Las lágrimas de la Mariposa que amó a un Colibrí.

Capítulo 1. Así nacieron las Mariposas.

 Primer Libro de la Saga  Crónicas de un Origen Lejano. 

Pasados olvidados, hace tiempos inmemorables, en un mundo distante del nuestro, se encontraba la pareja creadora, la deidad que no fue creada, la deidad que existió desde el principio de los tiempos, unidos formaban el ser más poderoso y eterno pues su reino no tendría fin ni comienzo alguno, ha existido desde antes que el tiempo mismo se crease. 

Fue entonces que aburrido de su soledad, decidieron crear el mundo, deseaban tener seres que le alabasen como a un dios, deseaban tener creaciones propias. Así fue como ambos dioses que formaban uno solo se dispusieron a procrear sus cuatro primogénitos, los cuatro dioses que serían los más poderosos por debajo de ellos. Estos fueron según su orden de nacimiento. 

Tezcatlipoca, dios del espejo humeante, deidad del destino, el tiempo y lo que prontamente sería el inframundo. Itzpapalotl, la mariposa de obsidiana, diosa de la guerra, de la vida y de la muerte. Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, dios de los vientos, la escritura, las leyes y la religión.  Mictlantecuhtli, amo y regente de la muerte absoluta, señor de la no vida, del mundo en donde todas las almas irían a parar. Así fue como estos cuatro dioses nacieron de la unión de la pareja creadora, la deidad absoluta. 

Los cuatro dioses entonces decidieron que querían crear sus propios mundos en los cuáles regir, olvidando el encargo que les habían dejado sus padres, el crear el mundo principal, en donde sus creaciones vivirían, en donde les adorarían por siempre. 

Tezcatlipoca junto con Mictlantecuhtli, crearon el Mictlán con sus nueve niveles cada uno, de sus alientos emanaron de la oscuridad la tierra, los hielos, el fuego, el jade, los ríos y demás cosas con las que deseaban reinar. Del primero decidió crear el Jaguar, un felino feroz que le ayudaría a cuidar la entrada del inframundo. Mictlantecuhtli por su parte creó el palacio de los muertos, de su propia sangre creó los heraldos, ayudantes que poseían la forma de esqueletos que construían y vigilaban las puertas de cada nivel. 

Quetzalcóatl por su parte comenzó a vagar por el mundo principal, una bola de oscuridad, la nada entera. Decidió subir a los otros mundos y crear los trece cielos, cada uno para los próximos dioses que aún no habían nacido, creo el viento de su suave aliento y se asentó en uno de aquellos cielos, en dónde de sus manos comenzó a crear las aves. 

Itzpapalotl por su parte, se tomó uno de los cielos para sí misma, aburrida y desconsolada por su soledad, pues era la única mujer entre sus hermanos, quería tener más compañía para sí misma, de sus dulces manos creó el barro que sería el suelo de su mundo, de este entonces lo besó para que surgieran las plantas. y Así nació su mundo, lleno de árboles y flores que solo veía en sueños. Ella estaba feliz porque tenía un lugar en el cual vivir, un lugar que no sería solo oscuridad, pero seguía sintiéndose sola. Tezcatlipoca tenía a Mictlantecuhtli, ellos a la vez tenían sus propios sirvientes, el primero tenía manadas de felinos parchados, feroces que cuidaban las entradas del infierno. El otro por su lado, tenía decenas de servidores, hechos de huesos, ellos cumplían sus órdenes y le hacían sentir acompañado. Quetzalcóatl por su lado tenía esas aves hermosas que surcaban los cielos con él, le tenía mucha envidia por eso, era el único dios que no tenía a la muerte como regente, él era la vida misma mientras que los otros tres tenían a la muerte en común. 

Se decidió entonces a visitar a su hermano menor, la serpiente voladora en su paraíso. En este el cielo apenas y tenía flores, solamente árboles altos que subían a los cielos y no tenían fin. En estos vivían las aves que su hermano había creado, de miles de colores eran pues, algunos verdes, otros rojos, otros azules y hacían mucho ruido. Su hermano les ordenaba construir el palacio que se alzaba entre todos los árboles, en el momento en que su hermana lo encontró, se hallaba creando a la serpiente. De sus manos moldeaba el barro del suelo con las plumas de sus aves y los mezclaba con un poco de su sangre divina. Entonces le dio forma y le dio el aliento de la vida para que el animal pudiera respirar, alimentarse y adorarlo. Fue así como la tierra y el cielo fue llenado de vida por el dios de la escritura y la religión en aquellos días. 

Su hermana veía fascinada todo lo que su hermano menor había creado y se le acercó para preguntarle como le hacía, pues se sentía sola en su mundo, solo con el sonar de los árboles y la belleza de las flores, sin nadie con quien hablar o jugar siquiera. ¿Qué podría crear ella entonces? Sus hermanos tenían felinos, aves, serpientes y esqueletos a su servicio, todos hablaban, todos adoraban y obedecían, pero las flores y los árboles no podían hablar, solo podían ver y callar, sus susurros eran apenas escuchados en un lenguaje que ella no entendía, pues eran cuando los vientos chocaban con las hojas de estos. Su hermano que estaba rodeado de serpientes y aves no sabía que contestarle a su hermana mayor. ¿Qué animal podría crear ella para hacerle compañía? Fue entonces que le regaló una escama de serpiente y una pluma de quetzal, le dijo que pensará en un hermoso ser, un ser que le hiciese compañía, que le adorase y que con sus manos lo crease pero ella no podía. 




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