Las Lagrimas de La Diosa Lunaria

CAPÍTULO 14: EL PRECIO DEL PODER

La victoria en las ruinas tuvo un sabor agridulce. El aire, ahora limpio de la ira concentrada, se sentía extrañamente vacío. Lyra guardó la Lágrima de la Ira en su bolsa, junto a su gemela dorada. Sentir los dos artefactos tan cerca era una sensación desconcertante; era como llevar un sol y una tormenta en el mismo bolsillo, una danza de fuerzas opuestas que se equilibraban precariamente dentro de ella.

Kael se inclinó, recogiendo una espada caída de uno de los Devotos. Su mirada era sombría.
—Stepán escapó. Morvan ahora sabe que tenemos ambas Lágrimas. No nos dará más oportunidades. El asalto final será en la capital.

—¿Podemos enfrentarnos a él? —preguntó Lyra, sin poder ocultar el temor en su voz. Habían vencido a unos cuantos soldados y a un hechicero menor, pero Morvan era otra liga.

—Con estas —dijo Kael, señalando la bolsa de Lyra—, tenemos una oportunidad. Pero no podemos simplemente irrumpir en el palacio. Morvan habrá fortificado la ciudad, y su poder se ha entrelazado con las mismas piedras del lugar durante años. Necesitamos un ejército.

—¿Un ejército? ¿Dónde vamos a conseguir un ejército? —preguntó Lyra, desesperanzada.

Una sonrisa astuta, la primera que Lyra le veía en mucho tiempo, se dibujó en los labios de Kael.
—No todos en Valerium se han doblegado ante Morvan. La resistencia es débil, está dispersa y asustada… pero existe. Y ahora tienen una señal para reunirse.

—¿La activación de las Lágrimas —comprendió Lyra.

—Exactamente. Los leales sentirán el cambio en las corrientes mágicas, como un faro de esperanza. Pero necesitan un líder. Necesitan verme. —Su sonrisa se desvaneció—. Hay un lugar, la Guarida del León Dormido, una fortaleza oculta en las Montañas del Trueno. Es donde se reagruparán los que aún son leales. Es nuestro único camino a seguir.

El viaje hacia las montañas fue una carrera contra el tiempo. Ya no se escondían; la posesión de las Lágrimas los convertía en un faro para amigos y enemigos por igual. Cabalgaban con urgencia, con Kael recuperando su fuerza a un ritmo acelerado, impulsado por la proximidad de su objetivo final y por la presencia constante de Lyra a su lado. Las noches ya no estaban marcadas por el silencio incómodo, sino por conversaciones susurradas junto a pequeñas fogatas. Lyra aprendió sobre las tácticas de batalla, los clanes leales y los puntos débiles de las defensas de la capital. Kael, a su vez, aprendió sobre los diferentes tipos de tinta de cartografía y las complejidades de mapear sueños, una sonrisa genuina asomando a sus labios por primera vez mientras ella le explicaba con pasión.

La intimidad que habían encontrado en el santuario y sellado en la batalla floreció durante ese viaje. No era el amor de las baladas, allanado y fácil. Era un amor forjado en el dolor, templado en la lucha. Se manifestaba en la forma en que Kael le guardaba la porción más grande de comida, o en la forma en que Lyra insistía en revisar su vendaje cada noche, sus dedos acariciando suavemente la piel sana alrededor de la herida ennegrecida. Se manifestaba en las miradas largas que compartían cuando creían que el otro no miraba, miradas cargadas de un asombro reverente por lo que habían encontrado en medio de la ruina.

Después de días de cabalgar, las imponentes Montañas del Trueno se alzaron ante ellos, sus picos coronados de nubes de tormenta perpetuas. Kael los guió por un sendero traicionero, conocido solo por unos pocos, que serpenteaba hacia un valle oculto. Y allí, anidada contra la roca viva, estaba la Guarida del León Dormido. No era un palacio, sino una fortaleza áspera y funcional, tallada en la propia montaña. Desde las almenas, ondeaban banderas desteñidas con el emblema del león de la familia de Kael.

Un grito de alerta se elevó desde las murallas cuando se acercaron. En cuestión de minutos, las puertas se abrieron de par en par y un grupo de hombres y mujeres, con armaduras abolladas y rostros marcados por la batalla y el hambre, salieron a recibirlos. Sus expresiones eran de incredulidad, de esperanza que no se atrevían a creer.

Un hombre mayor, con una cicatriz que le cruzaba la calva y el porte de un veterano, se adelantó. Sus ojos, de un azul desgastado, se llenaron de lágrimas cuando vio a Kael.

—Mi príncipe —susurró, y su voz tembló con emoción—. Los rumores… eran ciertos. Has regresado.

—General Valerius —dijo Kael, desmontando y poniendo una mano en el hombro del hombre viejo—. No he regresado solo. Y he traído algo más que mi espada.

Se volvió hacia Lyra, que había desmontado a su lado, sintiendo las miradas de docenas de personas sobre ella. Era abrumador. Estos eran los restos del reino de Kael, la gente por la que habían estado luchando.

—Esta es Lyra —anunció Kael, y su voz resonó en el patio de la fortaleza—. La cartógrafa que mapeó el camino hacia las Lágrimas de la Diosa Lunaria. Es por su valor, su ingenio y su poder que tenemos una oportunidad contra el Usurpador. Le debo mi vida, y este reino le debe su esperanza.

Las miradas de los soldados, antes escépticas, se suavizaron con respeto. Lyra se irguió, sintiendo un nuevo tipo de fuerza, una que provenía de ser reconocida, de ser parte de algo.

Esa noche, la fortaleza cobró vida. Por primera vez en años, hubo risas genuinas, canciones viejas y el sonido de la esperanza. Lyra y Kael fueron recibidos como héroes, como los salvadores que habían regresado de la leyenda.

Mientras la celebración llegaba a su fin, Lyra se encontró en una de las murallas, mirando las estrellas que titilaban sobre las montañas. Sentía el peso de las Lágrimas, no como una carga, sino como una responsabilidad. También sentía el peso de las expectativas de toda esta gente.

Kael se le acercó en silencio, poniéndose a su lado. Su hombro rozó el de ella, un contacto tranquilizador.

—¿Estás bien? —preguntó suavemente.

—Es mucho —admitió Lyra—. Todo esto. Ellos… creen en nosotros.




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