El bosque estaba en silencio, roto solo por el crepitar lejano de las hojas secas.
Kaen no podía apartar la mirada de ella. La chica parecía hecha de agua y luz, pero sus ojos tenían algo más… miedo.
—¿Qué eres? —preguntó él, dando un paso hacia adelante.
La chica retrocedió. A su alrededor, el aire cambió; el suelo se cubrió de pequeñas flores azules que nacían y se marchitaban al instante.
—Soy lo que queda —respondió con voz quebrada—. Un fragmento de algo que ustedes destruyeron.
Kaen frunció el ceño.
—¿“Ustedes”? ¿Los humanos?
Ella asintió lentamente.
—Quemaron mi bosque para construir sus ciudades. Y cuando el fuego se apagó, el viento dejó de cantar. Desde entonces… he estado sola.
El silencio pesó entre ambos.
Kaen observó el árbol carbonizado tras ella, donde todavía caía una ceniza suave.
—¿Cómo te llamas? —preguntó, intentando romper aquella tristeza.
—Rin —susurró—. El espíritu del viento del norte… o lo que queda de él.
El viento sopló débilmente, acariciando el rostro de Kaen. En ese instante, él lo entendió: no era un sueño.
Esa chica era real.
Y si los humanos habían olvidado escuchar, él sería quien aprendería de nuevo.
Rin levantó la vista hacia el cielo gris.
—El cristal de las almas ha sido robado —dijo con amargura—. Sin él, todos los espíritus desapareceremos… incluso yo.
—Entonces lo recuperaré —dijo Kaen sin dudar.
Rin lo miró, sorprendida, y una chispa azul brilló entre ellos.
—¿Por qué ayudarías a alguien como yo?
—Porque… tú eres la primera voz que el viento me devuelve.
El bosque tembló suavemente, como si aprobara sus palabras.
Y en ese instante, un grupo de sombras emergió entre los árboles: figuras encapuchadas, con símbolos brillando en el pecho.
—Los cazadores… —susurró Rin, temblando—. Nos encontraron.
El viento se detuvo.
El destino, una vez más, estaba a punto de cambiar.
Editado: 04.11.2025