Las letras de mi amor

Capítulo 4

Amo hablar contigo y que me escuches de verdad, que me tomes en cuenta como nadie más. La forma en la que haces el ridículo sólo para hacerme sonreír, también la forma en que me abrazas y sobre todo adoro como, contigo, soy feliz.

Es por eso que tenía tanto miedo de decirte esto, porque tenía miedo de perderte. Sin embargo, llegó el tiempo de dejar de ser un cobarde, aunque eso signifique que ya no desees ser mi amiga, pero supuse que debías saberlo porque no es justo para ti vivir con una mentira, ni para mi estar con esta constante incertidumbre.

Dos días antes.

—Se va esta semana —expreso con tristeza—. Se va y sigue sin hablarme.

—No he visto mucho interés de tu parte en hablarle a ella —dice Antony.

Frunzo el ceño y giro mi rostro para verlo, sentado en su escritorio tecleando en su computador.

—¿No se supone que eres mi amigo?

—Creo que ahora soy tu cuñado ¿no?

—Por favor, sabes que con Carrie solo formamos una tetra —afirmo sentándome en la cama—. Sabes que solo tengo ojos para Serena.

—Sí, bueno. Por la forma en la que te vi besándola ayer, podría dudar de tus sentimientos hacia Serena.

Sacudo mi cabeza de inmediato.

—Fue algo que tu hermana ideó en el momento para que Serena nos viera, Antony. Sabes que no siento nada por ella.

—Si vas a jugar, no me agrada que lo hagas con mi hermana ¿sabes? Pudo haber sido la de la idea, pero vive en una constante ilusión que no me sorprendería que termine imaginando cosas que no son. —Por primera vez se digna a mirarme—. Podré ser tu amigo, pero no toleraré que le rompas el corazón a Carrie.

Mi mandíbula se abre, sin comprender a que se debe su extraño arrebato, pero asiento de igual forma.

—Mañana, en la fiesta, será nuestra última aparición oficial, Antony. Luego de eso todo volverá a la normalidad. Por mucha imaginación que pueda tener Carrie, es imposible que se enamore de una mentira en tan solo tres días.

—¿No te enamoraste tú de Serena apenas verla?

No puedo objetar sus palabras, aunque no estoy seguro de que allá sido así en realidad.

Si llamo mi atención nada más mirarla, pero los sentimientos en definitiva afloraron cuando la conocí a profundidad. Cuando comencé a notar la forma en que mi corazón se aceleraba cuando ella me abrazaba, como el simple hecho de hablar con ella durante horas me generaba paz, el hecho de que realmente me escuchara con atención y en especial, las veces que solía hacer el ridículo para hacerme sonreír.

La paz que mi brindaba son solo observarme fue lo último que necesite comprobar para darme cuenta de mis verdaderos sentimientos, así como el miedo consecuente a que al decirlos, ella se alejara de mí, llevándose consigo todo eso que hacía mis días completos.

—Es completamente distinto. —Me defiendo al fin—. ¿Realmente es eso lo que te preocupa, o hay algo más?

—Ya te dije todo lo que pensaba —asegura cerrando de golpe su computador—. Iré a darme una ducha.

Vuelvo a recostarme sobre la cama con mis ojos cerrados, mientras él recoge las cosas para ir a la ducha de la residencia. Escucho como camina de un lado a otro y finalmente camina junto a mí para salir de la habitación.

—Serena. —Escuchar su nombre me hace saltar de la cama, para verla en el pasillo, de pie frente a Antony.

—¿Puedo pasar? —indaga un tanto insegura, cuando antaño siempre ha entrado como si de su propia habitación se tratase.

—Claro, ya yo me iba. —Antony pasa junto a ella, dejando la puerta abierta para que entre, cosa que ella hace.

Nos miramos en silencio, mientras ella entra cierra la puerta detrás de sí y deja descansar su espalda sobre esta.

—¿Podemos hablar un segundo?

—Por supuesto —respondo de inmediato.

—Será rápido, pero no quiero interrupciones. ¿No esperas a nadie?

—No.

Ella siente y acomoda el cabello detrás de su oreja.

—Entonces… Tú y Carrie, ¿eh? No lo imagine posible.

—¿Es eso de lo que quieres hablar? —pregunto lleno de incredulidad.

—Suena ridículo, lo sé, teniendo en cuenta que sigues molesto conmigo, pero quería entender cuando fue que ustedes…

—Estuviste fuera una semana, y fue ella quien estuvo conmigo en ese tiempo —miento, con una naturalidad que incluso a mí me sorprende—. Y lo seguirá estando cuando tú te vayas.

—No me iré para siempre, lo sabes.

—La verdad es que no lo sé, Serena. Decías algo parecido sobre dejar la ciudad hace un par de meses, luego este idiota llega y…

—Se llama Adriano, Carter, deja de llamarlo idiota —me interrumpe.

—Para mí es y seguirá siendo un idiota.




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