Las máscaras del invierno

Capítulo 1 - El primer pleito

 

Suena el despertador. Aquel sonido intermitente siempre me causa una especie de malestar en el estómago; supongo que es producto del pensamiento de que debo despertar, aunque no quiera, y comenzar mi día. Hago la almohada a un lado, que estaba sobre mi cabeza y me siento en la cama, bostezando. Acabo de tener un sueño poco común y sorprendentemente nítido. Estaba en el programa de Charlie, como invitada especial. ¿Pero a qué se debe aquel sueño? No tengo idea de su significado, dicen que todos los sueños tienen uno. ¿Quizá sea una especie de deseo inconsciente mío por ser tomada en cuenta, por destacar del resto y salir por un momento de una realidad monótona y grisácea? No lo sé. Tendría que ir con un intérprete de sueños.

 

Antes de levantarme de la cama, miro la ventana y veo que está lloviznando.

 

—Parece que va a ser un día helado —me digo.

 

Ha sido una semana de llovizna por las mañanas. Es como si la lluvia no se decidiera a caer y en lugar de ello mandara a su hijo pequeño, la llovizna.

 

Dejo la cama y comienzo mi ritual matutino. La primera cosa que hago es dirigirme al baño, y empiezo a ducharme. El agua caliente hace que el vapor se esparza por el baño; abro la pequeña ventana. El chorro cae sobre mi cabeza y me siento como bajo una cascada, una cascada que aumenta mis niveles de serotonina con su temperatura agradable. En este instante de felicidad no puedo evitar mirarme la cicatriz que tengo un poco más arriba de los senos, y solo puedo observarla con una especie de impotencia y una rabia dominada al recordar aquel momento en que él me la hizo.

 

Una época oscura. Una parte de mi pasado que quisiera olvidar y que, sin embargo, dejó una cicatriz indeleble.

 

Me quedo un rato más bajo la cascada y al cabo de este corto el chorro. Salgo, dando un suspiro.

 

 

De vuelta en mi habitación, me visto bien (me pongo una camisa roja a cuadros y una chaqueta corta de mezclilla abierta, y abajo unos jeans con zapatillas Converse). Después de todo, el día lo amerita, pues hoy vuelvo al instituto. Tengo sentimientos encontrados: por un lado, volver al instituto me genera un pequeño tedio debido a las tareas, los exámenes y todo eso. Pero por otro lado me pone feliz el hecho de que volveré a ver a mis mejores amigos, Alberto y Bella. Soy una persona que fácilmente desarrolla lazos con otras, por lo que la presencia de mis mejores amigos en mi vida es casi necesaria, me he acostumbrado a ellos.

 

Echo en mi mochila mi libro “Tú y yo: destinos entrelazados”, la novela juvenil que estoy leyendo actualmente y bajo al primer piso a desayunar.

 

Mi madre no está. Estoy acostumbrada a su presencia por las mañanas; y pese a mi insistencia de que no lo haga, ella siempre me tiene el desayuno listo. No me agrada la dependencia, me siento conforme al poder en esta oportunidad preparármelo yo misma.

 

Luego de comer mis tostadas con el libro abierto sobre la mesa escucho el maullido de Reymundo. Mi gato, atigrado y gris, me está mirando con aquella cara que siempre pone: la que me indica que quiere comida.

 

—Reymundo, se te acaba el alimento tan rápido, qué voy a hacer contigo —le digo y me paro a ponerle su alimento. Lo acaricio para que me vaya bien y salgo de la casa.

 

 

La distancia de mi casa al Instituto High Grayson no es mucha. Solo son cinco calles y siempre llego temprano. Me he traído mi paraguas pese a que estoy segura que no lloverá. Mientras camino bajo la llovizna voy pensando. Tengo una especie de sentimiento de rico vacío que me inspira ver las calles solitarias, con puntitos de llovizna, me da la impresión de que voy caminando por un pueblo que ha olvidado despertarse. No sabría bien cómo explicarlo, pero me siento bien. En este rato que camino al instituto me agrada este mundo grisáceo y callado. Soy como un animalito que avanza por la ciudad sin sonido. No recordaba el sentimiento, pero ahora lo tendré todas las mañanas. Es una ventaja de vivir en Pueblo Gríseo.

 

Estoy a tres calles. Suena mi celular.

 

—Romina, qué tal, ¿vienes hoy?

 

Es Alberto.

 

—Claro, ¿por qué no iría?

 

—Por tu costumbre de siempre faltar el primer día al instituto. Stan me preguntó por ti. Está aquí en la entrada, le diré que se vaya.

 

—Espera, ya llego.

 

 

Stan. Últimamente me ha estado fastidiando bastante.

 

 

Llego al instituto a las 8:20 a.m. Como es el día de regreso, en las escaleras y afuera del instituto hay una diversidad de estudiantes. Pese a que no las he visto durante un tiempo, reconozco algunas caras. Por un lado están los miembros del club de ajedrez, con sus chaquetas café y su apariencia en general misteriosa. Por otro lado, cerca de las escaleras, están los integrantes del equipo de fútbol americano y los de básquetbol. También veo a los chicos del club de los Tigres y a los del club de la Lechuza. Acabo el recorrido con mi mirada enfocándome en Alberto que tiene, me fijo por su lenguaje corporal, una especie de discusión con Stan.



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En el texto hay: misterio, romance, chick lit

Editado: 19.05.2022

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