Las normas de Leia

Norma III: el pasado se queda en el pasado

Observo el paisaje montañoso por la ventanilla blindada. El bosque, que antaño había rodeado y protegido mi pequeña aldea,  parece mucho más frondoso y verde de lo que recordaba.

La limusina negra reduce poco a poco la velocidad y se introduce en el precioso jardín del palacio a través del gran portón forjado en hierro. A pesar del paso del tiempo y gracias a los excelentes cuidados de mi padre, el viejo castillo se encuentra tan imponente como en mi época humana. Sigue conservando hasta sus viejas gárgolas demoníacas que encargó el rey Edrick para asustar al populacho.

El chófer me abre la puerta y bajo lentamente, saboreando el dulce y familiar aroma de lavanda, mientras él saca mis maletas y las introduce en el castillo. Se siente bien volver a casa después de tanto tiempo.

Entro en el gran salón principal en busca de Nick, pero no hay nadie. Mientras pienso donde puede estar, observo la magnífica sala. En otra época había servido como salón del trono, donde Edrick celebraba todas sus fiestas y también donde juzgaba a los supuestos criminales humanos. Y no era de extrañar, pues en comparación con otras estancias, esta era sin duda la más ceremonial y terrorífica,  gracias a sus elaborados grabados y pinturas que relucen impolutos sobre mi cabeza. Todos ellos elaborados con gran precisión y destreza, representan escenas de la eterna lucha entre hombres y vampiros, llenas de las masacres que sufrían los pueblos a causa de las bestias diabólicas que fueron nuestros antepasados. Esto ayudaba a que los humanos temblaran ante sus pies y los grandes señores festejaran la dominación humana.

Aunque ahora se ha convertido en una sala más familiar, a causa de la gran televisión que abarca más de la mitad de una pared y el gran sofá situado justo enfrente, no puedo evitar pensar en todos los recuerdos tormentosos que ocurrieron justo aquí.

Aquí fue donde el rey me dio a elegir, ser su reina o morir. Aquí se disputó mi condena por el asesinato de Aragorn, tan solo dos días después de mi primera ‘visita’. Y justo en el centro de esta sala, varios meses después, perdí a la persona que me protegió ante la furia de Edrick, llevándose consigo la única razón que me quedaba para existir.

No puedo evitar soltar una lágrima, mientras mis sentimientos vuelven una vez más para atormentarme. Seco la pequeña gota y golpeo con rabia en el suelo. “Drake no existe, no lo necesitas, tú eres mucho más que eso, eres mucho más.” Me repito una y otra vez, abandonando el salón.

 Sin saber hacia dónde me dirijo, camino por los pasillos hasta que mis pies se detienen en la entrada a la biblioteca, donde suele estar Sauron.

Al abrir la gran puerta me invade el aroma del papel envejecido. Admiro la infinidad de estanterías repletas de libros que se alzan hasta el alto techo. Avanzo unos cuantos pasos y observo el escritorio desordenado donde mi padre parece estar trabajando. Carraspeo un poco y él se gira en mi dirección.

 — ¡Leia! — me saluda con alegría mientras se levanta de la silla. Me abraza y yo le correspondo algo aturdida. ¿Si no está enfadado conmigo, porqué quería verme? — Ya creí que te habías olvidado de nosotros. — dijo separándose.

— ¿Yo? ¿Olvidarme de vosotros? — pregunté incrédula. — Sabes que nunca podría hacerlo. — le planté un beso en la mejilla. — Bueno, ¿dónde está mi hermano? Tiene que explicarme muchas cosas.

— Eso te ocurre por desaparecer por tanto tiempo. — me recrimina, observándome tras sus gafas de lectura.

— ¿Vas a estar todo el fin de semana así? Porque si es así me vuelvo a mi ático.

— Está bien, no volveré a mencionar el tema. Respecto a tu pregunta, Nick debe estar preparando la gran fiesta, está demasiado nervioso.

— Me lo imagino. — no puedo evitar una pequeña sonrisa al pensar en mi hermanito pequeño corriendo de un lado para otro y gritando a los sirvientes. Siempre ha sido muy perfeccionista.

Estoy a punto de despedirme para intentar encontrarlo cuando recuerdo que todavía tenemos una conversación pendiente.

— Padre, Nick me dijo que querías hablar conmigo. — El volvió a poner su atención en mí y me miró seriamente.

— Si bueno, de eso ya hablaremos mañana, no quiero estropear el compromiso de tu hermano. — eso solo podían significar dos cosas: que esta vez la había cagado pero bien o que el idiota de Desmond por fin se había dado cuenta que su estúpida existencia era una mierda y había decidido suicidarse tomando el sol sin su protector, lo cual es, desafortunadamente, muy poco probable.

— Si vas a regañarme hazlo, puedo soportarlo. — dije bajando la mirada hacia el suelo.

— No voy a regañarte, más bien es una proposición, pero de eso ya hablaremos mañana. ¿Le has visitado ya? — decido no protestar ante su cambio de tema tan radical y responder la pregunta que siempre me pone los pelos de punta.

— Todavía no. — había pasado tanto tiempo que me había olvidado por completo del lugar donde había derramado la mayor parte de mis lágrimas. No había vuelto a hablar con él desde que me fui y ni siquiera me había despedido. Es como si nunca hubiera muerto y ahora me doy cuenta de cuanto necesito cerrar por fin ese capítulo de mi vida. Sauron parece leer mis pensamientos porque saca de uno de sus bolsillos la llave.




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