Las Lagrimas de La Diosa Lunaria

CAPÍTULO 17: EL PLAN DEL LEÓN

El regreso a la Guarida del León Dormido fue una marcha triunfal y sombría. Los guerreros, aunque magullados y con bajas, caminaban con la cabeza alta. Habían visto a su príncipe caer y levantarse, transformado, más poderoso de lo que jamás habían imaginado. Y en el centro de esa transformación estaba Lyra, cuya palidez y agotamiento eran llevados como una medalla de honor. Ya no era solo la cartógrafa; era la salvadora, la amada, la que había mapeado el alma de su futuro rey y la había traído de vuelta del borde de la destrucción.

Kael no la dejó ni un momento. Su brazo, ahora vendado con firmeza, estaba constantemente alrededor de sus hombros, no por necesidad de apoyo, sino como una afirmación silenciosa de su vínculo. Cuando sus miradas se encontraban, no había necesidad de palabras. El puente lo había cambiado todo. El amor que antes era un refugio privado ahora era un estandarte público, la fuente de su fuerza renovada.

En la gran sala, la atmósfera era eléctrica. Los rostros que antes mostraban desesperación ahora ardían con una fe ferviente. Kael se situó frente al mapa de la capital, pero ya no era el hombre atormentado que lo había mirado con duda.

—Morvan cometió un error —anunció Kael, su voz clara y resonante, llenando la sala—. Subestimó vuestra lealtad. Y subestimó el precio de profanar la memoria de mi hermano. Ya no nos esconderemos. Iremos a su puerta. Y le arrebataremos este reino de sus garras venenosas.

Un rugido de aprobación sacudió la sala.

—¿El plan, mi príncipe? —preguntó el general Valerius, una sonrisa feroz en su rostro cicatrizado.

Kael señaló el mapa.
—Morvan espera un asalto frontal. Ha fortificado las murallas, concentrado sus fuerzas en las puertas. Así que no se lo daremos. —Su dedo se deslizó hacia los distritos bajos de la ciudad, cerca del río—. Las Antiguas Cloacas. Un sistema olvidado que corre directamente bajo los cimientos del palacio. Es nuestro camino interior.

Murmullos de sorpresa recorrieron la sala. Las cloacas eran un lugar de leyendas y pesadillas, se decía que estaban plagadas de criaturas olvidadas y trampas mortales.

—Es una ruta suicida —dijo un capitán con escepticismo.

—Es la única ruta —replicó Kael con calma—. Lyra tiene mapas de los planos originales. Los estudió durante la noche. —Todas las miradas se volvieron hacia ella, y Lyra, aunque exhausta, asintió con seguridad. Había pasado la noche anterior revisando cada pergamino, cada plano arquitectónico que la resistencia había podido salvar, cartografiando mentalmente el camino a través de la oscuridad—. Nos dividiremos en dos grupos. El grupo más pequeño, con Lyra y conmigo, tomará las cloacas. Nuestro objetivo: llegar al núcleo del palacio, desbaratar las defensas mágicas de Morvan desde dentro y enfrentarlo directamente.

—¿Y el otro grupo? —preguntó Valerius.

—El grueso de nuestro ejército, al mando de Valerius, lanzará un asalto frontal a las puertas principales. —Kael anticipó las protestas—. No será una carga real. Será un señuelo. Un espectáculo lo suficientemente ruidoso y sangriento como para que Morvan dirija todas sus miradas hacia allí. Mientras sus fuerzas se distraen luchando contra un ejército fantasma en la puerta, nosotros le cortaremos la cabeza.

Era un plan audaz, casi temerario. Dependía de la sincronización, del sigilo y de la capacidad del grupo más pequeño para lograr lo imposible.

—¿Y las Lágrimas? —preguntó Eco, la elfa, su mirada perspicaz fija en la bolsa de Lyra.

Kael miró a Lyra, dejando que ella respondiera.

—La Lágrima de la Alegría es un escudo —explicó Lyra, su voz más fuerte de lo que se sentía—. Su luz purifica, protege contra la magia oscura. La Lágrima de la Ira… —hizo una pausa, recordando el frío poder en su mano— es una espada. Puede cortar a través de hechizos de protección, desgarrar ilusiones. Juntas, son la llave para derrotar a Morvan. Pero su poder debe ser dirigido. Debe ser un acto de justicia, no de venganza.

Sus palabras, cargadas de la autoridad de quien había usado ambos poderes, silenciaron las últimas dudas. El plan estaba trazado. El León, una vez dormido, ahora mostraba sus garras.

Las horas siguientes fueron un frenesí de actividad final. Se repartieron armas y armaduras, se revisaron las tácticas, se compartieron las últimas raciones. Lyra se aseguró de que cada miembro del grupo de las cloacas—Kael, ella misma, Eco y otros tres guerreros expertos en combate cuerpo a cuerpo y sigilo—memorizara cada giro, cada cruce, cada salida de emergencia de su mapa mental.

Al caer la noche, se reunieron en la puerta principal de la fortaleza. La luna, un creciente delgado y afilado, colgaba en el cielo como una daga. El ejército de Valerius, unas pocas centenas de almas valientes, se alineaba, sus armaduras destellando débilmente.

Kael, con su mejor armadura, se dirigió a ellos una última vez.
—Hombres y mujeres de Valerium —su voz cortó el aire frío—. No lucháis por un trono. Lucháis por el derecho a reír sin miedo. Por el derecho a recordar a vuestros seres queridos con alegría, no con dolor. Lucháis por el amanecer que viene después de esta larga noche. ¡Por Valerium!

El grito que siguió fue un rugido que hizo temblar las montañas. —¡POR VALERIUM!

Kael se volvió hacia Lyra. Bajo la luz de la luna, su rostro era una máscara de determinación amorosa.
—¿Lista? —preguntó, su voz solo para ella.

Ella tomó su mano, la sana, y la apretó con fuerza. El pulso de las Lágrimas en su bolsa parecía latir al unísono con su corazón.
—A tu lado —respondió—. Siempre.

Con un último intercambio de miradas con Valerius, los dos grupos se separaron. El ejército principal comenzó su marcha hacia el este, hacia el ruido y la furia de las puertas de la ciudad. El grupo de asalto, una sombra de siete figuras, se deslizó hacia el oeste, hacia la entrada oculta de las cloacas, hacia el silencio y la oscuridad.




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