Las Noches Oscuras de Ana

Martes: El hombre del cascabel

''La maestra Martínez siempre solía llegar muy temprano a la escuela. Ella llegaba, preparaba las cosas en su aula y ya estaba lista esperando a sus alumnos desde una o media hora antes. Ese hábito le había dado algo de fama entre los alumnos y los otros docentes. Pero a partir de su segundo año dejó de hacerlo.

Al principio no quería decir por qué, pero un día le insistí mucho y me contó que mientras estaba revisando unos cuadernos en su salón, alguien le tocó la puerta. Pero no fue un golpe suave, la puerta fue azotada muy fuerte y le pegó un susto de muerte. Cuando se paró para abrirla no había nadie afuera, pero pudo escuchar algo raro. Escuchó cascabeles. Cascabeles que se alejaban .

Este evento le pasó varias veces, hasta que ya no aguantó más estar sola en la escuela y por eso comenzó a llegar más tarde.

En las cámaras de seguridad a veces se veía la figura blanca de un hombre caminando por el jardín y las gradas, pero ese hombre desaparecía de un momento a otro. No sé si las dos cosas tengan algo que ver, pero a mí me lo parece.''

 

Lo que la despertó fue el ringtone de su teléfono celular. Abrió muy bien los ojos y al inicio no sabía donde estaba, pero poco a poco su mente se fue aclarando hasta que fue consiente de que estaba en su auto, en la escuela abandonada.
Buscó su teléfono y contestó, no le tomó mucho reconocer la voz de Marián.

—¡Muy buenos días, princesa! ¿Soñaste con los angelitos? —Marián sonaba muy divertida.

—Hola Marián, buenos días —dijo Ana bostezando.

—Así que... dime ¿Qué tal te fue anoche?

—Pues bien, supongo.

—¿Bien?

—Pues sí.

Marián se quedó callada unos segundos.

—Viste algo, ¿cierto? —Ana notó nerviosismo en su voz.

Ana no sabía cómo responder a esa pregunta. Recordó la experiencia que tuvo en el salón 5B y quería contársela, pero gran parte de ella sentía que todo había sido solo un mal sueño, aunque la otra parte sostenía que era la total verdad. Aun así, por dudas o por orgullo, contestó:

—No, no vi nada de nada.

—Mmm... ¿En serio?

—En serio.

—Bien —sonaba aliviada, pero Ana también notó algo de decepción en esa palabra—, pues que bien que no te haya pasado nada. ¿Estás en tu casa?

—No, sigo acá en la escuela.

—Vaya que te tomas las cosas muy en serio.

—Te lo dije.

—Bueno, si no dormiste cómoda será mejor que aproveches para descansar ahora.

—Claro, lo haré.

—Si te llega a pasar algo, por favor llámame de inmediato. A y también... cuídate mucho.

—Está bien, lo haré.

Dicho esto, la llamada terminó. Ana se quedó unos minutos más sentada en su coche. Luego salió y estiró un poco las piernas que las tenía entumecidas. Volteó a su alrededor, observó con detenimiento cada ventana y cada esquina de los edificios, como buscando a alguien que no estaba ahí. Casi esperaba ver una niña pequeña con marcas extrañas en su cuello, pero no vio nada. La sensación que tenía era la misma que tuvo el domingo, la de una profunda soledad. Luego de eso se marchó sin más.

Llegó a su casa y lo primero que hizo fue ir a su cuarto y acostarse. Estando bocabajo sobre una almohada, dio un enorme grito. Comenzó a sudar frío y a respirar entrecortadamente. Su mente y su cuerpo había caído en nueva cuenta en lo que experimentó la noche anterior. Ana repetía los sucesos una y otra vez en su cabeza, analizando cada detalle de sus recuerdos. Buscaba una explicación, le exigía a su mente que le dé una clase de sentido. Deseaba con todas sus fuerzas que lo vivido anoche fuese solo un mal sueño o una mala broma de su cerebro.

Ella quería decirse a sí misma que nada fue real, pero todo lo que vivió parecía muy real. El frío, los ruidos, la mano en el espejo y la voz, sobre todo la voz, era lo que le causaba más escalofríos.

Un ruido repentino la hizo sobresaltarse. Algo se había caído en una parte de la casa. Ana se quedó un momento expectante en silencio y luego otra cosa se cayó al suelo emitiendo un sonido muy fuerte. Incluso desde su cuarto, Ana supo averiguar que el ruido venía de la cocina. Se levantó y caminó lentamente a investigar.

Mientras avanzaba por su casa, Ana sentía que ya no estaba sola. Iba desarmada y con mucho miedo. Recordó la mano en el espejo y la sensación de compañía que sintió en su auto la noche anterior. Llegó a la cocina con los nervios en punta y solo pudo ver unos platos tirados en el piso, ningún alma a la vista.

—Ho... hola —dijo al aire temblorosa— ¿Hay alguien ahí?

Ella sintió repentinamente que algo pasaba entre sus piernas saliendo de la cocina. Ella estaba tan concentrada que no lo vio venir y soltó un grito al aire. Se giró muy rápido, preparada para enfrentar lo que la estaba asechando.

Sentado en el piso, lamiéndose la pata como quien no tuviera ninguna preocupación en el mundo, estaba Chat.

—¡Estúpido gato! —dijo Ana. Tras esto, dejó salir un suspiro liberando la tensión.

Chat había tirado unos platos de plástico, posiblemente buscando comida. Ana los levantó y después se fue a la sala donde se acostó en el sofá. Las cortinas de las ventanas seguían cerradas y había mucha oscuridad. En eso, Chat se subió con ella maullando.

—¿Qué? ¿Quieres comer?, ahora no estoy de humor —le dijo Ana.

El gato, como si no le importara nada, solo se recostó sobre su estómago y se quedó callado. Ana lo vio regañándolo, pero luego se resignó y lo acarició.

Mientras lo veía, su mente pasó a recordar a Alan. Chat era el gato de Alan originalmente. Lo había adoptado porque le recordaba a un personaje de una caricatura, el gato es negro con algunas manchas pelirrojas muy claras y los ojos verdes. Alan decidió ponerle de nombre ''Chat'' en honor al personaje.

Ana recordó la cara de Alan cuando le contó eso, tenía una boba sonrisa infantil mientras cargaba a un Chat más joven. Ana pensó que se veía muy tierno. Ese fugaz recuerdo la hizo sonreír.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.