Las normas de Leia

Prólogo: parte I

Año 1482

— ¿Estás seguro de que es una buena idea? — Le pregunto mientras me coloca el precioso camafeo que me ha regalado hace tan solo unos minutos. — El rey está obsesionado conmigo, si descubre que no me has torturado y... — me obliga a callar y girar sobre mí misma para ver esos ojos verdes que se han convertido en mi única ventana hacia el exterior  desde que Drake se vio forzado a protegerme.

— Mi padre odia que se produzcan altercados en sus fiestas, créeme, no querrá protagonizar un escándalo, no esta noche. — Asiento en respuesta, aunque no muy segura.

— A ver... — susurra mientras me voltea para observarme. — Estas preciosa, mucho mejor que cualquier duquesa.

— ¿De veras? — le respondo mirándome en el espejo. Es cierto, parezco una mujer diferente, más elegante y sofisticada, toda una dama de la alta sociedad. Me resulta extraño el aspecto noble que aparento, además de la incomodidad de llevar un corsé que aprieta mis carnes hasta casi reventar mis pulmones. Y pensar que dos meses atrás ni siquiera podía permitirme cambiar esos harapos que llevaba desde hacía seis años por una ropa adecuada para una sirvienta de palacio.

— Por supuesto. Cuando tengamos nuestro propio castillo, lejos de este horrible lugar, te compraré uno para cada día del año. — exclama mientras revisa las arrugas de su traje negro.

— ¿No son demasiados? ­— replico con diversión.

— No si son para mi esposa. — me sonrojo ante la idea. Nunca habíamos hablado sobre casarnos, las circunstancias en las que nos encontrábamos no nos permitían pensar en un futuro juntos. — ¿Estás lista?

— Sí.

Bajamos por las empinadas escaleras de piedra poco a poco, rezando por no pisarme esta odiosa falda. Es en estos instantes cuando doy gracias porque Drake no me haya obligado a llevar las enaguas, esas infernales prendas que las señoras llaman ropajes interiores. Tras media hora de sufrimiento, por fin abandonamos el pequeño torreón hasta llegar al gran salón, donde varios hombres con armadura vigilan la entrada.

— Señor Drake, señorita. — los guardias nos saludan con una reverencia. Al entrar siento todas las miradas puestas en mí. Era de esperar, pues, para ellos soy una extraña y así me siento. Este mundo de joyas, dinero y presentaciones en sociedad no es para mí, mi lugar es en los establos, ordeñando las vacas, o en la cocina, al servicio de alguna de las señoras que me están asesinando con la mirada en este momento.

— Relájate Leia. — me sujeta de ambas manos y me arrastra hasta el centro de la pista, donde varias parejas formadas por jóvenes debutantes y futuros pretendientes, bailan, ajenos a lo que sucede a su alrededor. — bailemos.

Coloca una de mis manos sobre su hombro y lleva la que le queda libre hacia mi cintura. Empezamos a dar vueltas y vueltas por el gran salón y por un momento, me olvido de todos nuestros problemas, solo existimos él, la música y yo. Me permito imaginarme cómo sería nuestra vida si lográramos escapar, si no fuera tan difícil esconder nuestra existencia. Pero mi dicha dura poco, pues siento como una mirada me atraviesa el alma.

Muy cerca de nosotros, un hombre muy parecido a Drake, con su mismo cabello rubio y sus ojos verdes pero de rostro un poco más desgastado y frívolo, nos observa con suma atención y rabia desde un gran trono rojo y dorado. La corona de rubíes que porta sobre su cabeza lo delata. Me pregunto si de verdad son diamantes tintados con la sangre de sus víctimas, una leyenda muy popular por estos lares. No puedo evitar ponerme nerviosa y sin querer piso a Drake.

— ¡Auch! — me observa molesto hasta que se percata de mi semblante. — ¿Qué sucede?

— Nos está mirando y no de manera agradable. — le susurro con voz temblorosa. Él ríe, dibujando una graciosa mueca en su rostro.

— Padre nunca mira de manera agradable. — posa su mano en mi mejilla. — Leia, no va a pasar nada, mi tío llegará pronto y entonces seremos libres. — su mirada me contagia la esperanza que siente. — Intenta ignorarlo y divier... — el suelo empieza a temblar y algunos de los invitados gritan aterrorizados. Drake me abraza, en un intento de protegerme, mientras por el rabillo del ojo localizo al rey Edrick. Ya no está sentado en su magnífico sillón, si no que camina hacia nosotros lentamente con una siniestra sonrisa. Siento como una fuerza extraña nos eleva y nos separa, arrojándonos al suelo. El golpe es tan fuerte que la sala parece girar provocándome un leve mareo. Cuando por fin logro sentarme, veo a Drake, en el otro lado de la sala. Los invitados, temerosos pero ávidos de un buen relato para sus bocas viperinas, forman un círculo a nuestro alrededor y observan la escena desde una distancia prudencial. Entre sus murmullos, oigo los pasos del rey, que se acerca hacia mí.

— Llevo casi doscientos años gobernando en este reino y nunca había conocido a alguien tan impertinente como usted. — desenfunda su espada y me eleva el mentón con ella. — No le puede matar, pero se quedaría inconsciente durante varias horas, si sabe lo que le conviene, obedecerá y permanecerá calladita. — Asiento en repuesta. Él ríe histéricamente y empieza a deambular por la sala. — Primero, le ofrezco el honor de convertirle en mi reina, el sueño inalcanzable de las muchachas de su clase y como buena ingrata rechaza mi oferta anteponiendo su muerte. Luego reaparece milagrosamente, algún traidor — contempla a sus invitados con mirada asesina y los murmullos aumentan. — tuvo piedad y la transformó. Mis soldados le traen de vuelta y como acto misericordioso, decido perdonarle no solo la deslealtad que mostró con su rechazo, sino también la condena que le corresponde, — se acerca a mí para farfullar en mi oído. — asesina.­—  vuelve a girarse, cerciorándose de que todos sus invitados escuchan sus palabras —  Y… ¿Qué hace usted? Volver a rechazarme. Y yo como un necio me creo el cuento de mi hijo, — ahora dirige una mirada colérica hacia Drake, quien todavía no se ha erguido. — el endeble, de que quiere cambiar para reinar, que está haciendo ensayos para hacerse más fuerte y que la utilizará para ello, ocasionándole un gran sufrimiento. — levanta su espada y admira su reflejo. — Debo admitir que tiene mucho valor, jovencita, no muchos se atreverían a embaucar a alguien como yo. Por desgracia, no le servirá de mucho. ¡Atiendan bien! — se gira hacia los espectadores. — ¡Esta fulana es una traidora! ¡Y la condena es una muerte en vida! — vuelve a centrarse en mí. — Le voy a confinar en un mugroso féretro, para que sufra la impotencia y el padecimiento de sentir como su cuerpo se pudre y se consume sin poder hacer nada al respecto. Tarde o temprano enloquecerá. — se ríe siniestramente. — La defunción, es una ostentación que solo se les permite a los humanos y a los poderosos, ¿No cree? — los jadeos que emite Drake al levantarse le distraen y veo mi oportunidad.




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