Las lágrimas del último espíritu

Capítulo 4

El amanecer teñía los tejados de Aeryn con tonos de cobre.
El humo de las fábricas ascendía al cielo, formando nubes grises que ocultaban el sol.
Kaen observó el horizonte desde un callejón, con Rin recostada contra una pared de piedra húmeda. A su alrededor, la ciudad despertaba: motores encendiéndose, ruedas chirriando, y el zumbido constante de las máquinas.

Ella apenas respiraba.
Su brillo espiritual se había apagado casi por completo.

—Rin… —susurró él, sacudiéndola suavemente—.
Abre los ojos, por favor.

Una débil luz azul parpadeó en su pecho.
—El aire… aquí no hay aire puro —murmuró ella con voz quebrada—. Esta ciudad… asfixia a los espíritus.

Kaen miró a su alrededor. En las calles, tubos de vapor cruzaban el suelo, y los muros parecían latir con energía artificial. Todo lo que antes era naturaleza había sido reemplazado por metal.
Era el precio del progreso… y también su condena.

—¿Qué es ese cristal del que hablaste? —preguntó Kaen, mientras la ayudaba a sentarse.
Rin levantó la mirada, y en sus ojos se reflejaba una luz antigua.
—El Cristal de las Almas es el corazón del mundo.
Cada espíritu, cada soplo de vida, está conectado a él.
Cuando los humanos lo robaron, el equilibrio se rompió. Los ríos se secaron, los vientos se callaron… y nosotros empezamos a desaparecer.

—¿Quién lo robó? —preguntó Kaen, sintiendo un escalofrío.
Rin bajó la voz.
—El Consejo de Aeryn. Dicen que lo ocultan en lo más profundo de su torre central, donde ni la luna alcanza a mirar. Usan su energía para alimentar sus máquinas… y al hacerlo, devoran las almas del mundo.

Kaen apretó los puños.
La idea de que su propio pueblo destruyera aquello que daba vida lo llenaba de rabia y vergüenza.

De pronto, una figura encapuchada apareció al final del callejón.
Su voz era grave, con un tono casi mecánico.
—Kaen del Valle Gris. Se te acusa de proteger a una criatura prohibida. Entrégala… o ambos desaparecerán.

Kaen dio un paso adelante, protegiendo a Rin con su cuerpo.
—No pienso entregarla.
El hombre levantó su brazo, y una esfera metálica comenzó a girar en su mano, emitiendo un zumbido eléctrico.
—Entonces, que los dioses olvidados te juzguen.

Antes de que el ataque cayera, una ráfaga de viento invisible los envolvió. Rin abrió los ojos, y su voz resonó con fuerza:
—El viento no pertenece a los hombres.

Un torbellino estalló en el callejón, arrojando al enemigo contra las paredes.
Cuando el polvo se disipó, Rin cayó de rodillas, exhausta.

Kaen la sostuvo entre sus brazos.
—Descansa… lo lograremos.
Ella lo miró, sonriendo débilmente.
—El cristal nos llama, Kaen. Pero cuidado… no todos los humanos han olvidado escucharlo. Algunos lo usan.

En lo alto de la ciudad, dentro de una torre brillante, una esfera de cristal azul comenzó a palpitar.
Y por primera vez en siglos… el viento volvió a cantar.



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En el texto hay: fantasia, misticismo, accion

Editado: 04.11.2025

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