Las noches de Calígula

Capítulo IV. El viaje marítimo

  Tres enormes galeras, bajo velas rectangulares de color rojo, zarparon del puerto de Brundisium. Aquellas galeras se denominaban trirremes a causa de la disposición de sus remos, en tres niveles.  Los remeros, musculosos y semidesnudos, procedían de todas las partes del mundo. Ellos remaban obedeciendo a los rítmicos sonidos de un tambor. Más rápido sonaba el tambor – más rápido se movía la nave.

  Y en la cubierta superior de cada trirreme se establecieron los soldados que servían como escolta a Germánico y su familia. Una centuria en cada trirreme. Los soldados comían, bebían, reían, cantaban canciones indecentes, jugaban dados, se retorcían en convulsiones cuando sufrían de mareo, e inclinándose por la borda escupían al agua el exceso de comida.

  El resto del ejército esperaba a Germánico en Asia. Allá se ubicaban las legiones: la VI Ferrata y la XII Fulminata.

  La familia del general viajaba en la primera galera, la más lujosa y rápida. En la cubierta, cerca de la proa elegantemente curvada y adornada, se instalaron tiendas de tela lujosa. Agripina descansaba entre las almohadas azules con flecos dorados, acunando en sus brazos a la hija Julia Livila que había nacido durante el viaje. Los hijos mayores de Germánico, Druso y Nerón, se quedaron en Roma a causa de sus estudios. Cayo Calígula, Agripina la Menor y Drusila acompañaban a sus padres. Las niñas han sldo entregadas al cuidado de las numerosas esclavas, mientras que el niño travieso a menudo se hallaba abandonado a su suerte.

  A lo lejos se divisaba la costa del Peloponeso, cortada por bahías y bañada por la abundante espuma que producían las olas. De vez en cuando, los legionarios subían a unas lanchas pequeñas y se dirigían a la costa para reponer sus suministros de agua dulce y alimentos. Soldados vestidos de corazas de cuero y cortas túnicas rojas perseguían los rebaños de corderos y se llevaban a los más gordos sin pago alguno. Los muchachos pastores, apoyados en bastones de madera, miraban con desprecio e impotencia a los romanos, cuya civilización en muchos aspectos se basaba en la cultura de la antigua Grecia, que ahora ellos pisoteaban sin piedad.

  El calor era sofocante. El cielo azul se fundía con el mar en el horizonte.  Pero cerca de los barcos el agua parecía ser verde y turbia. Calígula con curiosidad contemplaba el abismo verde que se abría delante sus ojos. ¿Qué secretos esconde el mar? ¿Qué monstruos viven en sus profundidades? ¿Quizás similares a aquel gigantesco pulpo, que había sido capturado en la costa de África y llevado a Roma por pescadores sicilianos? A veces en la profundidad del mar se divisaba una sombra apenas perceptible de un pez gigante. Y Calígula imaginaba que veía al mismísimo Neptuno con su cola de pez. ¿Y las sirenas? ¿En cuál de las muchas islas del mar Egeo viven estas misteriosas criaturas, cuyo canto mágico cautivó al legendario Ulises?

  Las noches traían una frescura embriagadora, salpicaduras saladas de olas y la vertiginosa altura del cielo azul oscuro. Parecían ser tan mágicas y misteriosas, que el niño no quería dormir. Calígula se acostaba en la cubierta y, cuando la galera saltaba de ola en ola, él miraba como se acercaban y se alejaban las estrellas titilantes. Observaba como en los otros dos trirremes se movían silenciosamente las oscuras figuras de los legionarios e inventaba unos cuentos, aterradores y divertidos al mismo tiempo. Fantaseaba con que un monstruo con viscosos tentáculos y la cabeza de una esfinge ascendía desde las profundidades del mar y devoraba a uno de los soldados.

  Fantaseado con criaturas marinas, Calígula se dormía al amanecer, cuando el cielo se pintaba de color rosado. Despertaba a la hora de comer. Y esperaba impaciente la llegada de la siguiente noche, mágica y misteriosa.

  La lenta flota dejó atrás Chipre, la isla que había visto el nacimiento de Venus. Aquella diosa había nacido de la espuma del mar, no del modo en que nacen los simples mortales.

  Germánico ordenó que se extendiera una amplia red de pesca entre dos galeras. Los musculosos legionarios desnudos nadaron por grupos en esta piscina improvisada, mientras sus camaradas en la cubierta aguardaban turno sin dejar de mirar al mar, listos para levantar rápidamente la sólida red y sacar a los nadadores del agua, si de repente aparece algún temible engendro marino.

  Germánico también se bañó y regresó a la cubierta, lleno de vigor y ánimo. Los esclavos silenciosos secaron su cuerpo con suaves tollas de lino, y Germánico se apresuró a ponerse una corta túnica roja.

  - Y tú, hijo, ¿por qué no nadas? –preguntó mientras se aproximaba a Calígula, quien se hallaba sentado en un taburete plegable.

  - No sé nadar –respondió Calígula.

  - ¿Cómo que no sabes nadar? ¡Entonces debes aprender! –exclamó Germánico.

  Agarró a su hijo con fuerza, lo levantó con sus enérgicos y musculosos brazos y lo llevó hacia la borda del barco. Intentando escapar, Calígula pateó frenéticamente sus piernas y golpeó a Germánico en la cara con bastante fuerza. Su padre preguntó irritado:

  - ¿No quieres nadar?

  - ¡No sé nadar! –asustado chilló Calígula–. Tengo miedo de ahogarme. Y también tengo miedo de los monstruos que viven en el fondo del mar.

  El chillido del hijo irritó al comandante. Germánico bajó al niño a la cubierta y lo sacudió violentamente.

  - ¡¿Quién hubiera pensado que el hijo de Germánico es un cobarde?! –murmuró con los dientes apretados.




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