El silencio en el vestíbulo de las mazmorras era ahora más pesado que los gritos que antes lo habían llenado. Solo el crepitar de las llamas que consumían los restos de la batalla y los jadeos entrecortados del grupo rompían la quietud. El aire olía a humo, a sangre y a ozono, el residuo metálico del poder de las Lágrimas y la magia oscura de Stepán.
Kael se inclinó, recogiendo una espada caída de un Devoto. Su movimiento era lento, deliberado, cada músculo protestando por el esfuerzo. Se acercó al cuerpo inconsciente de Stepán y, con un rostro impasible, le revisó los pulsos. Un leve suspiro escapó de sus labios, una mezcla de decepción y pragmatismo. La justicia clamaba por un final, pero la información de un prisionero, incluso medio muerto, podía ser valiosa.
—Atadlo —ordenó a Rikard, su voz era un rumor áspero—. Si despierta, quizás tenga algo que decirnos.
Mientras Rikard y Finn se ocupaban del hechicero derrotado, Lyra se acercó a Kael. Su mano encontró la suya, y sus dedos se entrelazaron, un ancla en medio del caos. No hubo necesidad de palabras. El contacto decía todo: "Estoy aquí. Seguimos juntos."
—¿Tu brazo? —preguntó Lyra finalmente, su voz no era más que un susurro.
Kael lo flexionó, y un espasmo de dolor le cruzó el rostro.
—Duele. La oscuridad… intenta moverse. Pero la contención aguanta. —Sus ojos se encontraron con los de ella—. Gracias a ti.
Ella negó con la cabeza.
—Fue tu fuerza. Yo solo señalé el camino.
—Eso es todo lo que un buen líder necesita a veces —respondió él, una sombra de su antigua sonrisa asomando a sus labios—. Alguien que le recuerde el camino a casa.
El grupo se reunió. Estaban magullados, sangrando por varias cortaduras superficiales, y el agotamiento se veía en la profundidad de sus miradas. Eco tenía una fea quemadura en el brazo por una salpicadura de aceite ardiente. Orin cojeaba de una pierna. Pero estaban vivos. Y ahora eran cinco, con el añadido del feroz General Crowe, que miraba a su alrededor con una expresión de pura satisfacción sedienta de sangre.
—Las mazmorras están limpias —informó Crowe, su voz era como el sonido de rocas triturándose—. Los últimos ratones han huido. El camino hacia arriba está abierto. —Señaló la escalera principal, ahora despejada de enemigos, aunque manchada de hollín y sangre.
Kael asintió, su mirada se volvió hacia la escalera que se elevaba hacia la oscuridad, hacia el corazón del palacio.
—Morvan sabrá que Stepán ha fallado. Si no lo sabía ya. No tenemos el elemento sorpresa. Solo tenemos la velocidad.
—¿El plan? —preguntó Rikard, limpiando su espada con un trapo.
—El plan no cambia —dijo Kael—. El salón del trono. Pero ahora, en lugar de sigilo, usaremos el impulso. Atacaremos como un rayo, antes de que pueda reagruparse o preparar alguna otra sorpresa desagradable.
—Él estará esperando —advirtió Lyra, su intuición de cartógrafa sintiendo el peligro como un mapa de trampas invisibles—. El salón del trono no será solo una habitación. Será una fortaleza. Será su territorio, preparado.
—Lo sé —asintió Kael, su expresión era sombría—. Pero es un territorio que conozco. Crecí allí. Jugué allí. Soñé con gobernar allí. —Hizo una pausa, y cuando habló de nuevo, su voz tenía un tono de tristeza fúnebre—. Y fue donde mi familia murió. Es el lugar correcto para terminar esto.
Lyra sintió un dolor punzante por él. Iba a enfrentar a su némesis en el lugar de su mayor trauma. No había forma de prepararse emocionalmente para eso.
—Las Lágrimas —dijo Eco, su mirada clara y práctica—. ¿Cómo las usamos contra él?
Todos miraron a Lyra. Ella era la experta. La que había sentido su poder de la manera más íntima.
—Morvan se alimenta de emociones negativas —empezó a explicar, organizando sus pensamientos—. Su magia se nutre del dolor, el miedo, la desesperación. La Lágrima de la Alegría es su antítesis. Su luz puede purificar, crear zonas de seguridad, debilitar sus hechizos. —Luego, tocó la bolsa que contenía la gema sangrienta—. La Lágrima de la Ira… es más complicada. Es un arma de doble filo. Morvan podría intentar usarla contra nosotros, alimentarse de nuestra rabia. Debemos usarla con precisión. No como un martillo, sino como un escalpelo. Para cortar sus hechizos, para romper sus defensas, no para alimentar un baño de sangre. Debe ser justicia, no venganza. Si caemos en la furia ciega, le estamos dando poder.
—Control —resumió Kael, asintiendo con comprensión—. Frío. Precisión. Eso es lo que necesitamos. No el fuego de la batalla, sino la determinación del verdugo.
—Exactamente —confirmó Lyra.
Se prepararon rápidamente. Bebieron agua de sus cantimploras, apretaron vendajes, aseguraron armaduras. No había tiempo para más. Cada respiro era un regalo que Morvan podía estar usando para tejer su propia tumba para ellos.
Finalmente, Kael se puso en pie. Parecía haber absorbido la fatiga del grupo y transformarla en una energía tranquila y mortal. Su mirada recorrió a cada uno de ellos: a Lyra, con su amor y su poder; a Eco, con su puntería mortal; a Rikard y los hermanos, con su lealtad inquebrantable; y a Crowe, con su furia veterana.
—No sois mis soldados —dijo, y su voz era clara y resonante en el silencio—. Sois mis camaradas. Sois la punta de lanza de la esperanza de Valerium. Lo que hagamos en los próximos minutos decidirá el destino de este reino durante generaciones. No os pido que muráis por mí. Os pido que luchéis conmigo por un amanecer que podamos ver juntos. —Extendió su espada, la punta hacia el techo—. Por los que se fueron. Por los que vendrán. ¡Por Valerium!
Un coro de voces roncas, cargadas de emoción, respondió: —¡Por Valerium!
Fue el único juramento que necesitaron.
Kael giró y comenzó a subir la escalera principal, su espalda ancha bloqueando la luz de las antorchas inferiores. Lyra iba justo detrás de él, su mano en la bolsa de las Lágrimas, sintiendo su poder latir en sincronía con su corazón. Cada paso hacia arriba era como subir por la garganta de una bestia gigantesca. El aire cambiaba, el olor a podredumbre y miedo era reemplazado por el olor a incienso caro y cera de abejas, un aroma fantasmal de la opulencia que el palacio había conocido una vez, ahora corrompido por la presencia de Morvan.