Las Noches Oscuras de Ana

Viernes: La noche de los espectros

''Hubo una ocasión en la que uno de los cocineros fue a quejarse a dirección que alguien entraba por la noche a la cafetería y movía las cosas de su sitio.

El señor alegaba que todas las mañanas tenía que acomodar todo el desorden antes de empezar y eso le consumía tiempo. Era muy gruñón y exigía que se pusiera cámaras de seguridad en la cocina porque sospechaba que los conserjes le movían las cosas. Llegó incluso a amenazar con renunciar, algo exagerado si me lo preguntas.

De todas formas pusieron las cámaras y cuando revisaron la grabación al día siguiente, el cocinero se quedó blanco de miedo. La grabación mostraba cómo en mitad de la noche, cuchillos, platos y cucharas salían volando por sí solos, sin que hubiera nadie para tirarlas. Nunca más volvió a quejarse después de aquello.

Otros trabajadores de la cafetería también llegaron a contar cosas raras. Las luces parpadeaban, los grifos se abrían solos y a veces podían oler un extraño olor a quemado. El olor les preocupaba mucho porque trabajaban con fuego y temían que hubiera una fuga o un incendio, pero por más que buscaban y apagaban todo, nunca lograban dar con el origen de ese olor.

Lo que más me daba miedo era que me contaban que en la despensa escuchaban golpes que podían durar varios minutos. Golpes como si alguien estuviera adentro encerrado y no pudiera salir. La puerta de la despensa era de un vidrio muy opaco y me decían que podían ver las manos golpear la puerta y a veces una cara. Algunos muy valientes o muy tontos se animaban a abrir para encontrarse con una despensa llena de comida, pero sin nadie dentro. Los golpes se detenían solo para empezar otra vez al cabo de un rato.

Ahora que recuerdo, en la grabación de la cámara de seguridad noté algo que los demás no. La cámara enfocaba un poco las puertas de vidrio y creo que pude ver a una persona muy difuminada detrás. No sé qué pensar de eso.''

 

Chat se había ido en algún punto de la noche y Ana estaba sola en su habitación. La almohada estaba mojada, como si hubiera llorado dormida. Se incorporó y miró la hora, era de madrugada. Se despertó con una extraña hambre, pero tardó otra media hora en levantarse para buscar algo de comer porque se sentía muy débil. Se sentía enferma y sin energías.

Se paró de la cama y fue al comedor, caminaba muy lentamente y casi arrastraba los pies. Cuando ya iba a llegar al comedor sintió de repente unas enormes náuseas que le hicieron correr al baño y vomitar en el escusado. Su vómito era verduzco y ácido. Estuvo vomitando un rato y se sentó sobre el piso. Estaba realmente mal y por poco pensó que se iba a desmayar.

Se levantó como pudo, fue al comedor y se sentó en una silla. Ana pensó que sería buena idea llamar a un doctor o tal vez a Marián, pero se dio cuenta de que había dejado su teléfono en su cama y para usarlo tendría que levantarse nuevamente e ir por él. No estaba tan segura de que llegaría a la cama.

—Mieeerda —dijo lentamente—, ¡Alan!, ven y ayúdame —dijo al aire sin pensarlo, pero ya no había nadie que acudiera a su llamado. Ana se entristeció un poco y recostó la frente sobre la mesa con la mano estirada.

Su mano alcanzó a rozar algo que al principio no supo lo que era, pero al mirar se encontró con la canasta de fresas que le había dado la bruja. Ana se estiró un poco más y la alcanzó. Tomó dos de las fresas y se las llevó a la boca. El sabor era algo amargo, pero sabían bien para ella.

Ana se quedó recostada sobre la mesa un rato más. De pronto se sintió diferente. El sentimiento de malestar y cansancio se habían ido y ahora se sentía nuevamente con energías. Eso fue algo muy extraño, fue como si se le quitara un enorme peso de encima.

Recobradas sus energías, también le llegó el hambre y se puso a comer todas las fresas del canasto. Devoraba las fresas de varias a la vez, tomaba todas las que pudieran caber en su mano y se las llevaba a la boca, el hambre que sentía era de verdad enorme y las frutas le regresaban la vitalidad que necesitaba.

Una vez hubo acabado con todo, pensó: ''¿Será obra de esa bruja?''. Ella no estaba segura, pero definitivamente la bruja sabía, de algún modo, que necesitaría de esas fresas. Sea como sea, ya se sentía mejor.

Se paró, tomó dinero y fue a una tienda de conveniencia que le quedaba a dos cuadras de su casa, compró el sixpack de las cervezas más baratas que encontró y regresó. Se sentó sobre el sofá, sacó una de las botellas de vidrio y la destapó usando solo su mano, un truco que aprendió en la universidad. Bebió casi todo el contenido de un solo trago, se detuvo un momento y luego bebió el resto.

Se acostó sobre el sofá y esperó unos minutos a que llegara el efecto del alcohol. Se sintió relajada y un dolor muy pequeño le llegó al hombro derecho, pero necesitaría mucho más que eso para emborracharse.

Se incorporó para tomar otra cerveza y se encontró con que Chat se había recostado encima de ellas. Ana se sorprendía a menudo de la facilidad de ese gato para acomodarse en cualquier sitio, pero eso ya le parecía muy absurdo. Lo quitó y tomó la segunda botella, la destapó y tomó un pequeño sorbo.

Necesitaba del gusto amargo del alcohol para aclarar sus ideas. Es mucha la información que tenía que asimilar. Ella misma se sentía muy ridícula, creía que si fuera otra persona se burlaría y le llamaría idiota. Cuando la semana empezó, todo eso de fantasmas, brujas o apariciones no eran más que cuentos para espantar a la gente tonta e ignorante, pero ahora se enfrentaba a una realidad totalmente distinta, una realidad que no comprendía. Sintió que se estaba volviendo loca. Todo esto tenía que ser una locura, porque si no era una locura, entonces se enfrentaba a lo desconocido y eso le aterraba.

—¿Habrá sido real? —se preguntaba a sí misma. Por primera vez había establecido comunicación con la persona que se le aparecía en sueños y aunque le conocía la cara y la voz, simplemente no podía saber de quién se trataba.




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