Las patas de la araña (completo)

8

Se escucha en el otro despacho, el del comisario, que alguien llama por teléfono. La campanilla está rota, produce más bien un sonido grave, como un martilleo sordo, y puesto que en la comisaria solo están ellos tres, en los calabozos no hay nadie, el teléfono se hace escuchar furioso y amargo en todo el recinto. Tras un intervalo de profundo silencio, su campanilla vuelve a escucharse, y su sonido a semejarse al vuelo de un escarabajo gigante; después el teléfono deja de sonar, el comisario tiene el tubo pegado a la oreja, algo acaba de encenderse dentro de esta casa donde han instalado la comisaria, con el llamado que atiende el comisario se vuelve fosforescente el aire, se llena de peligro, de pedidos de auxilio: hay diecisiete puñaladas en el rostro de una muchacha, y alguien llama por teléfono. No es la madre de la señorita Lorena, al menos no es ella quien habla, sino quién están junto a ella, por decirlo de algún modo, quien contiene a la madre de la señorita Lorena maniatada de espíritu gracias a las pastillas que le han dado para tranquilizarla. La voz en el tubo del teléfono es la del jefe inspector. Ha llegado a Colonia Vela hace unos momentos, ya está en la casa de la madre de la víctima, como corresponde ha ido hasta allí para asegurarse de algunas cosas fundamentales. Que la señorita Lorena sea trasladada hacia un hospital en Buenos Aires, que la noticia se apague lo antes posible, y que el comisario comprenda que si no tiene resuelto el caso durante esta noche el pueblo entero se va a congregar frente a la comisaria para prenderla fuego.

El comisario oye lo que le dicen del otro lado de la línea, se forman unos pliegues horizontales alrededor de los ojos cuando aprieta los dientes, y con un movimiento suave que contra resta la expresión violenta de su rostro, apoya suavemente el tubo y corta la llamada. Tiene la mirada perdida, pero al instante se recompone cuando ve al oficial abrir la puerta y hacer pasar a Tito a su despacho. El comisario empuja la silla que está frente a su escritorio para indicarle a Tito que se siente; el oficial se queda de pie a su lado. Los dos han visto a Tito muchas veces entrar y salir de la carnicería del señor Pancho, o quedarse en el suelo, a la sombra, sentado en un rincón cerca de las heladeras; cuántas veces lo han escuchado decir que la carne de perro se pone verde cuando se pudre, y han visto a la gente a su alrededor fingir que no lo oyen, o interrumpirlo para señalarle alguna cosa de lo más banal que se ha dicho en la radio, mientras Tito arquea las cejas porque nunca llega a comprender del todo eso que la gente le dice, y después suele perder la mirada y se pone a imaginar cosas que se mueven sobre los azulejos blancos detrás del mostrador manchados de sangre.

A todo esto, el jefe inspector se pregunta cuánto falta para que le comuniquen que el asunto de las mordidas en el rostro de esa muchacha es un problema acabado. Incluso la propia madre de la señorita Lorena así lo espera. El jefe inspector no conocía a esta mujer en persona, sin embargo sabía de su existencia, y de las relaciones que se habrían establecido con el comisario para que ella pudiera desarrollar sus actividades sin interferencias; atento a todo esto, y a otras cuestiones que no vienen ahora al caso, el jefe inspector visita cada tres o cuatro meses la comisaria, donde en un sobre cerrado se le entrega parte de la recaudación clandestina, y que a su vez será elevada hacia sus propios superiores, no sin antes abrir ese sobre y quedarse con algo de aquel dinero para gastos operativos. A pesar de su sorpresa, no le ha sido difícil al jefe inspector convencer a la madre de la señorita Lorena, después de todo ella tampoco puso mayor resistencia y se dejó envolver con los argumentos dichos en un tono casi didácticos, o mejor aún, paternalistas, dado que la víctima no tiene padre. Usted sabrá entender que hay que enfriar rápidamente el caso, había dicho el jefe inspector, una vez que se quedaron solos en la habitación donde habían atacado a la muchacha, cuando ya se habían llevado a la señorita Lorena de urgencia al hospital de Buenos Aires. Y la madre de la señorita Lorena bajó la mirada, como si al aceptar lo que el jefe inspector le decía fuese una especie de traición hacia ella misma, pero sus ojos volvieron a encenderse cuando el jefe inspector le dijo acercándose como si alguien pudiera escucharlos.

-Ya vamos a encontrar al que le hizo esto a su hija. Se lo prometo, yo mismo se lo voy a entregar en algún descampado para que usted le haga lo que quiera.

 

Sin embargo, hay un orgullo herido en el jefe inspector, que no está seguro de quién habrá atacado a esa muchacha, pero que no le gusta que lo tomen por idiota. Tal vez habrá sido el pibe ese que tiene enfrente, o tal vez no. Mañana el pueblo de Colonia Vela despertará con la noticia de que han encontrado al responsable que se metió por la ventana en la habitación, y el verdadero culpable estará sentado en el sillón de su living, con un cigarrillo encendido entre los dedos, tembloroso y sin pitar, del cual se desprenderá un humo recto que luego se arremolina, se disipa, ocultando el brillo de unos ojos que se ríen en silencio, sobre el rictus firme de la boca que conserva aún la sensación en las mandíbulas, la de estar todavía atrapando entre sus dientes las carnes blandas del rostro de la señorita Lorena.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.