Las nubes no son de algodón

Capítulo 3: Taylor

—Sí, estoy en camino, padre. 

—¿Estás seguro de que puedes encargarte de esto? 

―Claro que puedo hacerme cargo de esto, confía en mí. 

―Puedo enviar a tu primo si quieres. 

―No, no necesito que envíes a Eduardo a apoyarme, tengo todo bajo control, ¿se te olvida que tengo una maestría en relaciones internacionales y un doctorado en administración de empresas? 

—Solo quiero asegurarme de que todo salga bien, hijo. 

―Todo estará bien, créeme, puedes confiar en mí. Ya estoy llegando a la pista papá, te hablo más tarde, adiós. 

Cuelgo el teléfono y lo aviento al otro lado del asiento del auto rentado, estoy furioso. la 

«Odio que me traten como a un niño. Soy un hombre de veintiocho años de edad, no tengo porqué estar soportando estas estupideces.»

Miro por la ventana tratando de relajarme un poco y lo único que consigo es irritarme aún más, el cielo se está empezando a nublar. 

«Mis planes no pueden cambiar, tengo que llegar a las Bahamas hoy, cueste lo que cueste. Tengo que demostrarle a mi padre que soy digno de su confianza y hacerle tragar sus palabras al lambiscón de mi primo Eduardo.»

Con un suspiro de frustración vuelvo a tomar el teléfono y lo guardo en mi bolsillo. 

Mis padres creen que soy un irresponsable que solo piensa en fiestas y sexo. Es cierto que no soy ningún santo, y que después de terminar la universidad quise tomar un año sabático antes de empezar a trabajar en el negocio familiar, pero eso no quiere decir que toda mi vida gire en torno al alcohol y las mujeres o que no me tome el trabajo en serio, ¡si para algo estudié!

Siento que el chofer se detiene y sé que ya he llegado a mi destino. Tomo mi maletín y salgo del auto mientras el chofer, José me parece que es su nombre, busca mi equipaje en el compartimiento trasero. Miro hacia el cielo.

¡Maldición! Cada vez está más nublado, espero que no sea una tormenta. 

Luego miro a mi alrededor, ahora mismo estoy parado en medio de la pista de aterrizaje, con el fuerte viento alborotando mi cabello. 

La flota de aviones privados de Leonard Manson es una de las más alabadas del país. La compañía es pequeña, pero sus aviones son de los más modernos y seguros del mercado; sus pilotos son todos expertos altamente calificados, a pesar de que la mayoría son muy jóvenes. 

El mismo Leonard Manson me atendió en su oficina y me pareció un hombre íntegro y muy profesional. Estoy seguro de que podrán manejar cualquier situación aérea y esta certeza aplaca un poco mi irritación. 

Le hago saber a José que ya puede retirarse y al voltearme me percato de que dos hombres vienen caminando hacia mí por la pista de aterrizaje desde la fila de aviones en el fondo. Uno de ellos lleva puesto un mono amarillo y el otro, mucho más bajo y escuálido, lleva puesto un uniforme de oficial aéreo. 

Mientras más se acercan me doy cuenta que el oficial parece más bien un niño; entorno los ojos para comprobar que mi vista no me engaña, hace solo dos días que estuve aquí y no vi ningún niño alrededor, pero mientras más se acercan me doy cuenta de que no es un niño, sino una chica, una chica menuda, de pelo corto y muy poco desarrollada. 

«Un momento, esa chica es la dueña del cerdo que me mordió cuando estuve en la oficina de Leonard Manson, la que presentó como su hija.»

Al parecer ella es la encargada de recibir a los clientes, solo espero que su entrada sea menos estrafalaria que la anterior. 

«¿A quién se le ocurre andar acariciando y cargando a un cerdo?»

Antes de que me dé cuenta los dos están justo frente a mí. 

―Buenos días señor Evans, mi nombre es Katherine Manson y seré su piloto el día de hoy, Christopher, nuestro sobrecargo, se encargará de su equipaje. 

«¿Qué? Esto tiene que ser una broma. No quiero sonar machista ni del siglo pasado, pero no creo que una chica amante de los cerdos esté calificada para pilotar un avión.»

La miro de arriba abajo: su piel es bronceada, unos almendrados ojos color ámbar, nariz pequeña y perfilada acompañada de una boca carnosa complementan un bonito rostro coronado con un rebelde flequillo. 

Para cuando termino mi nada disimulado escrutinio, noto que ella me mira impaciente y con una sonrisa forzada. 

—¿Tú serás mi piloto? ¿Qué hay de tu padre? —Levanto una ceja en espera de la respuesta. 

―Mi padre está de viaje y me encargó personalmente que me hiciera cargo de su vuelo, señor. 

Obviamente estaba disimulando su indignación ante mi pregunta. 

―¿Estás segura de saber pilotar un avión bajo estas condiciones climáticas? ―le espeto. 

―Por supuesto que puedo. Soy una piloto profesional y entrenada para manejar cualquier tipo de situación aérea, ¿quiere que le muestre los documentos que lo confirman? 

Adiós al disimulo, la chica está realmente indignada, y eso me divierte un poco. 




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