ABRIL
Quedo agotada por el pesando día con el cultivo, dejo de nuevo mis herramientas en la bodega y voy directo a casa deseosa de un descanso.
—¡Estoy en casa!—le grito a mi papá en cuanto llego.
Dejo mi morral a un lado de la mesa donde descansa la foto de cuando aún éramos una familia, cuando mi madre y mi hermana todavía estaban con nosotros, ahora nada más quedamos mi padre y yo.
Sostengo el marco con la fotografía viéndola detenidamente, nunca me canso de verla, como desearía poder volver el tiempo atrás, a esos días en los que nada nos preocupaba. Una sonrisa melancolía aparece en mi rostro, recuerdo el último verano que pasamos juntos, lágrimas se asoman en mis ojos amenazando en caer.
La puerta se escucha detrás de mí, parpadeo varias veces desapareciendo las lágrimas, mi padre me mira con aliviado de que esté por fin en casa,
—Que bueno que ya estas en casa.
Dejo la fotografía en su lugar, regreso la mirada a él, guarda algunos papeles en su maletero.
—¿Alguna noticia?
—De hecho, voy a ir a Regnum dentro de unos minutos.
—Entiendo.
Estoy acostumbrada a que casi no esté en casa, pero eso no quita que le extrañe y me preocupe siempre que se va.
—No te preocupes, estaré de regreso más pronto de lo que imaginas—se acerca a plantando un beso en mi frente, sostiene mis hombros para verme mejor.—Dime, ¿cómo ha estado tu día?
Regresa a la sala para recoger sus cosas de la mesa y acomodarlos dentro de su maletín.
—Estuve ayudando a los excavadores con la cosecha—digo mostrándole la tierra en mi ropa.
—Sabes que no tienes porque hacer todo eso, ¿verdad?
Como hija del encargado de Terra mi futuro ya esta escrito, tengo como deber ser la siguiente en la linea de los Tutamen de Terra y por ello debo proteger esta orbe de todos los problemas que tenga, a menos que algo suceda o no tenga mis poderes para entonces.
—Lo sé, es solo que me siento más útil si lo hago.
—Tus poderes ya vendrán, sólo dales un poco de tiempo—a veces creo que puede leer mi mente.
Eso es algo que no tengo, tiempo. En tan sólo un par de semanas cumpliré los dieciocho, si no tengo mis poderes para entonces estaré en serios problemas. Asiento queriendo creer que tiene razón, pero la verdad, una parte de mí tiene miedo de que no lleguen y me convierta en una enferma y me destierren de aquí al igual que lo han hecho con tantos otros.
Existe una leyenda de hace muchos años, cuando yo todavía no existía. Un hombre le ayudo a su amada para que pareciera como ella ya había obtenido sus poderes. Cuando se enteraron de que nunca los tuvo en verdad, todo término muy mal.
Desde entonces hacen los exámenes de sangre, para estar más seguros de que eso no se vuelva a repetir. El rey termino perdono al señor, pero en cambio termino desterrando a la mujer de Rodem.
El hombre desconsolado y sabiendo el terrible final que le esperaba a su amada, decidió que lo mejor era unirse con ella en su siguiente vida. Todos sabemos lo que ser desterrado significa, nadie sobrevive una noche fuera de Rodem. La leyenda de los amantes continua presente incluso años después.
—Odio dejarte, pero tengo que irme—mi padre rodea sus brazos alrededor de mí en un fuerte abrazo.
—Esta bien—digo triste. Regreso el abrazo con el doble de fuerza.—Sólo prométeme que irás con cuidado.
—Lo prometo—retrocede un paso viéndome a los ojos.
—Vete ya o tal vez no te deje ir.
—Esta bien—sonríe. Pasa a mi lado abriendo la puerta.—¡Cerca o lejos!—grita con emoción.
No puedo evitar sonreír, siempre gritamos eso cuando nos alejamos el uno del otro, es prácticamente una tradición ya.
—Siempre juntos.
—Esa es mi chica.
Ruedo los ojos, término por cerrar yo la puerta. La sonrisa se borra en cuanto veo la casa vacía. Esta tan silenciosa que puedo escuchar las manecillas del reloj moverse. No tengo nada de ganas de quedarme sola esta noche. Pienso en la única persona que me recibirá sin importar la hora ni el motivo.
Salgo de la casa de nuevo, ya oscureció un poco más, camino directo a la casa de mi tía Amelia, la luna me ilumina el camino hasta ella. Estoy por llegar cuando la alarma suena a mi alrededor, las luces rojas inmediatamente se encienden.
Una multitud de personas se dirige hacía mi corriendo, unas luces blancas están detrás de ellos siguiéndolos, entorno los ojos para lograr ver mejor lo que está pasando, están tan cerca cuando por fin lo entiendo. Trato de dar la vuelta para salir de aquí antes de que logren alcanzarme, pero es tarde.
Las demás personas no tardan en rodearme, me hacen imposible ver hacía dónde voy. Siento como mi pie choca contra algo, la gravedad hace su trabajo y termino cayendo al suelo. Instintivamente me hago un ovillo en el suelo, cubro mi cara con mis brazos evitando que me golpeen en rostro, cierro los ojos con fuerza maldiciendo haber decidido salir de casa. No es hasta que dejo de sentir los golpes que abro los ojos de nuevo, una mano sostiene mi brazo con fuerza, levantándome del suelo.
—Tengo a una de ellos—un pacificador anuncia por su radio.
—Suélteme, yo no tengo nada que ver en esto—digo indignada luchando por zafarme de su agarre.
—Ya claro, díselo al rey.
¿El rey? ¿Por qué esto le concierne al rey? Lucho contar él, pero es muy fuerte.
—Ya la llevo yo a la celda—alguien detrás de mí le dice logrando que me suelte el brazo.
Volteo a verlo agradecida de que apareciera. John me mira sin expresión alguna.
—Ven conmigo—algo en su voz me desconcierta, sin poner resistencia lo sigo afuera de la vista de los demás pacificadores, su mirada se relaja cuando por fin estamos solos.
—¿John, que esta pasando? ¿Por qué están siguiendo a toda esa gente y porqué esto incluye al rey?
Se queda callado, me mira por unos segundos debatiendo entre hablar o no, para mi suerte lo hace.
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Editado: 28.02.2022