Libro Segundo
Bribonadas
Primero
La primera vez que mi hermano Víctor fue mi héroe, fue en el patio de la escuela cuando tenía siete años, le dio una lección a un niño por burlarse de otro, porque le faltaban los dientes.
Víctor era un muchacho fuerte, el más valiente, el más sagaz, el más peleador de todos nosotros.
Pegaba duro con sus puños y era el que había destrozado más narices entre los alumnos de sexto, el que enterraba las moñas en el patio y el que gobernaba la clase.
Algunos de los chicos se habían hecho famosos por haber sido golpeado por el más fuerte de todos.
A Pisano, que la escuela entera lo conocía como Pisa ahora se le llamaba el cobardón, por haber perdido una pelea con mi hermano, a Lucas Gómez, que lo nombrábamos Luquitas ahora se le decía el Rotoso y a Cesar Helguera, que irónicamente le gritábamos Higueritas se le apodaba el Sucio, por haber terminado después de una riña embarrado entero, de los pies a la cabeza.
Mi hermano siempre inventaba algo para divertirnos, siempre una mentira inverosímil a mi madre, un escondite para esperar a algún bribón y darle su merecido, un canje de bolitas donde siempre se quedaba con las mejores, o una coacción para conseguir merienda.
Uno de los más ocurrentes juegos, era el juego de la carta, Víctor podía escribir mejor que cualquier maestro, él era quien la ideaba, la escribía, la entregaba en manos propias y la leía al llegar a nuestra casa.
Cuando mi madre estaba a punto de desmayarse, por la terrible noticia que sería expulsado de la escuela, nosotros reíamos a carcajadas y Víctor revelaba la mentira sin más.
Por las tardes, corríamos a un enorme taller que estaba delante de nuestra casa, donde arreglaban máquinas agrícolas, trilladoras y tractores.
Allí siempre estaba la protesta de sus vapores, sus intensos graznidos y el profundo gemir de sus actividades, luego, cuando habíamos observado por largas horas detrás de las inmensas puertas, como limpiaban, aceitaban y cambiaban piezas, nos escondíamos detrás de una de aquellas máquinas sin vida, que había sido abandonada delante del patio y trepábamos por una pequeña ventana superior que todos los días dejaban a medio abrir.
Al entrar, nos montábamos como dueños de aquellos esqueletos y los hacíamos propios.
Gritábamos, dábamos órdenes a los transeúntes imaginarios que se atrevían a pasar por delante.
Observábamos con desplante a nuestro alrededor creyéndonos adultos y conducíamos con la seguridad de un patrón de campo, pero nuestra mayor diversión, era hurgar en casa abandonadas, donde podíamos encontrar, cartones viejos, latas vacías, botellas de colores y piedras exóticas.
Víctor; mi hermano, era rápido, ágil, fuerte, tenía la sagacidad de un zorro.
Un abundante pelo negro, desordenado, le caía sobre los hombros, sobre una espalda demasiado fuerte, demasiado musculosa, como la de un atleta.
Era osado, incontrolable como un salvaje, siempre estaba en actividad ideando bribonadas.
Siempre sonreía, nunca decía palabras duras contra nosotros, siempre estaba contento, salvo cuando se enojaba que se volvía como un león.
Era receloso como un lobo, listo para evitar cualquier embestida de nuestros contrincantes, los chicos de la escuela.
Los muchachos pobres y rebeldes como mi hermano nacen con la rapidez del rayo, han aprendido a deslizarse evitando los golpes, las emboscadas y las penitencias de los maestros.
La escuela, para nosotros, era un paraíso en muchos aspectos, pero en otros era un mundillo sumido en un constante enfrentamiento, especialmente entre varones.
Intentar, hacerse amigo de un grupo que no les correspondía era para enfermos mentales, cada pandilla de chicos establecía un universo aparte y cuando un novato pisaba el patio, los del clan se revolucionaban.
Si o si, tenían que incorporarse a alguno de aquellos grupos y había que ser honesto y osado, si algún niño nuevo o despistado, se atrevía a colarse dentro de sus pupilos, este era castigado a golpes, a palos, a puños y a pies.
Muchos los habían golpeado infinitas veces y varios habían terminado sangrando por las luchas.
Pero Víctor, era el más audaz de los audaces, el líder que más palizas había dado, el que podía siempre con los más grandes, con los más temerarios, con los maestros y con el director Bermúdez.
Segundo
Víctor, comenzó a detestar a Bermúdez, desde que quiso echarlo de la escuela.
Este no era mejor persona que los que ocupan un importante cargo en la sociedad.
Aceptaba cigarrillos de padres de alumnos con conductas indecorosas, recibía coimas a cambio de eliminar suspensiones, proporcionaba obsequios a los maestros para seleccionar determinados chicos para ser cruz roja y hasta había admitido unas botellas de caña, para escoger él mismo los abanderados.
Toda la escuela sabía cómo era Bermúdez.
Un día, en el que el grupo de mi hermano se enfrentaba a otro y se lanzaban piedras, tierra, trozos de madera, latas viejas, palos y botellas, apareció Bermúdez.
Editado: 19.09.2024