Las Lagrimas de La Diosa Lunaria

CAPÍTULO 12: EL SANTUARIO Y EL SILENCIO

El beso se desvaneció, pero su eco permaneció, vibrando en el aire húmedo del pantano como una nota sostenida. La niebla, habiendo fallado en romperlos, pareció apartarse con resentimiento, revelando un camino más firme y una luz tenue que filtraba a través del dosel de cipreses. Ya no había fantasmas, solo el peso abrumador de lo que acababa de suceder.

Kael no dijo una palabra. Su respiración, antes entrecortada por el dolor y la culpa, se había calmado en un ritmo profundo y medido. Pero su brazo, aún apoyado en los hombros de Lyra, ya no pesaba como un fardo inerte; había una tensión consciente en su contacto, una nueva conciencia que hacía que el simple acto de caminar juntos fuera electrizante.

Lyra, por su parte, sentía que su rostro ardía. No era vergüenza, sino una conmoción reverberante. Había actuado por instinto, por pura necesidad, y ahora las implicaciones de ese acto se abalanzaban sobre ella. ¿Qué había hecho? Había borrado la línea que separaba la lealtad del deseo, la compasión del amor. Y al mirar el perfil serio y pensativo de Kael, supo que no se arrepentía. Solo tenía miedo. Miedo de lo que significaba, miedo de que él la rechazara, miedo de que este nuevo y frágil vínculo se rompiera bajo el peso de lo que venía.

—Allí —murmuró Kael, rompiendo el silencio como si leyera sus pensamientos y decidiera desviarlos hacia un terreno más seguro.

Siguiendo su mirada, Lyra lo vio. A través de un último velo de enredaderas y niebla, se alzaba una estructura pálida y antigua. El Santuario de la Luz Pálida. No era un gran templo, sino una cúpula baja y elegante construida con una piedra blanquecina que parecía absorber la luz gris del pantano y devolverla como un brillo suave y lechoso. Musgo y líquenes crecían en sus paredes, pero no de manera invasiva, sino como una ofrenda de la naturaleza. Una paz profunda, tan tangible como la niebla pero infinitamente más amable, emanaba del lugar.

Al cruzar el umbral, una sensación de alivio inmediato los envolvió. El aire pesado y corrupto del pantano fue reemplazado por una frescura limpia y seca. El zumbido mental de la niebla se desvaneció, y por primera vez en días, las cabezas de ambos estuvieron completamente despejadas. La Lágrima de la Alegría en el pecho de Lyra dio un pulso cálido y fuerte, como si estuviera en casa.

Kael dejó escapar un largo suspiro, y todo su cuerpo pareció hundirse en la paz del santuario. Lyra lo ayudó a sentarse en un banco de piedra junto a la pared circular. En el centro de la única habitación, bajo la cúpula abierta a un cielo ahora visible—un círculo de azul pálido en el gris del pantano—había un pequeño estanque de agua tan clara que parecía no estar allí.

—El Manantial del Recuerdo —dijo Kael, su voz era un susurro respetuoso—. Se dice que sus aguas no muestran tu reflejo, sino la verdad de tu corazón.

Lyra se arrodilló junto al estanque y miró. No vio su propio rostro cansado y sucio. Vio algo borroso, un remolino de colores: el dorado cálido de la Lágrima, el plateado de su don, y entretejido con ellos, un nuevo hilo, de un azul profundo y tempestuoso—el color de los ojos de Kael. Era confuso, caótico, pero no aterrador. Era verdad.

Se volvió hacia él. Él la miraba, y la intensidad de su mirada la dejó sin aliento. Ya no había distancia, ni muros de hielo. Solo una pregunta abierta y una vulnerabilidad que rivalizaba con la suya.

—Kael… —empezó ella, sin saber qué decir. ¿Debía disculparse? ¿Explicarse?

—No —dijo él, y su voz era firme, pero suave—. No lo digas.

Se levantó del banco, con un movimiento aún doloroso pero lleno de una determinación renovada. Cruzó la pequeña distancia entre ellos y se detuvo frente a ella. Era la primera vez que Lyra se sentía pequeña a su lado no por intimidación, sino por una abrumadora oleada de emoción.

—En el pantano —comenzó, sus ojos grises buscando los suyos—, me mostraste una verdad más poderosa que cualquier fantasma. —Hizo una pausa, buscando las palabras—. He vivido tanto tiempo creyendo que mi fuerza era mi espada, mi armadura, mi capacidad para no sentir. Pero no… —alzó su mano sana, deteniéndose justo antes de tocar su mejilla—. Mi fuerza… eras tú. Lo ha sido desde el momento en que te negaste a romperte en mi taller.

Lyra contuvo la respiración, las lágrimas llenándole los ojos.

—Ese beso —susurró Kael, su mirada cayendo a sus labios por un instante que hizo que el corazón de Lyra se acelerara— no fue un error, Lyra. Fue la única cosa correcta en un mar de oscuridad. Fue… mi brújula.

Y entonces, lentamente, dandole todo el tiempo del mundo para alejarse, cerró la distancia entre ellos.

Este beso no fue desesperado. No fue un acto de salvación. Fue una elección. Lento, tentativo, lleno de la asombrosa novedad de dos almas que finalmente se reconocen. Era dulce y salado a la vez, con el sabor de sus lágrimas y la promesa de un futuro que, por primera vez, no parecía condenado.

Cuando se separaron, el mundo exterior había desaparecido. Solo existían el santuario, la paz y el espacio que compartían, ahora irrevocablemente cambiado.

—No te pediré que olvides tu vida —dijo Kael, sus palabras un voto susurrado contra sus labios—. Pero te pediré que me permita ser parte de la tuya, cuando todo esto termine.

Lyra, con el corazón tan lleno que pensó que podría estallar, solo pudo asentir.

—Sí —logró decir.

Pasaron las siguientes horas en una burbuja de tranquilidad. Lyra lavó y volvió a vendar la herida de Kael, y esta vez, el contacto no fue solo clínico; fue un cuidado íntimo, un ritual de pertenencia. La oscuridad en la herida parecía haberse calmado, contenida no solo por la magia de Lyra, sino por una paz interior que Kael no había poseído en años.

Mientras Kael descansaba, sumido en el primer sueño profundo y sin pesadillas desde su herida, Lyra se sentó junto al Manantial del Recuerdo, su mente en calma. Sabía que la paz no duraría. Morvan estaba ahí fuera. La segunda Lágrima los esperaba en un lugar de dolor insondable. Pero ahora, no tenían prisa. Ahora, tenían algo por lo que luchar que era más grande que un trono, más precioso que una reliquia.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.