Las Lagrimas de La Diosa Lunaria

CAPÍTULO 24: LA SOMBRA EN EL MAPA

(Un año y medio después de la caída de Morvan)

El invierno en Valerium era suave ese año, un manto de escarcha brillante que cubría los jardines del palacio al amanecer, pero que se derretía bajo un sol pálido y gentil. Dentro de su estudio, Lyra no sentía el frío. El calor de la chimenea crepitante y la concentración que consumía su ser la mantenían en un mundo aparte. Rollos de pergamino con los éxitos tangibles de su reinado—mapas de la "Ruta de la Unidad" que bullía de comercio, planos de nuevos acueductos, cartas de granjeros agradecidos—yacían enrollados y olvidados en un rincón.

Sobre su amplia mesa de roble, bajo la luz concentrada de una lámpara de aceite, solo había un objeto: un mapa que no pertenecía a su mundo de lógica y progreso.

Era antiguo, terriblemente antiguo. El cuero en el que estaba dibujado era quebradizo, y la tinta se había desvanecido a un marrón fantasmal. No mostraba montañas, ríos o ciudades. Era un mapa del cielo nocturno, pero no uno que ningún astrónomo real reconociera. Las constelaciones estaban conectadas por líneas serpenteantes que parecían representar flujos de energía, corrientes de magia primordial que atravesaban la bóveda celeste como venas en una hoja. Y en el margen, garabateadas con una caligrafía angulosa y obsesiva, había anotaciones. La letra de Morvan.

Kael entró en silencio, como siempre lo hacía cuando sentía que ella estaba inmersa en uno de sus "estados de cartógrafa". Traía dos tazas de té humeante. Se detuvo a su lado, observando el pergamino con una mezcla de respeto y aprensión.

—¿Encontraste algo? —preguntó, su voz un susurro respetuoso que no quebró el hechizo de concentración—. Has estado días con esto.

Lyra no alzó la vista de inmediato. Su dedo índice, manchado de polvo de carbón, seguía una línea tenue, casi invisible, que se escapaba del borde del mapa conocido, hacia una región marcada solo con sombras esquemáticas y runas de advertencia desgastadas por el tiempo.

—Algo… que no cuadra —murmuró, finalmente. Su voz sonaba distante, como si estuviera hablando desde un sueño—. Durante años, asumimos que la obsesión de Morvan eran las Lágrimas. El poder para controlar emociones, para dominar. Pero esto… —golpeó suavemente el pergamino— …esto es más grande. Es más antiguo.

Kael puso una taza de té al lado de su mano.
—¿Más grande que una diosa?

—No más grande. Anterior —corrigió Lyra, alzando por fin la mirada. Sus ojos, usualmente llenos de una calma práctica, reflejaban una chispa de inquietud intelectual, la misma que había tenido antes de sumergirse en el dolor de Kael—. Según estas notas, Morvan no creía que las Lágrimas de la Diosa Lunaria fueran el pináculo del poder. Creía que eran… ecos. Fragmentos de algo que se rompió. Llaves, Kael. Llaves para un candado que nadie debería abrir.

Kael frunció el ceño, bebiendo un sorbo de su té. La mención de Morvan todavía podía encender una brasa de ira en su pecho, pero ahora la controlaba, la usaba como combustible para la vigilancia, no para la venganza.
—¿Un candado? ¿A qué?

Lyra buscó entre las notas, sus dedos pasando sobre palabras garabateadas una y otra vez, como un mantra de locura.
—No lo nombra directamente. Usa alegorías. "La fuente de toda sombra", "el vacío que devora estrellas", "el hambre primordial". —Hizo una pausa y encontró lo que buscaba. Una sola palabra, subrayada con tanta fuerza que la pluma había casi desgarrado el pergamino. La mostró a Kael—. Esto. Esta es la palabra que lo obsesionaba.

Kael leyó la palabra, y un escalofrío involuntario, completamente ajeno al frío invernal, le recorrió la espina dorsal.

"El Ocaso."

Sonaba pesado. Final. Era lo opuesto directo a todo lo que ellos habían luchado por construir. "El Amanecer" había sido su grito de guerra no oficial. "El Ocaso" era su némesis.

—Lyra… —dijo, su voz era grave—. Son los delirios de un hombre que perdió el contacto con la realidad mucho antes de que nosotros lo enfrentáramos. Su mente era un nido de serpientes. ¿Por qué dejar que su veneno te alcance ahora?

Lyra se puso de pie, caminando hacia la ventana. Afuera, el reino despertaba, pacífico y confiado.
—¿Y si no son solo delirios, Kael? —susurró, mirando la escena—. Durante toda la batalla, Morvan nunca pareció un loco. Parecía… un fanático. Un creyente. ¿Y si creía en esto? ¿Y si su búsqueda de poder no era solo para gobernar Valerium, sino para prepararse para algo que él creía que venía? Algo a lo que llamaba "El Ocaso".

Giró para enfrentarlo, su expresión era seria.
—Luchamos una guerra contra el síntoma: un tirano corrompido por la ambición. Pero ¿y si la enfermedad, esta… esta entidad o evento que él llamaba "El Ocaso", sigue ahí fuera? ¿Esperando?

Kael se acercó a ella, poniendo sus manos firmes sobre sus hombros. La sentía tensa.
—No hay ninguna prueba. Solo las divagaciones de un hechicero muerto en un mapa viejo. No podemos gobernar un reino basándonos en fantasmas.

—No estoy sugiriendo que gobernemos basándonos en esto —replicó Lyra, poniendo sus manos sobre las de él—. Estoy sugiriendo que… investiguemos. Que estemos alerta. Mi don, Kael, no es solo para dibujar carreteras. Es para percibir patrones, para ver la verdad oculta. Y mi instinto me dice que este mapa, esta palabra, son importantes. Que la partida no ha terminado, solo ha cambiado de tablero.

Se miraron en el silencio de la habitación, el peso del pasado y la incertidumbre del futuro colgando entre ellos. Kael vio la inquebrantable certeza en los ojos de Lyra. No era miedo lo que la impulsaba, sino la misma curiosidad insaciable y la necesidad de proteger que la habían llevado a cartografiar su alma.

—De acuerdo —cedió él, finalmente—. Mantengamos los ojos abiertos. Entrenemos a tus aprendices para que vigilen estas… corrientes mágicas de las que habla el mapa. Pero no dejemos que esta sombra empañe la luz que hemos trabajado tan duro para encender. —La drew cerca y la abrazó—. Por ahora, esto se queda entre nosotros. No hay necesidad de sembrar el pánico.




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