Las normas de Leia

Prólogo: parte II

Dos meses después

No he salido de mis aposentos desde el funeral de Drake. Sauron dijo que era lo mejor, que la maldición del rey debe romperla él desde dentro y si lo consigue, nacerá de nuevo. Para mí es como si hubiese fallecido, desde que él no está me siento perdida, ya no encuentro razones para no derrumbarme. 

Él era todo mi mundo, mis días se resumían en despedirme cuando llegaba el alba y esperar con impaciencia su regreso al mediodía;  volver a verlo e instruirme con los relatos de sus viajes; y hacer toda clase de cosas indecorosas de las que solo las señoritas de baja alcurnia pueden hablar. Me había acostumbrado a convivir con él en su lujosa estancia, prácticamente era la única persona con quien hablaba.

Y ahora ni siquiera soy capaz de preparar sangre sintetizada con buen sabor yo sola, soy una inútil consentida. Puede que eso sea una de las causas por las que no coma demasiado, aunque pensar en Drake es el mayor de mis problemas.

La idea del suicidio se me ha pasado varias veces por la cabeza y aunque lo he intentado no he llegado a morir gracias a mi condición vampírica. Ahora sé que por mucho que quiera morir solo la daga que asesinó a Edrick puede matarme, así que estoy condenada a cumplir la promesa que le hice, tendré que aprender a vivir sin él.

— ¿Nos ha visto alguien? — le pregunta un niño vestido con un traje de señorito que acaba de irrumpir en la estancia a una persona que parece estar esperando afuera. — Vamos entra. — un hombre bastante joven pero algo pálido y con ropas mucho más humildes entra detrás del niño.

­— ¿Quiénes son y qué hacen en mi habitación? — el chico se acerca un poco mostrando inseguridad y timidez.

— Soy su hermano Nick y éste es mi esclavo y mi niñero. — me informa señalando al hombre.

— ¿También le ha creado Sauron? — el niño suelta una carcajada.

— No, yo soy su hijo de verdad. Ya que somos hermanos… ¿Podemos eliminar las formalidades? — asiento en respuesta. — tú eres la primera humana a la que ha convertido. ¿Sabes? Tenía muchas ganas de conocerte, el único hermano mayor que tengo es Desmond y es un completo engendro de lucifer. — no puedo evitar reírme ante su ocurrencia.

— ¿Cuántos años tienes?

— Tengo diez años. ¿Puedo hacerte una pregunta? — me mira con vergüenza y yo asiento en respuesta. — ¿No comes porque echas de menos a mi primo Drake?

— ¿Por qué me preguntas eso? — le contesto un poco crispada.

— Es que tienes muy mal aspecto y papá dijo que eras la prometida de Drake.

— Pues no como porque la sangre que me preparo está asquerosa. — él se levanta y camina hacia la pequeña mesa donde tengo varias ampollas de cristal con el líquido rojo. Destapa una y al olerlo, hace una graciosa mueca de disgusto.

— ¿Cómo puedes comer eso cuando tienes sangre de verdad a tu disposición?

— No, yo no como sangre de humano ni lo comeré jamás.

— ¿No lo has probado nunca? — me mira con curiosidad.

— Solo una vez. — los recuerdos de esa noche vuelven a fluir por mi mente, atormentándome con la culpabilidad. Me desperté en la orilla del rio, desorientada y con grandes problemas para respirar. Alguien me había sacado del agua, supongo que fue Sauron. Lo primero en que pensé fue en mi familia. Caminé hasta el pueblo, en busca de la pequeña y hulmide casa, dónde vivía y al llegar golpeé la puerta. Mi hermano mayor la abrió, me observó desconcertado y me abrazó con efusividad mientras unas pequeñas gotas resbalaban por sus mejillas. Entonces fue cuando sentí la necesidad de clavar mis dientes en su cuello y mis colmillos se asomaron, haciéndome comprender en ese instante que algo había cambiado, que en verdad había muerto durante aquel atardecer y que ya no era humana. Observé horrorizada el rostro de mi hermano, inundado por el miedo e intenté controlar mi impulso, pero ya era demasiado tarde. Estaba fuera de mí, solo podía pensar en el hambre que sentía, en la sangre que corría por sus venas. Oía los gritos de mi madre, pero no podía parar. Levanté la mirada y vi a mamá. Me observaba como nunca antes lo había hecho, con terror. En ese momento me di cuenta de lo que estaba haciendo. Deje caer el cuerpo de Aragorn en el suelo y me acerqué a él. Le gritaba y le pegaba mientras oía los llantos de mi madre, pero él no se movía. Lo había matado. Lo último que recuerdo de aquella noche son varios guardias del rey intentando separarme del cuerpo inerte mientras gritaba y luchaba por mantenerme a su lado.

— Entonces sabes que es mucho más deliciosa. Jonathan ven. — el hombre que había estado callado, observando desde una esquina, se acerca. — Es el mejor esclavo que tengo, su sangre es exquisita, vamos prueba. — me informa mientras Jonathan me muestra su cuello. Siento como mis sentidos aumentan y el aroma metálico tienta mi cuerpo.

— No, esto no está bien. — ya le he fallado, me he abandonado, he dejado de luchar por mi vida, simplemente porque no puedo soportar su pérdida, no pienso fallarle otra vez, le hice una promesa y la voy a cumplir.




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