Las Noches Oscuras de Ana

Epílogo: La estrella caída

La noche era oscura y la luna se alzaba en el firmamento, cuando de pronto, una estrella de tres puntas apareció en el cielo e iluminó la tierra de un bello rojo carmesí.

Los animales salieron de sus madrigueras y las aves volaron despavoridas. La estrella pronto se difuminó dando paso a un meteorito gigantesco que calentaba el aire a su paso con su enorme energía, envolviendo la roca con fuego.

El meteorito impactó el suelo, creando una enorme nube de hongo que desintegró todo a su paso haciendo retumbar la tierra.

Fue en ese momento que la bruja se despertó. Se había quedado dormida en su sofá desgastado con una fritura a un costado y mientras miraba series policiacas en su televisor analógico. La respiración de la señora Concepción era agitada y estaba sudando. El sueño que tuvo no podía ser mera casualidad. Era demasiado vívido, demasiado real. Además, no podía ser coincidencia que pasara tan solo unos días después de que la joven la visitara.

La muchacha había ido con ella para pedirle consejo, se enfrentaba con fuerzas más allá de su comprensión y la señora Concepción le había dicho que lo olvidara. Era lo más lógico, la bruja había tratado con muchos espíritus antes, pero nunca uno tan poderoso como el demonio que se escondía en esa vieja escuela. Si ella no podía hacer nada, mucho menos una jovencita inexperta como ella.

Pero ese sueño, ese sueño, no podía ser solo porque sí. Algo había hecho, la chica no lo había dejado pasar e hizo algo, y ese algo de alguna forma había alterado el equilibrio de ese lugar.

La bruja se levantó de su asiento y se asomó por la cortina púrpura. Era de noche, pero no tanto, eran al rededor de las 7 del lunes. La anciana regresó y tomó el teléfono para llamar un taxi. Luego de eso buscó en uno de los cajones hasta que encontró un viejo revólver.

—Pensé que no tendría que usar esto de nuevo.

El revólver era muy viejo, databa de los años 1800 y parecía que estaba forjado a mano. Rebuscó entre sus cosas y encontró tres balas plateadas sin ningún grabado y con ellas cargó el arma. Se guardó la pistola en un bolso de mano y se aseguró de esconderla bien. Luego de eso, se dirigió a su colección de máscaras y tomó una máscara blanca de porcelana con una media luna con una pequeña estrella roja dibujada en la frente, también la guardó cuidadosamente en su bolso.

Cuando llegó el taxi, el taxista, que era muy joven, se bajó para abrirle la puerta a la anciana y ayudarla a subirla.

—Muchas gracias, eres un joven muy amable.

—No hay de qué señora.

El taxista cerró la puerta y luego se subió a la parte del conductor.

—¿A dónde la llevo, señora?

—¿Conoce el municipio de Cuarzo Azul, querido?

—Sí, claro, aunque está algo lejos.

—Estupendo, necesito ir ahí.

—Pero, si me permite preguntar, ¿qué va a hacer hasta por allá?

—Hay un asunto que tengo que resolver, solo conduce, si llegas rápido te daré buena propina.

—Claro —respondió el joven sin preguntar más.

La anciana no habló nada en todo el camino. Estaba absorta en sus propios pensamientos, repasando su sueño en su mente una y otra vez. También pensó sobre la sensación que tuvo cuando fue a la escuela por primera vez. Esa sensación de peligro y odio. Esa vez miró a su al rededor y pudo ver que por la ventana del segundo piso del edificio central se asomaba un joven de piel pálida y ojos negros que la observaba fijamente. Para tratarse de algo que ella pudiera ver tan claro, sin necesidad de la máscara, eso significaba que el ente era en extremo poderoso. Se trataba de un clase demonio, no cabía duda.

El taxi condujo hasta llegar a las afueras de Cuarzo Azul y la anciana le pidió al taxi que se detuviera.

—Aquí me bajo, gracias por traerme.

—¿Aquí?, pero señora, está en la mitad de la nada, podría ser peligroso, déjeme llevarla a un lugar con más luz o por lo menos acompañarla hasta su casa.

—No será necesario, pero gracias por la oferta querido, eres un joven muy amable.

La señora Concepción sacó de su bolso el dinero del viaje y se aseguró de dejar una propina que era casi del 50%, todo con tal de que el taxista no hiciera más preguntas y se marchara. Y fue justo eso lo que sucedió.

La vieja bruja continuó caminando, tuvo que detenerse a descansar en medio del camino unas tres veces, pero consiguió llegar a la preparatoria abandonada. Ahí la bruja sacó del bolso la máscara y se la colocó. Observó con cuidado por una reja. Pudo ver algunos vestigios del humo púrpura tan característico que es invisible para el ojo humano, salvo por el poder de la máscara. Pero aun así, era muy poco, en definitiva, ya no había tanta carga espiritual como la que había antes.

La anciana recorrió las paredes de la escuela hasta que dio con una parte que no tenía alambrado de púas y por ahí podía entrar. La mujer, a pesar de su avanzada edad, seguía siendo tan ágil como en sus mejores días y le tomó tan solo un par de segundos trepar el muro y caer de pie al otro lado. Se agitó mucho con esa hazaña, pero estaba en una pieza. Cualquiera que la hubiera visto, diría que era algo imposible para alguien de su edad.

Recorrió la escuela con el revólver en alto y la máscara puesta, lista para abrir fuego a cualquier cosa que se encontrara. Revisó por todas las ventanas de los salones, pudo entrar en algunos que estaban abiertos. Se detuvo especialmente en el salón 3A y encontró el pentagrama del suelo. Lo examinó con cuidado y supo que llevaba ahí mucho tiempo, uno o dos años por lo menos. De cualquier forma, el salón también estaba limpio.

Buscó por los baños, el jardín, las gradas y también fue a la biblioteca, la enfermería y la cafetería. Dejó para el último el pasillo entre el edificio central y el muro Oeste. Buscó cualquier rastro, casi hasta esperó encontrar el cadáver de la joven, pero no encontró nada, absolutamente nada. La escuela ahora era simplemente un lugar solo y abandonado. Eso la tranquilizó, sea lo que sea que hizo la muchacha, en definitiva había funcionado.




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