Las Lagrimas de La Diosa Lunaria

CAPÍTULO 16: LA CARTOGRAFÍA DEL ALMA

El mundo se redujo a un círculo de caos en el Puente de los Suspiros. El sonido de las espadas chocando, los gritos de los guerreros de la resistencia y las risas burlonas de los Devotos se mezclaban en una cacofonía de pesadilla. Pero para Lyra, todo era un zumbido distante. Su universo entero era Kael, arrodillado ante ella, consumiéndose desde adentro.

La oscuridad de la herida ya no era una mancha estática; era un veneno vivo que se propagaba bajo su piel, haciendo que las venas se destacaran en un negro violáceo. Sus ojos, antes llenos de una determinación serena, estaban velados, mirando a través de ella hacia un abismo de dolor y culpa renovados. El rayo del falso Lorian no había sido físico; había sido una llave que abrió la cerradura que Lyra había sellado, liberando toda la desesperación que Kael llevaba años reprimiendo.

—Kael —su voz fue un grito desgarrado, ahogado por el estruendo—. ¡Kael, mírame!

Él parpadeó lentamente, como si emergiera de las profundidades. Un destello de reconocimiento, de agonía, cruzó su mirada.
—Lyra… huye… —logró articular entre dientes apretados por el dolor.

—No —ella se arrodilló frente a él, ignorando el peligro inminente—. No te dejaré. Nunca.

El falso Lorian observaba la escena con diversión sádica.
—¡Qué conmovedor! —vociferó—. ¡Acaben con los guerreros! ¡Capturen a la chica!

Lyra sintió el pánico, frío y afilado, tratando de apoderarse de ella. No podía luchar. No podía cargar con Kael y escapar. No tenía un ejército a su disposición. Solo tenía lo que siempre había tenido: su mente y su don.

Y las Lágrimas.

Una idea surgió en su mente, tan audaz y peligrosa que casi la descartó de inmediato. Pero al ver cómo la oscuridad se cerraba alrededor de la conciencia de Kael, supo que era su única opción. No era suficiente contener la corrupción esta vez. Tenía que cartografiarla. No la herida, sino el mismo alma de Kael. Tenía que encontrar el núcleo de quien era él, bajo el dolor y la culpa, y trazar un camino de regreso a la luz.

Era una locura. Nadie podía cartografiar un alma. Era un territorio demasiado vasto, demasiado complejo, demasiado sagrado. Intentarlo podría destrozar su mente o la de él, o ambas.

Pero el amor no entiende de imposibles.

—Cúbranme! —gritó hacia los guerreros de la resistencia, que luchaban formando un círculo defensivo a su alrededor—. ¡Necesito un minuto!

Eco, la elfa, la miró con escepticismo, pero asintió con determinación.
—¡Por el príncipe! ¡Mantengan la línea!

Lyra no perdió un segundo más. Con manos temblorosas, no sacó un pergamino. No había tiempo. En su lugar, cerró los ojos y se sumergió en su propio don, más profundamente de lo que nunca lo había hecho. Ya no usó sus ojos para ver, sino su espíritu. Y en lugar de esencia lunar, usó su propia conexión con Kael como tinta, y el mismo aire entre ellos como su pergamino.

Apoyó sus manos en las sienes de Kael, ignorando el frío mortal que emanaba de él.

—Confía en mí —susurró, y luego, se zambulló.

Fue como caer en un océano tormentoso. La primera cosa que la golpeó fue el dolor. No era el suyo, sino el de Kael, multiplicado por mil. La traición de Morvan, la pérdida de su hermano, el peso de un reino, la culpa de haber sobrevivido. Era un huracán de angustia que amenazaba con ahogar su propia conciencia.

Lyra no nadó contra la corriente. Se dejó llevar, como había hecho en el pantano, pero esta vez con un propósito. No estaba allí para sentir; estaba allí para mapear. Con una parte de su mente, trazó las corrientes de dolor, los remolinos de culpa, los acantilados de desesperación. Era un paisaje horrible, un reino en ruinas que reflejaba las ruinas en las que se encontraban.

Pero mientras se adentraba, comenzó a ver otros cosas. No todo era oscuridad.

Vio destellos de un amor feroz por su familia. El recuerdo de la mano de su padre en su hombro, enseñándole a blandir una espada por primera vez. La risa contagiosa de Lorian, verdadera esta vez, resonando en los pasillos del palacio. Vio su sentido del deber, no como una carga, sino como un juramento sagrado para proteger a su pueblo. Vio su fortaleza, no la de la espada, sino la de haber soportado lo insoportable y seguir respirando.

Y los vio a ellos. Fragmentos de memoria como gemas brillantes en la oscuridad: su primera conversación en el taller, la forma en que ella se interponía entre él y el Cazador de Sombras, el beso desesperado en el pantano, la paz del santuario, la promesa de un futuro. Eran pequeños, frágiles, pero reales. Eran la verdad de Kael, la que Morvan no había podido tocar.

Siguió esos destellos, este rastro de panecillos de luz a través del laberinto de su dolor. Y en el centro mismo de la tormenta, encontró lo que buscaba. No era un recuerdo, ni una emoción. Era la esencia misma de Kael: un núcleo de honor inquebrantable, de amor leal y de una fuerza que se negaba a extinguirse. Estaba apagado, cubierto de cenizas y agrietado por el dolor, pero aún latía con una tenue y obstinada luz.

La oscuridad, la corrupción de Morvan, se arremolinaba alrededor de este núcleo como una jauría de lobos, tratando de apagarlo para siempre.

Lyra no podía luchar contra la oscuridad. Era demasiado poderosa. Pero no necesitaba luchar. Solo necesitaba recordarle a Kael lo que era.

Con toda la fuerza de su voluntad, con todo el poder de las Lágrimas que sentía arder en su bolsa y con todo el amor que sentía por él, Lyra empujó. No contra la oscuridad, sino hacia la luz de Kael.

Proyectó hacia ese núcleo el mapa que había visto. No el mapa de su dolor, sino el mapa de su fuerza. Le mostró el camino de regreso a sí mismo. Le mostró el amor por su hermano, no como una debilidad, sino como un faro. Le mostró su deber, no como una cadena, sino como un escudo. Y le mostró su amor por ella, no como una distracción, sino como un ancla en la realidad.




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