Me dirijo a la oficina de papá y, cuando por fin llego, noto que la puerta está entreabierta y se pueden escuchar algunas voces; al parecer mi padre esta con un cliente. No puedo evitar acercar mi oreja a la puerta para escuchar lo que dicen.
—He escuchado que sus aviones son los más seguros señor Manson. —La voz del futuro cliente pertenece a un hombre.
—Así es, mis aviones son los más seguros del negocio, pero somos una compañía familiar bastante pequeña.
—Esa precisamente es la razón principal por la que los he elegido a ustedes.
De pronto noto que Peguie empieza hacer ruidos con el hocico.
—Shh, cállate, nos van a descubrir —le susurro, pero no me obedece y sigue haciendo ruidos, empezando a moverse inquieta.
Veo que está intentando atravesar la puerta y trato de detenerla agarrándola, pero es inútil, es bastante fuerte para su menudo tamaño y me arrastra hacia dentro de la oficina.
—¿Pero qué...? —Mi padre me mira estupefacto mientras intento ponerme de pie y calmar a Peguie al mismo tiempo—. ¿Se puede saber qué estás haciendo Kat?
—Es que vine a buscarte; la puerta estaba abierta y Peguie se puso como loca —balbuceo.
—Ya basta, sabes que tienes que controlar a ese cerdo —espeta mi padre—. Te presento al señor Taylor Evans, nuestro nuevo cliente.
Por un momento me olvidé de que tenemos público presente; me giro para enfrentar al hombre con toda la dignidad que pude acumular, con Peguie más calmada entre mis brazos, y la apariencia del nuevo cliente me dejó sin palabras.
Ese hombre es la personificación de un dios griego con traje de etiqueta. Lo veo reírse, seguro por mi humillante entrada a la oficina, mostrándome sus perfectos dientes blancos. Es casi tan alto como mi padre, tiene el pelo oscuro y ondulado, solo un poco más corto que el mío, una nariz romana y los ojos negros y profundos. Es verdaderamente encantador y sin ninguna duda el hombre más guapo que he visto en mi vida.
En ese momento mi Amelia imaginaria hace acto de presencia en mi mente y me mira con el ceño fruncido, obviamente indignada por mi reacción ante el señor dios griego, es decir, Taylor Evans.
—¿Quién es esta pequeña niña? —dice divertido y de pronto el dios griego no me parece tan encantador.
«¿Cómo qué pequeña niña? Para empezar, yo no soy una niña ni tampoco soy tan baja; bueno si soy más baja que todos mis hermanos, pero soy más alta que Stephanie.»
—Ella es mi hija, Katherine Manson —responde mi padre.
Veo como el dios griego idiota acerca su mano para saludarme y en ese instante, antes de que yo pudiera o quisiera evitarlo, Peguie le clava sus afilados dientes en los dedos. Él emite un gemido de dolor y retira su mano del hocico de mi cerda mientras yo intento no estallar de la risa, ¡te lo mereces!
—¡Kat saca a ese cerdo de aquí!
«¿Por qué nadie entiende que es una hembra?»
—Lo siento, no sé qué le pasa —mentí parcialmente.
«En realidad, no sé qué le pasa a Peguie, pero no lo siento en absoluto.»
Me voy al otro extremo de la habitación y comienzo a acariciar a Peguie tratando de ubicar el problema y después de unos minutos doy con él; una diminuta y regordeta garrapata está atormentando al pobre animal. Busco un poco de papel para no tocarla con mis manos, la arranco de la piel de Peguie y siento cómo se relaja en mis manos; exprimo el desagradable parásito en vuelto en la servilleta y lo tiro al bote de basura. Suelto a Peguie y me voy al servicio a lavarme las manos. Cuando regreso a la oficina el dios griego ya no está.
«Perfecto, por fin sola con mi padre.»
—¿Y tu cliente ya se fue? —le pregunto fingiendo interés, en realidad espero no volver a verlo nunca.
—Sí, y diste una pésima primera impresión. —Mi padre me mira resignado y se sienta detrás de su escritorio. Yo hago lo mismo y me siento en la silla que antes ocupó el dios griego idiota frente a mi padre.
—Bueno olvidémonos de eso, padre en este momento tenemos que tratar un tema mucho más importante: mi futuro.
—¿Cómo que lo olvidemos? Tu cerdo casi le corta un dedo y pudimos haber perdido un gran negocio por ello —me grita enojado.
—¡Peguie es una hembra! Y no fue mi culpa, ni de Peguie tampoco, una garrapata la estaba mordiendo, además no le pasó nada y tú pudiste cerrar tu trato —le digo haciendo gestos en el aire para dar por terminado el tema—. Y siguiendo con lo importante, ¿sabes qué día es hoy?
—Por supuesto que lo sé —dice mirándome tiernamente—, es el cumpleaños de mi princesa.
—No solo es mi cumpleaños papá, es mi cumpleaños número 21, ¿sabes lo que eso significa?
—La promesa que te hice hace diez años.
—Sí, exactamente eso, la promesa de que hoy me nombrarás miembro oficial de la flota de aviones.
—Así es hija, te lo prometí y pienso cumplir mi palabra. —Lo veo abrir un cajón del escritorio para sacar una llave.