Las máscaras del invierno

Capítulo 7 - El reencuentro con Ciel

 

—Pues quería disculparme por la pelea que tuve con el…

 

—¿El qué…?, sigue —lo insto, segura de que va a decir el espantapájaros.

 

—Digo Alberto, Alberto. Mi pelea con él. Quiero pedirles disculpas, ya que ustedes son sus amigas. Verás, yo no…

 

—Disculpa aceptada. ¿Eso es todo? —le pregunto, ansiosa de que se vaya.

 

—Sí, les pido disculpas desde el fondo de mi corazón, por favor créanme. ¿Tú me crees? —mira a Bella.

 

Bella se queda muda y se pone a ver su celular.

 

—Sí, sí… —responde.

 

—Oye, tú eres linda —le dice Constantino y acerca su mano para tocarla. Yo se la desvío.

 

Bella lo mira asustada.

 

—Suficiente, Constantino, te pedimos que te vayas —le hago saber al rubio.

 

—Bueno. Adiós. Romina —me guiña un ojo—, estaré pensando en ti.

 

Lo miramos alejarse, extrañadas, hacia la mesa donde está Stan.

 

—Es un fenómeno —le digo a Bella. Y en seguida me siento un poco culpable por usar aquel tipo de calificativo, pero Constantino… ya es más que desagradable.

 

—Bueno, por lo menos ha pedido disculpas —contesta Bella—. Pero me incomodó bastante, tocándome…

 

—Sí, ¿qué le pasa? —pregunto, incrédula.

 

Lo veo conversar nuevamente con Stan. Este me mira. Son el dúo indeseable, definitivamente.

 

Por fin puedo continuar comiendo mi lasaña tranquila.

 

* * *

 

Después de terminar de comer, volvemos a la sala y estamos un rato en clases con la profesora de artes. La clase dura hasta las 5:00, pues la profesora tiene que hacer un trámite y nos deja salir antes.

 

A las 5:30 salimos del instituto, en ese momento Ciel me estará esperando.

 

Dan las 5:00 y me dirijo a la biblioteca a reunirme con Sabrina, tal como acordamos. Antes de entrar, me despido de Bella.

 

—Seguro te vas a juntar con un chico —bromea—. Nos vemos, Romi.

 

—No, no es así. Adiós —sonrío, y me asomo a la biblioteca. Sabrina está sentada a una mesa, esperándome.

 

Camino hacia su mesa.

 

Ella solo levanta la vista cuando le hablo:

 

—Hola, Sabrina. Aquí estoy.

 

—Hola. Siéntate —me señala la silla frente a ella.

 

—¿Cómo estás?

 

—Bueno, mi novio me dejó y mis padres tramitan su divorcio, estoy sobreviviendo —me contesta. Y veo que tiene el delineado algo corrido por haber estado llorando. Con razón le dicen la chica triste, pienso.

 

—Toma —saco un pañuelo de mi mochila y se lo paso.

 

—Gracias —se limpia el delineado corrido—. Romina, hay algo de lo que quiero hablar contigo.

 

—Dime.

 

—El día de ayer, vi que alguien se acercó a ti.

 

—¿Alguien se acercó a mí? —pregunto. Sí, Ciel se acercó a mí, cuando yo me encontraba fuera de la clase y me hizo tener la visión, me digo a mí misma.

 

—Sí, yo andaba fuera de clase, había ido al baño y te vi con él.

 

—Sí, fue un chico. Solo estábamos conversando —le digo, consciente de que no debo mencionar lo que me hizo ver Ciel.

 

—No es necesario que resguardes su identidad, Romina —Sabrina me mira a los ojos, los suyos son negros y parecen un pozo sin fondo—. Sé que Ciel se acercó a ti y te hizo ver algo que te impactó.

 

Me quedo muda de la impresión y congelada por un momento. ¿Cómo sabe que él me hizo tener una visión?

 

—Además, sé también lo que viste.

 

¿Cómo, me pregunto, puede saber incluso eso? La única explicación que encuentro es que Ciel le haya contado que me hizo ver cómo Pueblo Gríseo sufría un terminante destino gélido.

 

—Él no me ha contado nada. Yo pude verlo. Verás, tengo un poder —me confiesa Sabrina.

 

—¿Me estás diciendo la verdad, Sabrina? —pregunto, incrédula.

 

—Totalmente. Mi poder es que puedo leer los pensamientos de las personas cuando dos de ellas hacen contacto físico. Te lo demostraré, mira, ahí viene alguien.

 

Veo que entra a la biblioteca José, el conserje del instituto. Viste como siempre su uniforme azul y lleva una escoba en la mano. Se acerca al mesón de la biblioteca, donde está Janet, la bibliotecaria, y la saluda:

 

—Hola, Janet, ¿cómo estás?

 

—Bien, gracias —le responde con una sonrisa coqueta Janet.

 

—Qué bueno, cariño. Oye, ¿tendrás el libro Clases de seducción con Gabriel? Me lo recomendó un amigo.

 

—¿Para qué quieres un libro de seducción, si tú eres encantador? —le dice Janet sonrojándose—. Sí lo tengo.

 

Janet va a buscar el libro y se lo entrega a José.

 

—Gracias, cariño —le dice José y pone su mano sobre la de ella. Entonces Sabrina hace lo mismo conmigo.

 

—Tengo dos poderes —me informa—. Uno, el que te comenté, y el otro es el mismo de Ciel; si te toco puedo hacerte ver y escuchar cosas. Ahora escucha esto.

 

Empiezo a escuchar las voces de José y de Janet como si estuviera en sus cabezas:

 

José: Qué bien se siente tocar tu piel, eres tan hermosa… Si tan solo…

 

Janet: Este hombre me enciende, me gustaría estar encerrada en el cuartito del aseo con él…

 

José: …pudieras pasar la noche conmigo en mi departamento… Te haría feliz esa misma noche…

 

Janet: Estoy loca por ti, ya decídete y dime que te gusto…

 

 

Tan pronto como José retira su mano de la de Janet, dejo de escuchar las voces.

 

—¿Ves? —me pregunta Sabrina, mientras veo a José despedirse de Janet y retirarse de la biblioteca silbando.

 



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En el texto hay: misterio, romance, chick lit

Editado: 19.05.2022

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