Él me dio señales claras de que no podía meterme en su vida, como si hubiera una puerta cerrada frente a mí que nunca pensaba abrir. Pero, al mismo tiempo, me hacía creer que me quería dentro de ella, que había un lugar reservado para mí, aunque fuera solo en sus ratos vacíos. Era una contradicción constante: me acercaba con palabras dulces, con gestos que parecían promesas, y luego me empujaba con su silencio o su distancia. Me tenía atrapada entre el deseo de quedarme y la necesidad de irme, entre la ilusión de ser importante y la realidad de que, quizás, solo era una opción más en su mundo… un mundo en el que yo quería estar, pero que nunca fue mío.
Editado: 14.08.2025