El mundo se redujo a oscuridad, humedad y el sonido de sus propias respiraciones, que resonaban de manera antinatural en el estrecho túnel de las cloacas. El aire era espeso y pesado, cargado con el olor a podredumbre milenaria y algo más… un regusto metálico a magia estancada y corrupta. El agua hasta los tobillos estaba helada y negra como la tinta, ocultando lo que habitara debajo.
Lyra iba a la cabeza, justo detrás de Kael. No llevaba una antorcha; la luz los delataría. En su lugar, el mapa que había memorizado brillaba en su mente con una claridad perfecta, cada giro, cada bifurcación, cada salida de emergencia, grabado en su conciencia como si lo hubiera tallado ella misma. Su don, tan a menudo utilizado para el pasado, ahora se convertía en su brújula para el presente más inmediato y peligroso.
—Derecha —susurró, su voz un leve susurro que sin embargo cortó el silencio opresivo.
Kael, una silueta masiva y segura en la penumbra, asintió y giró. Los demás los siguieron en formación cerrada, sus pasos cuidadosos para no hacer ruido. Eco, con sus sentidos élficos agudizados, estaba en la retaguardia, sus orejas captando cada goteo, cada susurro en la oscuridad.
Avanzaron durante lo que pareció una eternidad, el único sonido el chapoteo rítmico de sus botas y el latido acelerado del corazón de Lyra. La Lágrima de la Alegría en su bolsa emitía un pulso cálido y constante, un pequeño sol en la noche perpetua, manteniendo a raya la desesperación que intentaba colarse en sus mentes. La Lágrima de la Ira, en cambio, permanecía en un silencio gélido, como una bestia agazapada esperando su momento.
Fue Eco quien dio la primera señal de alerta, un silbido tan suave que casi se perdió en el goteo del agua. El grupo se detuvo en seco, conteniendo la respiración.
—Movimiento —murmuró la elfa—. Delante. No es agua. Se arrastra.
Kael desenvainó su espada sin hacer ruido. El tenue resplandor de la Lágrima de la Alegría se reflejó en el metal, revelando por un instante los rostros tensos del grupo.
Lyra extendió su percepción, más allá del mapa físico, hacia el mundo emocional. Lo que sintió le hizo contener un grito. No era una emoción coherente como el miedo o la ira. Era… hambre. Una hambre antigua, vacía y fría, que emanaba de una docena de puntos en el agua frente a ellos.
—No son animales —susurró para Kael—. Son… ecos. Ecos de cosas que murieron de hambre aquí abajo. La magia corrupta de Morvan les dio una sombra de vida.
Antes de que Kael pudiera responder, el agua frente a ellos estalló.
Figuras pálidas y alargadas, como cadáveres hinchados por el agua, se alzaron con un silbido sibilante. No tenían ojos, solo bocas redondas y llenas de dientes afilados como agujas. Se movían con una velocidad antinatural, deslizándose sobre la superficie del agua negra.
—¡Defensa! —rugió Kael.
El túnel se convirtió en una pesadilla de acero y dientes. Los guerreros luchaban con la ferocidad de los condenados, pero las criaturas—los Hambrientos, como Lyra los llamó en su mente—eran escurridizas. Cada vez que una espada las golpeaba, se deshacían en agua fétida, solo para reformarse segundos después más adelante.
—¡Son el agua! —gritó Eco, esquivando un embate—. ¡No puedes matarlas!
Kael blandiaba su espada, manteniendo a las criaturas a raya, pero era inútil. Por cada una que dispersaban, dos más surgían de la oscuridad. Estaban siendo acorralados.
Lyra sintió el pánico. Su mapa no mostraba esto. No había previsto monstruos hechos de desesperación y agua podrida. Miró la Lágrima de la Alegría. Su luz calmaba, pero no podía purificar toda esta oscuridad. Luego, su mirada cayó sobre la Lágrima de la Ira. Fría, afilada, mortal.
La ira es un escudo, había dicho Kael. Y a veces, un escudo necesita un filo.
—¡Kael! —gritó, abriendo la bolsa—. ¡La Ira!
Él entendió al instante. Con un movimiento fluido, empujó a un Hambriento que se abalanzaba sobre Lyra y se colocó frente a ella, cubriéndola.
—¡Hazlo!
Lyra sacó la Lágrima de la Ira. Al contacto con el aire viciado de las cloacas, la gema sangrienta se encendió con un resplandor rojo oscuro. El frío que emanaba era tan intenso que el vapor se condensaba alrededor de su mano. La ira, pura y sin dirección, amenazó con abrumarla. Sintió la rabia por estar en ese lugar asqueroso, el odio hacia Morvan por crear estas abominaciones, la frustración por sentirse acorralada.
Pero entonces, miró a Kael, luchando por protegerla. Y recordó sus propias palabras: "Debe ser un acto de justicia, no de venganza."
No quería vengarse de estas criaturas. Quería liberarlas.
Con un grito que era mitad rabia, mitad compasión, Lyra concentró la furia de la Lágrima, no en un ataque ciego, sino en un propósito definido: CORTAR. Cortar el hilo de magia corrupta que las sostenía.
Un rayo delgado y escarlata, frío como el espacio interestelar, salió de la Lágrima. No golpeó a los Hambrientos, sino que barrió el túnel frente a ellos, como una guadaña etérea.
Donde pasó el rayo, los Hambrientos no se deshicieron en agua. Se detuvieron. Sus formas palpitantes se congelaron por un instante, y luego, con un suspiro colectivo que sonó a alivio infinito, se desvanecieron en un fino vapor que se disipó en la oscuridad. El hechizo que los ataba a su sufrimiento eterno se había roto.
El silencio volvió, más profundo que antes. El grupo jadeaba, mirando a Lyra con una mezcla de asombro y temor. Ella dejó que la Lágrima de la Ira se enfriara en su mano antes de guardarla. El esfuerzo la había dejado temblorosa, pero más segura que nunca.
Kael se acercó a ella, su mirada era intensa.
—¿Estás bien?
Ella asintió, apoyándose un momento en su brazo.
—Sí. Solo… estaba dirigiendo el fuego.
Una sonrisa orgullosa asomó a los labios de Kael.
—Lo hiciste perfectamente.
Reanudaron la marcha, pero la atmósfera había cambiado. El peligro era real, pero ahora sabían que tenían las herramientas para enfrentarlo. Lyra no era solo su guía; era su artillera, capaz de desatar un poder que igualaba el campo de juego contra la magia oscura de Morvan.