unía.
—¿Ahora qué? —preguntó Lyra en un susurro, su voz absorbida por la paz del lugar—. ¿Meto la mano y la saco?
Kael no respondió de inmediato. Su mirada estaba fija en el agua brillante, pero su expresión era de profunda confusión.
—No siento… nada —admitió, y era la primera vez que Lyra lo oía sonar perdido—. Después de todo eso, de sentir la tristeza más profunda que he conocido… aquí no siento nada. Ni alegría, ni tristeza. Solo… vacío.
Lyra lo miró, comprendiendo. La barrera no solo protegía el lugar; purgaba. Había drenado hasta la última gota de su dolor inmediato, dejándolo exhausto y emocionalmente anestesiado. Para un hombre que había vivido de su ira y su culpa durante años, ese vacío debía ser aterrador.
—No es vacío —dijo ella suavemente, recordando las lecciones de su propio don—. Es paz. Es el silencio que queda después del grito.
Él la miró, y en sus ojos grises vio la lucha interna. Querer aferrarse al dolor porque era lo único que le quedaba de su pasado, versus el anhelo de este respiro.
Fue entonces cuando Lyra se dio cuenta. La Lágrima no era un objeto que se recogía. Era un estado que se merecía.
—No creo que esté en el agua —murmuró, su intuición de cartógrafa despertando—. La alegría no es un lugar al que se llega, Kael. Es una llave que se encuentra dentro. La barrera no protegía la Lágrima de los indignos… protegía a los indignos de la Lágrima. Porque alguien que no ha enfrentado su propia tristeza no podría soportar el peso de una alegría tan pura.
Kael frunció el ceño, procesando sus palabras. —¿Entonces?
—Entonces —dijo Lyra, volviéndose completamente hacia él—, no vinimos a buscar algo. Vinimos a recordar algo. O a crear algo.
Inspiró profundamente y cerró los ojos. No se concentró en el agua, sino en su propio corazón. En el espacio que había quedado después de compartir el dolor de Kael. Ya no estaba lleno de su propio miedo y rabia. Estaba lleno de… compasión. De la abrumadora comprensión de que no estaba sola en su sufrimiento. Y de ese entendimiento, de esa conexión forjada en el fuego de la tristeza compartida, brotó un sentimiento pequeño, frágil pero innegable.
No era euforia. No era júbilo. Era un destello de esperanza. La esperanza de que, tal vez, las cosas podían mejorar. La esperanza de que, tal vez, no todos los finales estaban escritos en pérdida y traición. Era la alegría de la posibilidad. Pequeña, tímida, pero real.
Una lágrima cálida se deslizó por su mejilla. No era de tristeza. Era de ese frágil y nuevo sentimiento. La lágrima cayó de su barbilla y tocó la hierba a sus pies.
Donde cayó, la hierba no se iluminó más. En cambio, una pequeña flor brotó instantáneamente. Sus pétalos eran del color de la luz del amanecer, y en su centro centelleaba una gota de rocío que contenía toda la luz de la laguna, concentrada en una sola esencia perfecta.
Kael contuvo la respiración. Ambos miraron la flor, luego se miraron el uno al otro.
—No era la tristeza de la Diosa lo que cristalizó aquí —susurró Lyra, con asombro—. Fue su propio momento de alegría, encontrado dentro de su tristeza, el que creó este lugar. Y nosotros… acabamos de hacer lo mismo.
La Lágrima de la Alegría no era un artefacto que se tomaba. Era un regalo que se manifestaba cuando un corazón, purificado por el dolor, encontraba una razón para esperar.
Kael extendió la mano, pero se detuvo antes de tocar la flor. Miró a Lyra, una pregunta silenciosa en sus ojos. Ella asintió.
Con una delicadeza que Lyra no le creía capaz, Kael tocó el pétalo. La gota de rocío centelleante se desprendió y cayó en su palma. No era agua; era como sostener una estrella en miniatura, sólida pero ligera, que irradiaba una calidez reconfortante que les llegaba hasta los huesos.
Al sostenerla, la expresión de Kael cambió. El vacío del que había hablado se llenó, no con el regreso de su dolor, sino con algo nuevo. Una luz tenue se encendió en la profundidad de sus ojos grises. No era alegría completa—demasiado había sucedido para eso—sino el primer y más crucial ingrediente: la capacidad para ella. La certeza de que, contra todo pronóstico, la alegría aún podía existir en su mundo.
—Lorian —susurró, y esta vez el nombre no sonó a un cuchillo retorcido, sino a un recuerdo querido—. Se reiría de esto. Diría que he estado buscando en todos los lugares equivocados.
Lyra sonrió, sintiendo su propia pequeña chispa crecer al ver la transformación en él.
—A veces el mapa más importante es el que dibuja el corazón.
Kael cerró la mano alrededor de la Lágrima. La luz se atenuó, contenida pero no extinguida. La guardó en una pequeña bolsa de terciopelo que llevaba en su interior, junto a su corazón.
—Morvan —dijo, y su voz recuperó parte de su antigua firmeza, pero ahora estaba templada, no con hielo, sino con una determinación tranquila—. Sentirá que se ha activado. Sentirá que su hechizo sobre la tierra se ha debilitado. Ahora es cuando más peligroso se vuelve.