A Julián le costó brincar la pared mucho más que a sus amigos, pero finalmente pudo hacerlo. Tuvo que sentarse en el canto de la pared, justo en la parte donde Iván había cortado el alambre de púas para después bajarse de un brinco. Calló al suelo y por poco se resbala y cae de nalgas.
—¿Ven?, les dije que este lugar está más solo que un desierto —sentenció Iván con una sonrisa de orgullo en su rostro.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?, es la segunda vez que vienes idiota —Almír le reclamó pesadamente.
—Ya, tú confía en mí. Ya no seas pesado y saca la hierva.
Mientras Iván y Almír estaban en lo suyo, a Julián le pareció que veía algo a la lejanía. Había volteado a ver al Este y logró distinguir una figura totalmente negra. A primera vista, la figura no se distinguía de entre la oscuridad, pero mientras más aclaraba la mirada se hacía más y más evidente su presencia.
—Oye —habló casi en susurros a Iván— ¿No dijiste que nadie viene aquí?
—¿Qué?
—Mira.
Ahora todos voltearon a ver la figura. Estaba distante y solo se mantenía de pie observándolos directamente. La figura, que no era más que una sombra, no era muy alta y parecía muy delgada, pero a pesar de eso el ambiente que inspiraba su sola presencia era pesado y horrendo.
—Hola —saluda Julián, tratando de mantener la calma en su voz.
La figura permaneció inmóvil, pero su presencia parecía menos amenazante cuando los jóvenes se acercaron un poco.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó Almír.
Iván, aunque algo nervioso, decide intentar una aproximación más directa.
—¿Puedes entendernos? —preguntó, esperando obtener alguna señal de respuesta.
Sin embargo, la figura siguió sin hacer ningún movimiento ni emitir sonido alguno. Eso los dejó con una sensación de desconcierto y frustración.
—Tal vez deberíamos irnos —sugiere Julián, sintiendo que la situación se está volviendo demasiado inquietante.
El ambiente cambió. De pronto lo que era una noche fría pasó a ser muy calurosa y un olor a podrido infestó el aire.
—¡A la mierda! —exclamó Iván— ¿Qué es ese olor?
Un sentimiento repentino de terror se apoderó de Julián. Un instinto de supervivencia le pedía a gritos que saliera corriendo de ahí, la sensación de peligro era abrumadora. No tenía la pinta de ser un guardia de seguridad ni tampoco parecía llevar un arma, pero aun así, algo en Julián podía sentir el odio y la sed de sangre que emanaba de la sombra.
—¡Tenemos que irnos! —dijo Almír al punto del pánico, ahí Julián se dio cuenta de que no era el único que sentía el peligro.
En ese momento, la oscuridad al rededor de la figura se hizo mucho más profunda. Y no solo eso, sino que también se les estaba acercando. La oscuridad invadía las paredes y estaba intentando atrapar a los tres. A Julián le parecían como tentáculos, tentáculos negros que salían de la oscuridad y se arrastraban por las paredes y el piso.
El pánico se apoderó de ellos y salieron corriendo. Treparon la pared lo más rápido que pudieron, esta vez Julián fue el primero en lograrlo, pero cayó de cara contra el piso de barro. La sangre le comenzó a brotar de la nariz y una herida en la frente, pero eso no le importó. Se levantó como pudo y salió corriendo más rápido de lo que nunca lo había hecho junto a sus amigos.
Un año atrás, Julián había participado en una carrera de 100 metros planos, donde se ganó el segundo lugar estatal. Aquella vez sintió que corría tan rápido que sus piernas iban a estallar, pero, esa noche como cualquier otra, sentía que estaba volando y la adrenalina le quitaba cualquier dolor. Su cuerpo había entrado en el estado de ''huye o muere''.
Los tres muchachos abandonaron el sitio y la vieja escuela regresó al absoluto silencio.