Las normas de Leia

Norma IV: no asesinar a la comida

Me miro en el espejo una vez más y esbozo una sonrisa traviesa. A papá no le va a gustar nada este vestido, va a ser la venganza perfecta por obligarme a utilizar a mis esclavos para alimentarme y también por exigirme  elegir a uno de ellos como compañero en la fiesta que está a punto de empezar.

Es un vestido ceñido y largo hasta los pies, pero con un corte que llega hasta mis muslos en el lado derecho, permitiéndome mostrar mi fabulosa pierna. Es de color negro y tiene un gran escote enseñando lo suficiente y con la espalda al descubierto. Me pongo un collar dorado a juego con los aros y algunas pulseras. Me pinto los labios de un rojo sangre para llamar más la atención y me rizo el cabello con la plancha. Por último me calzo unos altísimos tacones negros.

Normalmente solo me visto así cuando salgo a cazar, pero hoy me apetece jugar. Lo de la venganza es un plus y estoy deseando ver a todas esas vampiresas ricachonas con sus vestidos largos y pomposos cuchichear de envidia. Tampoco quiero arruinar la noche de mi hermano, por eso me he puesto uno de los más largos que tengo, aunque sigue siendo demasiado descarado para la ocasión.

Termino de arreglarme y camino hacia las mazmorras. Las llamamos así porque eran las antiguas celdas del castillo donde encerraban a los prisioneros en espera de su sentencia. Pero ahora se asemejan a cualquier habitación de un piso mediocre, con lo indispensable para dormir y asearse. Es allí donde almacenamos a los esclavos. Los sirvientes, en cambio, tienen sus propias casas en el pueblo vecino.

En cuanto a la procedencia de los esclavos, la mayoría son huérfanos sin familia a quienes nadie echa de menos y que desean firmemente escapar de su lugar de procedencia y vivir cómodamente en palacio a cambio de sus servicios. Pero también hay voluntarios, que dejan a sus seres queridos para alimentarnos. Esas, son las nuevas leyes que dictaminó Sauron, que me impiden presumir de mi gran destreza como cazadora ante los de mi misma especie. Cada vampiro puede llegar a tener hasta cuatro esclavos los cuales deben estar bien alimentados y nunca deben morir por falta de sangre, la muerte de los esclavos tiene que ser natural.

La caza de seres humanos está prohibida ya que dejaba muchos muertos y demasiadas evidencias de nuestra existencia. Aunque se puede practicar siempre y cuando no se asesine y tengas el consentimiento del humano, quien ha de jurar no abrir la boca. Y bueno, luego está mi caso. Papá hace la vista gorda ya que no produzco nunca ningún altercado ni muerte humana y eso a ciertos envidiosos no les gusta demasiado.

Al llegar me encuentro con una de las pocas asistentas que son vampiresas, ella es la encargada de mantener a los esclavos, vigilarlos y vigilar a los vampiros que intentan aprovecharse.

—  ¿Dónde están mis esclavos? —  le pregunto sin saludar. Ella me mira y me dedica una sonrisa al reconocerme.

—  Habitaciones 21 y 22. —  me indica abriendo la puerta gigante hecha de barrotes metálicos con acabados puntiagudos para evitar que alguien intente entrar.

—  De acuerdo. No hace falta que me acompañes.

Camino por el oscuro pasadizo dejando miles de puertas atrás hasta que encuentro los números, veintiuno y veintidós escritos en dos entradas, una al frente de la otra. Llamo a ambas con un ligero roce de mis puños y espero con impaciencia.

Al salir los esclavos, me maravillo con la vista que tengo frente a mí. No esperaba que mi padre tuviera comida de tan buena calidad y menos tan fornidos. Y ni hablar de esos ojos color ámbar tan dulces y acaramelados. Va a ser una decisión difícil, ya que ambos son completamente idénticos.

—  ¿Sois gemelos? —  pregunto estúpidamente mientras empiezo a examinarlos.

—  Si señora. —  responde firmemente el de la derecha. Me sorprende que no muestren ni un atisbo de miedo.

—  ¿Cuántos años? —  digo mientras doy vueltas alrededor de uno de ellos palpando su musculosa espalda y sus pectorales.

—  Dieciocho.

—  Oh, que tentación. —  exclamo mientras examino al otro hermano. —  ¿Quién de los dos querría acompañarme esta noche?

—  Ambos estamos ansiosos por acompañarla, señora, la elección es suya. —  dice el que todavía no había hablado.

—  ¿Por qué tenéis tanto músculo? —  pregunto apretando el brazo de uno de los chicos. No había visto a ningún humano tan fuerte.

—  Peleas por la comida, señora. En aquel orfanato o aprendes a cuidar de ti, o mueres.

—  Ahora me ponéis todavía más. —  digo con un suspiro. —  ¿Cómo voy escoger entre dos dioses tan idénticos? —  hago un mohín imitando la cara de un cachorrito y los esclavos no pueden contener una sonrisa. —  Ojalá pudiera llevaros a los dos, pero no quiero que mi padre se enfade todavía más.

—  Con el debido respeto, señora y sin ánimo de presumir, creo que si ha reservado a sus mejores esclavos solo para usted, no creo que le importe que haga una pequeña travesura. —  la verdad es que me encantaba la idea, que ya estaba rondando en mi cabeza desde hacía tiempo, pero no quería sobrepasar los límites. Miré otra vez a los hermanos.




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