Las letritas de Sybil

Mi querido callejero

Paseo por las calles de la pequeña ciudad de montaña en la que vivo desde que mis pies tocaron por primera vez el suelo. Conozco este lugar como la palma de mi mano; cada edificio, cada tienda, cada rincón... Nada puede ocultarse de mí en esta localidad, ni siquiera los recuerdos de ese día.

Aún recuerdo esa tarde de invierno de hace dieciocho años. Yo tenía dieciséis y acababa de llegar del instituto, fue un típico día, aunque más frío que de costumbre. El hombre con verrugas y canas que se dedicaba a dar el tiempo en el canal de noticias local, ya había anunciado una gran nevada para esa misma noche.

Fue  por eso que mi madre me envió pronto por comida y algo de leña para la chimenea. Me gustaba cuando la encendía. Andy (mi hermano menor) y yo siempre asábamos malvaviscos esas noches, era genial. Nos recordaba a cuando papá estaba en casa... De eso hacía ya tres años.

Suspiré mientras caminaba y pude apreciar como el vaho salía de mi boca. De niño, jugaba a que era el humo de un cigarrillo, me sentía mayor haciendo eso. Cosas tontas de niños, supongo.

Me sobé un poco los brazos a causa del frío y seguí mi camino de regreso a casa. Llevaba una gran bolsa con comida, para una persona normal daría para una semana, pero para gente en nuestra situación debía durar casi todo el mes.

Durante el camino de regreso, centré mis pensamientos en aquellas preocupaciones que me acongojaban durante el día, como la gran cantidad de exámenes que me habían puesto para esa semana o el paradero de mi padre. De pronto, una pequeña gota cayó sobre mi nariz, toqué esa parte de mi cuerpo algo confundido y miré hacia arriba.

Suspiré con pesar y puse los ojos en blanco.

— ¿Es en serio?—Le hablé al cielo grisáceo para después ponerme el gorro de mi abrigo y caminar rápido bajo la lluvia, que poco a poco se hacía más fuerte.

Caminaba cada vez más rápido, sin detenerme o bajar el ritmo. Mi casa estaba lejos y no quería terminar empapado y con un buen resfriado, fue entonces que sentí como si hubiese algo detrás de mí.

¿Has tenido alguna vez esa extraña sensación de que alguien te sigue o te observa? Bueno, eso fue lo que me pasó a mí.

Miré de reojo y vi a un perro callejero de color negro. Parecía un cruce entre Pastor Alemán y Mastín. Nunca me habían gustado mucho los perros, era más de gatos, por lo que solo lo evité y seguí mi camino, pero él no desistió y me siguió bajo la lluvia, sin dejar de mover la cola un solo segundo y con la lengua afuera. Parecía ansioso o emocionado.

Era bastante molesto y no quería que fuera a casa conmigo, ya que mi madre me regañaría. A ella tampoco le gustaban los perros, en realidad no le gustaban los animales y menos los callejeros, los cuales estaban llenos de pulgas y olían mal.

 

Suspiré y me di la vuelta para encarar al animal. El perro se encontraba de pie, completamente mojado y mirándome fijamente, bueno, más bien miraba la bolsa de la compra, en la cual además de verduras y cosas para el aseo personal, había carne, jamón para ser exactos. Mi madre haría una comida al día siguiente y llevaba ese embutido como ingrediente principal. Era obvio lo que quería ese perro, el jamón, debió de olerlo cuando pasé a su lado en algún momento.

– ¡Oye!– Le grité molesto.

El perro, al llamar su atención, me miró y se sentó jadeando y moviendo la cola frente a mí, esperando a que le diese lo que él tanto ansiaba.

–Mejor olvídalo. Este jamón es demasiado bueno para alguien como tú. ¡Lárgate y deja de seguirme!–Le grité al chucho. Luego me di la vuelta pensando que el perro habría entendido, pero me equivoqué. El animal una vez más comenzó a seguirme, cosa que me desesperó.

Al principio pensé que se cansaría y terminaría por irse, pero al pasar los minutos me di cuenta de que eso no iba a suceder, por lo que decidí detenerme nuevamente y gritarle para que se fuera.

– ¡Vete! ¡Fuera! ¡Lárgate! ¿Qué parte no entiendes? ¡Eres un chucho idiota! ¡Fuera!

El callejero movió la cabeza hacia la derecha, confundido por mis palabras, volvió la vista a la bolsa, moviendo la cola una vez más. Ya cansado de ser perseguido por ese sucio animal traté de pensar en alguna manera de apartarlo de mí. Lo único que quería era que se fuera y me dejara en paz. Ese mugriento animal no me iba a traer más que problemas.

Observé al can y di una patada en el suelo a la vez que decía: "Shu" a un elevado volumen, para ver si así se asustaba, pero no, no funcionó. Ya no sabía qué más hacer, tendría que cargar con él hasta mi casa y aguantar los gritos de mi madre. Ya estaba desesperado y no veía más opción que esa, pero entonces  la vi. Ahí estaba aquella piedra.

Aún hoy deseo poder volver al pasado y cambiar aquella deplorable acción, pero la vida no es una película, no puedes dar marcha atrás presionando un botón, por lo que no me queda más que vivir con ese asqueroso recuerdo.

Tomé aquella pequeña piedra, la verdad, no sé en qué estaba pensando ese día, pero la tomé y con fuerza la lancé contra el lomo del perro.

El can dejó salir un aullido de dolor y terror, y tras levantarse rápidamente del suelo, comenzó a correr como si su vida dependiera de ello. Lo observé alejarse, y algo dentro de mi pecho se movió.



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En el texto hay: fantasia, drama y tragedia

Editado: 18.02.2020

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