Las orejas de mi novia

Capítulo 4

Fernando no puedo comunicarse nuevamente con Zoé durante el fin de semana, nunca pensó que realmente sus padres fueran tan estrictos, en el pasado, la señora no se preocupaba por su hija, muchas veces la llevaba a la escuela sin siquiera una moneda para poder comprarse las copias de los exámenes, después, cuando la boleta de las calificaciones llegaba, ella no se presentaba, varias veces la presidenta de los padres de familia tenía que recoger la boleta de Zoé.  Ella siempre decía que era porque estaba ocupada, pero nada era más lejos de la realidad, para esa mujer Zoé no era más que un montón de problemas, un derroche de dinero pues sus ropas no le quedaban y los zapatos le calzaban chicos.  Y aunque en ese tiempo Fernando no le hablaba, ocasionalmente le ayudaba a pagar el examen; le causaba un sentimiento terrible, saber que al día siguiente llegaría a la escuela con el rostro y los brazos arañados o amoratados.

Ese comportamiento agresivo parecía haber desaparecido cuando conoció a ese hombre con el que salía, ese tal Ricardo, aunque cualquiera que lo viera observando a Zoé no lo tomaría a la ligera, sus ojos eran penetrantes y su boca se retorcía en una sonrisa que perturbaba y daba escalofríos al mirarla.  Cuando Ricardo llegó a la casa de Zoé las cosas mejoraron un poco, su madre era un poco más cariñosa con ella, incluso le compraba ropas nuevas, más atrevidas y afeminadas; le obligaba a maquillarse un poco para que luciera más "encantadora"; si los veías en el supermercado, podrías pensar que eran una familia feliz, con un padre amoroso y una esposa encantadora, con una hija que amaba a sus padres, pues Ricardo cada que pagaba algo que su madre elegía para Zoé, obligaba a ésta a agradecerle con un beso en la mejilla y un abrazo.  Quienes conocían a la chica sabían de antemano que ese acercamiento le era molesto e incomodo, incluso repugnante dependiendo de quien era la otra parte; pero su madre afilaba la mirada si tardaba un poco en complacerlo.

Algunas personas aseguraban que se había vuelto más callada desde que Ricardo había llegado a sus vidas; otras más que la niña toleraba menos el contacto, pero nadie preguntaba, tampoco nadie se interesaba realmente en ello; en la escuela su desempeño académico aumento considerablemente; más no lucía feliz.  Zoé no hablaba con nadie, evitaba a todo el mundo, especialmente a los chicos, eso, hasta que Fernando comenzó a acercarse a ella, gracias a él, era más activa, más sociable, aunque siempre permanecía callada y a veces se le miraba distraída, por su puesto su rostro sereno que nunca cambiaba dejaba muchas dudas de si realmente se estaba divirtiendo, Fernando dejó de llevarla con los demás; pues en más de una ocasión la escuchó suspirar de manera pesada cuando estaban paseando.

Zoé se encontraba en el baño, intentando que el agua caliente limpiara el hedor que sentía encima; era su tercer baño del día y seguía sintiendo el aroma de Ricardo impregnado en su cuerpo; aún podía sentir su aliento cerca de su cuello y recordaba con frustración las palabras que le susurro al oído cuando había terminado: "este es nuestro secreto".  Sabía que no servía de nada decirle a su madre, ese hombre la tenía completamente cautivada y no le prestaba atención alguna cuando le decía algo malo sobre él, la única vez que intentó decirle lo que ocurría, su madre termino por abofetearla con tal fuerza que su labio se partió y su camisa quedó llena de sangre.  No podía decirle a la escuela, ya que no presentaba marcas visibles y no deseaba que alguien más la tocara.

Eso pasó hace tres años, cuando ella tenía trece, a pesar de que no tenía una vida muy feliz, debido a los desplantes de ira de su madre, eso no significara que no se sintiera bien; sabía que su madre sufría de migrañas y que había desperdiciado gran parte de su juventud en criarla; tampoco era su culpa que la hubieran descubierto en su trabajo robando la mercancía o que a consecuencia de eso terminaran despidiéndole y no conforme con eso, habían expedido un boletín para poder dar alerta a cualquier otra fabrica que estuviera en esa ciudad.  Ella se esforzaba porque su madre no se alterara, a tal punto que le ayudaba haciendo el aseo de la casa y preparando la comida, misma que debía estar servida y caliente en la mesa en cuanto ella cruzara por la puerta.  También debía asegurarse de tener buenas calificaciones.  Sin embargo, tanto dinero gastaba en maquillaje, vestidos y zapatos para encontrar el amor de su vida, que no le alcanzaba para poder pagar los exámenes; se sentía realmente mal de tener que pedir prestado, por lo que sus notas bajaban si el examen era la mayor puntuación de la calificación.

Un día, Gabriela, su madre, regreso contenta a casa colgando del brazo de un hombre desconocido; ella le dijo a Zoé que a partir de ese día comenzaría a vivir con ellas, pues estaban solas y la ayuda de un hombre en casa les vendría de maravilla.  Zoé nunca imaginó que la sonrisa que ese hombre le regaló en esa ocasión no era por cortesía, era porque estaba feliz de haber encontrado nuevas víctimas.  A partir de ese día, Ricardo la ayudó a mantener su ira bajo control, también se preocupaba por sus dolores de cabeza, llegando a medicar, incluso, cuando no tenía un episodio de dolor.  Gabriela odiaba esas pastillas para la migraña porque le daban muchísimo sueño, sin embargo, por Ricardo haría cualquier cosa.  Zoé aprendió que cuando Ricardo quería algo, lo conseguía.




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