Las nubes no son de algodón

Capítulo 20: Taylor

—Hola piloto Manson —la saludo recostado en el marco de la puerta.

«No puedo creer que después de un mes al fin estoy frente a ella, sigue tan hermosa como siempre aunque su cabello ahora está igual de corto que la primera vez que nos conocimos. Casi enloquezco cuando desperté esa mañana que hicimos el amor y no estaba a mi lado y cuando Rhonda y Albert me contaron que su padre había ido a buscarla.»

Mi primer impulso fue salir a buscarla pero había cosas que tenía que solucionar antes. Albert me llevo ese día a las Bahamas en su helicóptero, mis padres y mi primo Eduardo me recibieron en el hotel; puesto que no llegué el día previsto, mis padres pensaron que había sido otro acto de irresponsabilidad y lo llamaron para hacer el trabajo, pero me pareció perfecto exponerlo estando él presente.

Luego de una larga conversación con todos ellos en las que expuse las pruebas que dejaban al descubierto a mi mezquino primo pude comprar mi valor para la empresa y ganarme por fin el respeto de mis padres.

El idiota de Eduardo me rogó como una niñita que no lo despidiera, se veía tan patético que me dio lástima así que decidí darle un puesto que estuviera más acorde de sus habilidades, dando la bienvenida en la puerta principal de una de los hoteles de Estados Unidos y advirtiéndole lo mal que le iría si volvía a acosar a alguna de las empleadas.

Con todo eso resuelto ya era hora de buscar a Kat, solo necesitaba una cosa más.

—Te traje un regalo —digo extendiendo hacia ella una jaula pequeña con su peludo amiguito de la isla dentro.

—¿Ese es Max? —pregunta sorprendida agachándose para ver el interior de la jaula.

Antes de salir de casa de los Smith me topé con el hurón que, luego descubrí era su mascota. Intente comprárselos pero ellos no quisieron aceptar el dinero sabiendo que sería un regalo para Kat.

—¿No me invitas a pasar? 

—Sí, claro. —Es evidente que no esperaba mi visita. Con algo de torpeza toma la jaula en sus manos y me hace un gesto para que la siga al interior de la casa.

En el interior de la sala se encuentran el señor Manson sentado frente al televisor junto a un chico alto y musculoso de más o menos mi edad, debe ser uno de los hermanos de Kat y una señora de unos sesenta años de pelo blanco y mirada amable llevando una bandeja con café y galletas. Todos se quedan paralizados al verme entrar en la casa, por unos interminables segundos.

—¡Señor Evans! que gustó verlo por aquí, ¿a qué debo el honor de su visita? —exclama el señor Leonard Manson, rompiendo el silencio.

—Señor Manson, gracias por la bienvenida —digo caminando hacia él—. Estoy aquí porque vengo a pedir la mano de su hija.

Todos se quedan estupefactos ante mi anuncio, la señora de mirada amable deja caer al suelo la bandeja de café pero a nadie parece importarle, están muy ocupados mirándome como si fuera un demente.

—Papá, si me permites tengo que hablar con el señor Evans en privado. —Kat me toma del brazo y literalmente me arrastra hasta la cocina—. ¿Qué diablos crees que estás haciendo? —me pregunta enojada. 

—Estoy pidiendo tu mano, ¿qué no viste? —le contesto sin entender el porqué de su enojo.

—¿Y no se te ocurrió pedírmela a mí primero? —dice poniendo los brazos en jarras.

—Debo decir que esta no es ni de cerca la reacción que esperaba. —Aún estoy tratando de identificar que hice mal esta vez.

—Después de todo un maldito mes sin saber nada de ti, te apareces en mi casa pidiendo mi mano como si estuviéramos en el siglo diecinueve, ¿qué reacción esperabas que tuviera?

—No lo sé, feliz y emocionada como cualquier chica normal. ¡Solo trataba de ser romántico!

—¡¿Romántico?! A mí más bien me parece machista; ¿qué, también trajiste una vaca y dos cerdos para cerrar el trato?

—¡Ash! ¿Qué diablos quieres de mí, Katherine? —le grito exasperado.

—¡Quiero que me digas que me amas!

—¡Pero si yo te amo! Te amo con todas mis fuerzas, ¿por qué crees que vine hasta aquí y traje a ese estúpido animal conmigo si no es por amor? —Ella se queda callada y completamente paralizada al escuchar mi confesión.

—¿Tú...tú me amas? —tartamudea, haciendo una larga pausa entre cada palabra.

—Sí. —Acorto la distancia entre nosotros, tomó su cara en mis manos y me inclino hacia ella para besarla en los labios. 

Nos besamos apasionadamente por unos minutos hasta que el sonido de un carraspeo nos hace detenernos. Ambos giramos al unísono y vemos avergonzados como todos, incluyendo al padre de Kat, su cerdo y dos nuevas personas, un chico idéntico al que conocí antes y una chica de la misma edad de Kat, nos observan desde la puerta abierta de la cocina.

Luego de ese embarazoso momento el resto del día va mucho mejor, creí que el padre de Kat me echaría a patadas de su casa por besar a su hija, pero resulta ser un hombre bastante amable y comprensivo debajo de ese rígido aspecto, incluso me invitó un puro y una copa de su mejor whiskey mientras me contaba anécdotas de su experiencia en la fuerza aérea.




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